Cuatro siglos después, son parte del canon occidental junto con Dante, Montaigne y Goethe, cada uno con una de las cinco grandes lenguas de Europa. Pero la relación entre ambos es más estrecha, muertos el mismo año y con el mismo poder revolucionario en su obra. Lejos de las polémicas por el poco empeño en este cuarto centenario de la muerte cervantina, nos fijamos en la vida y obra de dos figuras brumosas y vitales de la literatura.
Imágenes: Wikimedia Commons
Miguel y William, unidos quizás por el talento, el azar y unas cuantas leyendas apócrifas. Como el día de su muerte: Cervantes falleció el 22 de abril de 1616, y Shakespeare en realidad lo hizo el 3 de mayo del mismo año, pero la descoordinación entre el calendario juliano inglés de la época y el moderno gregoriano situaría su muerte el 23 de abril. El Día del Libro (23 de abril) supuestamente se consagró en España en honor a Cervantes y también a Shakespeare, pero tiene mucho más de celebración catalana del Día de Sant Jordi, patrón nacional, que de libros. No fue una coincidencia casual, fue un suceso político/diplomático que hoy celebramos como casi todo lo que hay relacionado con ambos, conscientes de que hay más leyenda que verdad. Sus vidas son más tierra de bruma que de certezas. Por no saber ni siquiera está clara la verdadera identidad de William Shakespeare, del que se ha dicho de todo, desde que era en realidad una mujer a que fue una firma usada por varios autores diferentes.
Empecemos por el inglés antes de saltar al español. Hay muchas dudas sobre la autoría, aunque no tantas sobre su existencia, si bien apenas hay documentos. La teoría más extendida es que Shakespeare era en realidad un actor de la compañía teatral Lord Chamberlains’s Men (más tarde rebautizada como Kings’s Men) que escribía obras para su grupo, o también para otros. Lo cierto es que hay registros de obras teatrales con un autor llamado William Shakespeare, con lo que por ahí podemos empezar a reconstruir a un increíble poeta (sus ‘Sonetos’ ya son suficiente para ser historia de la literatura) pero mejor autor teatral aún. Un revolucionario que supo inocular psicología, humanismo y fuerza emocional a los personajes.
No obstante su vida está llena de lagunas, incongruencias documentales, tantas que ya en el siglo XIX se creía que Shakespeare era en realidad el seudónimo usado por sir Francis Bacon, aunque también se han barajado otros posibles verdaderos autores, como el también poeta y dramaturgo Christopher Marlowe, o Edward de Vere, conde Oxford. La principal crítica es que aquel actorcillo no podía tener la educación y cultura suficientes para poder hacer obras tan complejas. De hecho era de origen plebeyo y nunca recibió una educación muy esmerada. Sus obras están llenas de conceptos escénicos, literarios, históricos e incluso científicos que sólo unos pocos podían poseer en la Inglaterra del siglo XVI y XVII. Sea como fuere, el mito es el mito, y las leyendas deben ser respetadas. Fuera un noble culto, un autor de mejor educación o aquel actor de teatro de origen rural y difuso, lo cierto es que la obra millones de veces publicada y editada es una de las patas de la civilización occidental, o de toda la propia Humanidad.
Representación de Cervantes en un grabado
Y aunque hay muchas más certezas de autoría y vida de Cervantes, lo cierto es que también está envuelto en la bruma. Ni siquiera hay un retrato contemporáneo que podamos identificar como verosímil. El clásico es uno de Juan de Jáuregui, contemporáneo de Cervantes, que recogió en el prólogo de las ‘Novelas Ejemplares’ su autoría. En ese texto está la única descripción verídica que hay de él, escrita por el propio Cervantes, que reconocía un retrato “el cual amigo bien pudiera, como es uso y costumbre, grabarme y esculpirme en la primera hoja deste libro, pues le diera mi retrato el famoso don Juan de Jáurigui (transcripción literal del apellido por Cervantes)”.
Cervantes se describió a sí mismo de esta forma: “Éste que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, aunque bien proporcionada; las barbas de plata, que no ha veinte años que fueron de oro, los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y ésos mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros; el cuerpo entre dos extremos, ni grande, ni pequeño, la color viva, antes blanca que morena, algo cargado de espaldas, y no muy ligero de pies. Este digo, que es el rostro del autor de ‘La Galatea’ y de ‘Don Quijote de la Mancha’, y […] otras obras que andan por ahí descarriadas y, quizá, sin el nombre de su dueño. Llámase comúnmente Miguel de Cervantes Saavedra. Fue soldado muchos años, y cinco y medio cautivo, donde aprendió a tener paciencia en las adversidades. Perdió en la batalla naval de Lepanto la mano izquierda de un arcabuzazo, herida que, aunque parece fea, él la tiene por hermosa, por haberla cobrado en la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos”.
