Le han dado material, fuerzas y esperanzas a la astronomía, a la tecnología aeroespacial y sobre todo han alimentado los sueños de muchos aficionados que han conocido de cerca dos rincones distantes del Sistema Solar, Saturno (y sus múltiples lunas) y Ceres, una rara avis en el Cinturón de Asteroides. Este año Cassini hará su último servicio estrellándose en Saturno, y Dawn seguirá hasta que agote su combustible.

Las sondas espaciales, por muy sofisticadas que sean, tienen un principio y un final. Olvídense de la Voyager, que vuela sola y eterna en los límites del Sistema Solar. Es una bala perdida en el vacío con información sobre la Tierra y los humanos que la fabricaron. Simplemente un recordatorio lejano y sin final de que estuvimos aquí. Puede que de haber vida inteligente algún día la encuentren, localicen la bola azul y vengan, pero quizás para entonces ya no estemos aquí, o nos hayamos extinguido. Mucho más importantes son las misiones diseñadas para conocer nuestro “barrio”, el Sistema Solar, cuyos límites aún ignoramos: media comunidad de astrónomos de todo el mundo busca el Planeta X o Noveno Planeta, un monstruo oscuro quizás tan grande como Júpiter que altera todos los cuerpos del Cinturón de Kuiper.

Las misiones Cassini y Dawn de la NASA fueron diseñadas para estudiar mejor el sistema saturnal, formado por Saturno y sus múltiples lunas, y también para conocer de cerca Ceres, un planetoide insertado en el Cinturón de Asteroides entre Marte y Júpiter y que puede ser lo poco que queda de un antiguo planeta en formación que no llegó a cuajar. Las dos misiones terminarán este año, pero de forma muy diferente: Cassini se “suicidará” en septiembre estrellándose en Saturno para enviarnos más información directa sobre el gigante después de estudiar a fondo sus anillos en un viaje final, y Dawn simplemente se convertirá en una luna artificial de Ceres cuando agote su combustible, supuestamente este mismo año, aunque sin una fecha concreta.

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El “Grand Finale” de Cassini

Cassini llegó a la órbitra de Saturno en 2004, y desde entonces no ha parado de enviar información de todo tipo sobre el gigante anillado. Su final llegará el 15 de septiembre, cuando haga una inmersión suicida sobre la atmósfera de Saturno, culminación de lo que en la NASA denominaron “Grand Finale”, un vuelo de 22 órbitas diferentes que llevará a la sonda mecanizada por los anillos internos del planeta a partir del 22 de abril, lo que nos obligará (afortunadamente) a volver a hablar de ella. A medida que se acerque al planeta enviará una oleada de datos clave para conocer mejor un planeta aún desconocido. La razón del suicidio hay que encontrarla en algo tan sencillo como que se está quedando sin combustible y la NASA quería evitar que pudiera caer sobre Titán o Encélado.

La agencia descubrió que Cassini había viajado hasta Saturno posiblemente con microbios terrestres adheridos, y sus componentes son contaminantes para entornos vírgenes como los lagos de hidrocarburos de Titán o los mares de Encélado. La NASA no quiere ni una sola huella humana sobre esas dos lunas de Saturno. Al menos hasta que lleguen las nuevas máquinas hacia estos dos mundos privilegiados donde podría haber vida extraterrestre. Esos dos mundos son parte del legado de la Cassini: hemos aprendido más de las dos lunas privilegiadas de Saturno con ella que en todo el tiempo anterior. Por eso su final debe ser igual de útil, porque cuando se maneja una máquina a 1.200 millones de km de la Tierra hay que pensar y programar hasta el último detalle.

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Imagen de Saturno y sus anillos tomada por Cassini (NASA)

Cuando la NASA la lanzó en 1997 tenía un objetivo muy claro: “ver” de cerca Saturno, sus lunas y anillos. Sus cámaras de alta definición, capaces de mapear y rastrear en diferentes frecuencias, han creado una imagen nítida de Saturno, han estudiado los anillos más famosos del Sistema Solar y ha descubierto nuevas lunas hasta ahora desconocidas. También exploró Titán y Encélado, el verdadero regalo de Saturno a la Humanidad, dos mundos activos que podrían ser futuro hogar para la especie porque albergan dos componentes clave: Titán es un paraíso para la química orgánica, con lagos de hidrocarburos (el carbono es la base de la vida biológica, por lo que no es descabellado pensar que allí se ha formado vida) y una temperatura más permisiva, y Encélado es un mundo blanco y helado, una gran bola de hielo compacta que alberga océanos enormes y profundos en su interior, quizás con más agua que en toda la superficie de la Tierra.

Cassini creó un gran mapa visual y de conocimiento astronómico sobre Saturno, un planeta clave en la formación del Sistema Solar junto con el otro “matón” del vecindario, Júpiter. Son gigantes de tal peso gravitatorio que incluso hacen bascular al Sol levemente. Es más, podrían ser los responsables de que en el Cinturón de Kuiper haya planetoides errantes que fueron parte de los anillos interiores del sistema pero que, literalmente, salieron rebotados por el efecto de la pareja Júpiter-Saturno. Su poder se siente incluso en la Tierra, que no cierra órbitas más cercanas al Sol gracias a que los gigantes hacen de contrapeso. La misión contó además con la colaboración de la Agencia Espacial Europea (ESA), que creó la sonda hermana Huygens.

