Joaquín Sorolla es uno de los pintores más reconocibles del raro siglo XIX español, quizás uno de los mejores si exceptuamos al último Goya. 

En realidad fue un artista valenciano que navegó entre dos siglos; nació en 1863 y murió en 1923, un pintor que sobre todo exprimió al máximo los estilos impresionistas y los adaptó a su particular forma de entender el arte, que como todo buen valenciano quedó íntimamente ligado al mar y la luz. Esa luz que dicen calcina la vista y el alma, con el Mediterráneo batiendo contra la costa y las playas una y otra vez y que él tan bien supo captar. ‘Sorolla, el color del mar’, la exposición de CaixaForum Barcelona que estará abierta hasta el 14 de septiembre, es un nuevo intento en España de intentar capturar esa luz y ese mar que se bebió Sorolla a sorbos y luego destiló en forma de pinturas.

En total son 80 obras que giran alrededor de ese azul multitonal que siempre adoró. Un azul mediterráneo, tan diferente del azul oscuro que se torna plata líquida los días grises que es el Atlántico. El modo temático implica reunir las piezas que pintó en Valencia (sobre todo) pero también en Palma de Mallorca y Biarritz. También se incluyen los cartones y tablas que ejercían de planes, esquemas y bocetos para la obra posterior, así como objetos personales del pintor para contextualizarlo con su tiempo y su vida y cómo ambos influyeron en su arte. Un detalle: valenciano, sí, pero vivió casi toda su vida en Madrid (donde está el Museo Sorolla, por cierto), una existencia capitalina que por el contrario dejó en él la añoranza profunda del mar de su tierra.

‘El balandro’

Éste es un detalle importante porque esa distancia física (que no de la memoria y el sentimiento) es la clave del punto de obsesión necesario que tuvo Sorolla para repetir una y otra vez la misma pasión, la de reflejar el mar y la luz. Alrededor de eso gira todo. Su trabajo profesional, como pintor de la burguesía enriquecida de la España de final de siglo y principio del XX, le llevaría cientos de km al interior del país, lejos, muy lejos, del Mediterráneo y el Atlántico. Al margen de los encargos profesionales él siguió pintando en su estudio el mar y esa variante de luz continua que tiene en la costa. Una abundante producción donde pintaba con libertad, experimentaba y no tenía que someterse a los gustos de los clientes. Esa libertad le permitió progresar y repetir, ensayar, acertar y equivocarse, hasta que finalmente lograba la pieza deseada.

La exposición se divide en tres áreas: primera, la nostalgia de la niñez vivida en las playas valencianas y que Sorolla convirtió en un mundo personal al que siempre volvía una y otra vez; segunda, la transición de ese mundo hacia la tela y el trabajo de análisis diario y bajo diferentes luces (como hicieran los impresionistas hasta la extenuación); y tercera, la madurez del pintor, donde la pintura se vuelve más poética y donde hay más de mundo imaginario que traslación del real. En todos ellos está presente el agua como principio y fin de todo el viaje, y la complicación de ser capaz de plasmar en una superficie de dos dimensiones e inmóvil un elemento extremadamente plástico y que siempre está en movimiento.

Sorolla 1

Mar, playa, luz, infancia, la vida nostálgica de Sorolla en pintura

 

Las razones para sacar y desempolvar a Sorolla son muy obvias: el año pasado se cumplió el doble aniversario (nacimiento y muerte) y la cacareada (e inútil) Marca España se puso en marcha para exprimir a un pintor nacional conocido pero no “tan conocido”. Así fue cómo surgieron exposiciones como ‘Sorolla. Visión de España’ y que acumuló más de dos millones de visitas, y también el germen temático de ésta. Frente al costumbrismo de aquella muestra ésta indaga mucho más en ese aspecto tan personal que permite reconocer mejor su carrera y la influencia que tuvo. Para los más técnicos, la exposición es una oportunidad única para poder entender mejor los numerosos estudios que realizó Sorolla para poder captar y reproducir el mar y la tonalidad de color. Los bocetos mencionados que forman parte de una de las áreas de la muestra son el resultado del ensayo y error continuo del autor. Y es algo no visto hasta ahora, la trastienda del talento del valenciano.

‘Sorolla, el color del mar’ es una coproducción entre el Museo Sorolla, La Caixa y donde el 90% de las obras pertenecen al primero, principal hogar y guardián del legado pictórico de un artista que en su tiempo fue uno de los más grandes pero también el último de una época. En aquellos años 20 en los que murió se incubaban las vanguardias que lo cambiarían todo, o mejor dicho, que ya lo habían cambiado todo pero entraban en su fase decisiva. El “chip” artístico cambiaba y el estilo Sorolla era ya de tiempos anteriores. También hay aportaciones de la miríada de coleccionistas privados que o bien heredaron o compraron a posteriori las piezas que Sorolla vendía para mantener su carrera de pintor. La muestra viajará después a Palma de Mallorca, últimas etapas después de arrancar en Madrid y Canarias.

Coproducida por la Fundación Museo Sorolla y la Obra Social La Caixa, el 90% de obras pertenecen a la fundación, aunque también hay aportación de coleccionistas privados –dos vienen del Museo Carmen Thyssen de Málaga–, ha especificado Duran, que ha dicho que después de haberse visto en Madrid, Santa Cruz de Tenerife y Las Palmas de Gran Canaria -con la incorporación en Barcelona de cinco obras–, viajará próximamente a Palma de Mallorca y Zaragoza.

Autorretrato de Joaquín Sorolla (detalle)