Sobre Cervantes hay muchas dudas, y hoy muchos investigadores sospechan que gran parte de su vida fue inducida por los apuntes biográficos que él mismo “retocó”, exagerando su vida como militar, su cautiverio en Argel e incluso su pretendida pobreza de solemnidad. Lo que sí es cierto es que vida real e imaginada se mezclaban en sus obras. ‘El Quijote’ está plagada de figuraciones de su propia vida, como ese “lugar de la Mancha del que no quiero acordarme” que en realidad sería una localidad por donde Cervantes sufrió persecución o desamor. Los prólogos de sus libros fueron el escenario donde el taimado Cervantes “engalanó y acomodó” su existencia a una dimensión quizás mucho más heroica y aventurera de lo que realmente pudo ser.
Tres obras canónicas: El Quijote, las Novelas Ejemplares y Persiles y Segismunda
Hay todo tipo de documentos que prueban su vida, como una “providencia” (orden judicial) oficial que ordena su detención por un duelo a espada, lo que provocaría su famosa migración a Italia. También hay un documento bautismal bien concreto que fecha su bautizo y sus orígenes familiares, así como su ciudad natal, Alcalá de Henares. Pero no era manco: en realidad conservó la mano, pero atrofiada porque una bala debió seccionarle el nervio y dejársela como un muñón de movilidad muy reducida. Sí está claro que sirvió como soldado en Lepanto porque ocho años después de la misma los archivos oficiales de la Corona atestiguan su servicio, nada menos que con recompensa del propio don Juan de Austria.
Sirvió bajo las órdenes de Manuel Ponce de León en ataques contra puertos berberiscos del norte de África; sobrevivió a todo, pero en su regreso a España fue capturado junto a su hermano, lo que daría paso a su segunda leyenda personal, la de su cautiverio en Argel como criado de Dali Mamí, al servicio de los turcos. Creyeron que era de alta alcurnia por las cartas que llevaba encima de sus capitanes e incluso de Juan de Austria, por lo que pidieron rescate por él, oficialmente, de forma que sabemos que en efecto estuvo preso. Intentó varios planes de fuga, todos fracasados, fue torturado por ello y cuando estaba a punto de ser enviado a Constantinopla fue rescatado por los frailes trinitarios, encargados de recuperar a los secuestrados cristianos. Pagaron los 500 escudos que los turcos habían pedido por liberarle.
El resto de su vida sería un ir y venir entre Portugal, Sevilla, Madrid, La Mancha y el pueblo de su esposa Catalina de Salazar, Esquivias. Y como todo autor español que se precie, terminó encarcelado en 1597 por un supuesto desfalco de dinero público (era recaudador de impuestos para la Corona), una etapa de prisión en la que, supuestamente, crearía el Quijote que luego escribiría en dos entregas, la primera en 1605 y la segunda en 1615. Entre medias puso otra piedra de su leyenda con las ‘Novelas Ejemplares’ en 1613. En esta última fase de su vida fue donde más fuerza literaria ganó, cuando creó con su mezcla de parodia, realismo, humanismo y narración episódica el concepto moderno de novela que todos seguirían después. No pudo hace mucho más, porque la diabetes se lo llevó por delante en 1616, el 22 de abril, con 68 años.
Volvemos al inglés. Shakespeare murió un día después según el calendario juliano, pero según el gregoriano moderno fue un 3 de mayo. Vivió menos que Cervantes y tuvo una vida quizás menos aventurera que la del español, pero igual de movida. Apenas se sabe nada de su infancia y su nacimiento está encuadrado como hijo de un comerciante de Stratford-upon-Avon, en el territorio rural inglés por definición. Tampoco hay muchos datos sobre dónde estudió aparte de en su pueblo natal, y es muy probable que las dificultades económicas de su padre le obligaran a abandonar la escuela. Estas lagunas sobre su formación son la mayor sombra que se proyecta sobre su autoría. Y por desgracia no hay cartas o documentos de su puño y letra aparte de sus obras de teatro y sonetos.
No sería hasta su migración del campo a la capital y corte en Londres donde empezaría a ganarse la vida como actor y autor en teatros como The Globe o en representaciones para la Corte. Se calcula que estuvo en Londres entre 1590 y 1613, cuando volvió a Stratford-upon-Avon y dejó de escribir, en parte debido a que se le supone una pequeña fortuna amasada gracias a sus éxitos teatrales y poéticos, que supuestamente empezarían en 1593 con la publicación de ‘Venus y Adonis’. Los Sonetos llegarían en 1609, su cumbre lírica, que no escénica, donde acumuló catorce comedias, diez tragedias y otros tantos dramas históricos, que resumen a la perfección al ser humano hasta niveles muy superiores a casi todo lo escrito posteriormente. Curiosamente en vida sólo vio publicadas en papel 16 de ellas. El resto fueron publicadas póstumamente en ese salvavidas cultural milagroso llamado ‘Folio’ que recopiló por escrito todos sus textos.