Pero todo llega a su fin. La máquina se queda sin combustible y podría caer sobre las lunas, o sobre Saturno sin control. Así que para poder evitarlo decidieron programar su muerte, que fuera útil hasta el último momento. En noviembre pasado ya empezó el proceso: cambió su rumbo habitual para que pueda alcanzar una nueva órbita que la permita pasar por el anillo F, el más externo y alejado del gigante, y que todavía no había sido rastreado. En abril volverá a cambiar: usará Titán para hacer un efecto catapulta (aprovechar su fuerza gravitatoria para acelerar sin gasto de combustible y poder tener suficiente empuje para llegar donde debe) y acercarse de nuevo a Saturno. Hará un total de 22 órbitas al planeta, muy cercanas, entre los anillos internos y el gigante, tan cerca que jamás ninguna máquina ha estado allí. Será entonces cuando más datos envíe sobre el planeta, especialmente de las capas altas de su atmósfera y quizás información derivada sobre el núcleo.

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Dawn se apagará este año

La otra misión que finalizará es Dawn, mucho más modesta en pretensiones que Cassini pero que no ha parado de revelar detalles sobre cómo fue el pasado del Sistema Solar. Su tiempo final llegó, técnicamente, en junio de 2016, el límite de caducidad que le daban en la NASA, pero todavía conservaba combustible suficiente como para aguantar un año más. No obstante, 2017 será el final: cuando se quede sin energía se apagará, en estado latente, y se convertirá en un satélite artificial que orbitará sine die a Ceres, uno de esos mundos helados que encierran grandes sorpresas, como inmensos océanos subglaciares, por ejemplo. Dawn ha revelado muchos más detalles: hay cráteres que brillan en Ceres, tiene actividad bajo la superficie de hielo encostrado, posee criovolcanes activos (que expulsan hielo en lugar de lava) y su particular bamboleo orbital indica que bajo el suelo no es un bloque macizo de piedra, sino líquido. Y que superficie, además, tiene elementos orgánicos propios y no llegados con los meteoritos que lo han bombardeado.

A finales de 2016 se conocía el resultado de las investigaciones de la sonda Dawn que monitoriza Ceres, que determinó que alberga agua líquida en el interior, atrapada entre una superficie de roca y hielo muy compactada y un núcleo que quizás tenga cierta actividad. Segunda, que esa agua estuvo en la superficie en forma líquida en el pasado. El equipo del Instituto de Ciencia Planetaria de Arizona, colaborador con la NASA en la misión Dawn, acopló a la nave un instrumento que contabiliza neutrones en zonas determinadas, allí donde haya interés. Cuando la nave llegó a Ceres lo activó y logró abrir una puerta al pasado de este mundo helado, un trabajo publicado en la revista Science y que permite también conocer más del pasado del Sistema Solar, marcado en sus primeros tiempos por una constante de calor sobrante por la propia formación. El exceso de energía primigenio supuso que mundo que hoy están literalmente helados (como Marte o Ceres) recibieron grandes cantidades de energía durante un tiempo concreto.

Imagen cercana de Ceres (NASA)

Aquello fue suficiente para que el interior de Ceres se mantuviera caliente y el agua fluyera. Ese “mar” líquido se filtró lentamente hacia el interior, permitiendo crear zonas húmedas y zonas de roca separadas. Cuando el calor desapareció y el Sistema Solar se reajustó el agua se congeló y creó la actual configuración de Ceres, donde los minerales son “hidratados” desde el interior. Al decir esto significa que el agua está parcialmente encerrada dentro de esos minerales, igual que en el caso de la Tierra: en el manto interior de nuestro planeta moléculas de agua quedan encapsuladas por presión dentro de la roca, lo que supone que podría haber tanta agua bajo nuestros pies que en los océanos. No es agua pura: en realidad es una mezcla de agua con sales minerales y amoníaco, además de otros compuestos menores. Nadie podría beberse esa agua.

En Ceres se sabe porque Dawn estudia su superficie contabilizando los rayos gamma y neutrones que bombardean continuamente la corteza. Ese “reflejo” determina la cantidad de hidrógeno que tiene el hielo de agua y los minerales hidratados. Así la NASA sabe que hay agua. Una de las pruebas de esa agua congelada sometida a presión es el volcán de hielo de Ahuna Mons, un monte de 4.000 metros de altura y una base de 18 km que expulsa hielo en lugar de lava. Es lo que se denomina un criovolcán: funciona igual que un volcán terrestre típico, como una fisura tubular que expulsa materiales del interior del planeta hacia la superficie exterior después de un juego de presiones físicas inmensas que obligan a abrir una vía de escape para esos materiales. En el caso de un volcán de hielo esto sucede a muy bajas temperaturas, cuando el hielo fundido se eleva desde el interior y sale a la superficie en un estado semilíquido que por el frío se reconfigura como hielo sólido en el exterior.

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Ahuna Mons en Ceres (NASA)