Su obra estuvo muy influenciada por su contemporáneo Marlowe, otro titán literario inglés como hay pocos. El sentido lírico y la imaginación impregnaron profundamente algunas obras, como Macbeth y ‘Sueño de una noche de verano’. Otra de sus facetas primordiales es el recurso a la historia inglesa, especialmente la recreación dramática de algunos reinados especialmente sensibles en el devenir de su tiempo, por lo que se entiende que fueron escritos por encargo de miembros de la Corte, de la propia Corona o bien porque Shakespeare buscaba precisamente “caer bien” a futuros posibles mecenas de la aristocracia o la familia real. Su talento, además de la perspectiva psicológica y emotiva, reside en su dominio del lenguaje, donde puede variar hasta el punto de poder distinguir en la recitación en voz alta de sus diálogos quién era noble y educado y quién un simple plebeyo. Su gran momento fue entre 1600 y 1608, cuando escribió tres de las grandes: ‘Hamlet’, ‘Macbeth’ y ‘Otelo’. Luego volvería a un tono algo más ligero, tragicómico, culminada en ‘La tempestad’, estrenada en 1611 y que sería su último gran momento literario antes del retiro final.
Cervantes: el talento literario revolucionario
El gran valor literario de Cervantes, la razón por la que es tan destacable su obra es la originalidad paródica. El Quijote es en realidad una novela primigenia, episódica, entre la parodia de las novelas caballerescas antiguas y la sátira del contexto social y cultural de aquella España imperial en el exterior y paupérrima en el interior. Creó la llamada “novela polifónica”, es decir, una narración a varias voces que combina el mundo imaginario del personaje principal con los otros mundos reales del resto de personajes. Pero también dio rienda suelta al realismo como una forma y un género tan digno como cualquier otro; de esta forma contrasta las locuras del Quijote con el trasfondo real interpretado por un Sancho Panza leal pero atado a la tierra. Un contrapeso profundo que demuestra que fue un texto de grandísima complejidad. Curiosamente fue en el resto de Europa donde Cervantes tuvo más éxito; aquí se le valoró, pero no se terminó de comprender que aquel tunante soldado, recaudador de impuestos y escritor había creado algo totalmente nuevo.
Repetiría magisterio con las ‘Novelas ejemplares’, donde explora nuevos caminos narrativos y alcanza una sutileza que parece digna de siglos posteriores, con caminos que incluso entroncan con la novela negra contemporánea. Y por supuesto con la picaresca (basta recordar ‘Rinconcete y Cortadillo’), si bien él no la llevó al extremo. En el teatro no tuvo tanta suerte: ejerció fórmulas clásicas en un tiempo malo para él, con Lope de Vega descollando como el gran renovador escénico de su tiempo. De haber nacido 20 años antes quizás hubiera gozado de gran éxito, pero Lope le sobrepasó por todos lados. Cuando éste publicó ‘Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo’ el Cervantes dramaturgo ya estaba caduco, y volcó toda su habilidad escénica en sus novelas y textos, para bien de esos mismos manuscritos. Probó suerte de nuevo en las comedias, pero para entonces su gran obra ya estaba en otro sitio donde Lope no llegaría. El diálogo es parte fundamental del Quijote, el hilo vertebrador, por lo que demuestra que en el fondo los géneros se fusionaron en Cervantes como nunca antes. Ahí reside su verdadero valor: pionero, primigenio e imaginativo.
Shakespeare: psicología, emoción y fuerza
A William Shakespeare hay que verlo desde la misma posición que a Cervantes: pionero, revolucionario, reformador, iniciador. Exploró la comedia, el drama y la tragedia, la tragicomedia a partir de 1608 con apuntes más positivos, quizás para ganarse al público o porque el éxito le hizo sonreír un poco más. No fue la cúspide del teatro clásico inglés sino el que cambió ese mismo teatro para siempre. Y de paso el resto de conceptos narrativos escénicos. Su talento para crear personajes y dotarlos de una psicología profunda y diferenciada es única. El crítico Harold Bloom considera que las dos virtudes de Shakespeare son un dominio total del lenguaje, para retorcerlo y explotarlo a fondo según las necesidades, llevarlo siempre al máximo grado de excelencia por un buen fin, que es su otra virtud, la creación de personajes dotados de palabra y psique muy por encima del resto de contemporáneos. Y quizás de los posteriores.
Hamlet, Macbeth, Ricardo III, Falstaff o el Shylock son sólo unos cuantos ejemplos de ese talento. Las pasiones humanas, sus defectos. Shakespeare puso el punto de mira justo frente al rostro humano; veía sus personajes cara a cara, no desde arriba (sátira) ni desde abajo (épica), los desnudaba y los colocaba a su preciso nivel. Igual que Cervantes, el realismo es su arma, pero desde una posición más íntima y pasional. Por algo Jorge Luis Borges dijo que en realidad el Bardo no era precisamente muy inglés, donde la educación y la represión, el sobreentendido (understatement) lo es todo: él en cambio era excesivo en las pasiones, virtudes y defectos, un esplendor.