La inauguración del Museo Ibero de Jaén nos sirve de excusa para tratar la iconografía y el legado artístico del pueblo determinante de la “gens hispanica”, disperso por media España y que gracias a estas nuevas instituciones artísticas y culturales permite protegerlo y divulgarlo.

IMÁGENES: Wikimedia Commons / Museo Ibero de Jaén

Imagen de portada: Fíbula celtíbera de Lancia

Esta vez vamos a mezclar arte, Historia y antropología, una tarea de divulgación que ha sido siempre una de las motivaciones de esta revista. Enseñarle a los potenciales lectores lo que no encuentra en muchos otros medios de comunicación. Y la ocasión que ofrece el Museo Ibero de Jaén (inaugurado en diciembre de 2017 y con 11.000 m2 de espacio expositivo) es una de las más claras, tanto por lo que supone de especialidad como de reconocimiento al pueblo que, como ha demostrado ya la ciencia, es la base genética de España junto con la de los celtas. Contra los mitos no hay nada como la ciencia: el ADN mayoritario, la base de lo que somos, no tiene nada de romano, árabe o visigodo. Fueron aportaciones no determinantes.

Un simple recordatorio biológico de lo que somos: celtíberos a los que, ocasionalmente se añadieron griegos, fenicios, hebreos, romanos, itálicos, árabes, bereberes y un puñado de visigodos. Este museo reúne lo mejor del arte ibero, la base de expresión plástica de un pueblo preindoeuropeo que conformó el mundo hispánico junto con otros llegados pero minoritarios (los vascos al norte, los tartésicos al sur), que le dio forma desde el Mediterráneo hacia el interior, el mismo que fue ocupado por los celtas cuando los indoeuropeos llegaron como una marea progresiva. Los iberos, como todo pueblo que se precie, desarrolló un amplio trabajo artístico como principal expresión de su universo cultural. El arte, desde un punto de vista antropológico, es el mejor vehículo para expresar lo que le importa a un pueblo, lo que le caracteriza, desde la religión a los usos y costumbres. Nace y se desarrolla como una necesidad expresiva que caracteriza a todo pueblo organizado.

Los iberos practicaron la escultura, la arquitectura, el arte funerario (una constante en la Antigüedad, uno de los campos donde más recursos se invertían), la alfarería, la pintura sobre cerámica y lo que comúnmente se han llamado “bronces votivos”, también vinculados con la religión. El Museo Ibero intenta hacer converger en sus salas parte de este arte, disperso por toda España, desde Andalucía a Cataluña, pero con especial presencia en una de las zonas históricamente más pobladas de la Península, el sur-sureste. El legado está repartido por múltiples instituciones, desde Madrid a Barcelona pasando por la larga lista de centros provinciales que intentan preservar del expolio y el olvido el arte ibero.

Los iberos ocuparon la costa mediterránea y Andalucía entre los siglos VI y I a. C, en una época previa a la dominación total de los romanos; fueron libres durante una primera etapa, hasta que la masiva presencia de griegos, fenicios, cartagineses y romanos terminó por sepultarles culturalmente. Eso sin contar con que el interior mesetario, el oeste y el norte de la Península fueron ocupados por una larga lista de pueblos célticos y de otras raíces indoeuropeas, además de una zona intermedia de fusión celtíbera en lo que hoy es el este de Castilla y sur de Aragón. Artística y culturalmente los iberos estuvieron expuestos a las influencias fenicias y helénicas desde el primer momento, además de su contacto, ya tardío, con los restos de lo que fue la cultura tartésica. No fue un pueblo monolítico: toda su existencia estuvo marcada por la diversidad de tribus y linajes que evitaron que tuvieran un mando único que podría haber consolidado su existencia frente a civilizaciones más fuertes.

Vaso celtíbero y Oso ibero de Porcuna

Su primera etapa (siglos VI – V a. C.) está marcada por el arcaísmo y la influencia de Tartessos, ya en pleno hundimiento, así como la presencia fenicia y de los navegantes griegos, y la creación de los primeros centros urbanos sobre colinas. La segunda (siglos IV – III a. C.) es el cénit de las ciudades iberas (concepción cuadrangular en la base urbana y doméstica, abandono del concepto de cabaña tribal) y la eclosión de todas sus formas artísticas propias, como la escultura icónica vinculada a la aristocracia y la religión; y un detalle importante, toman contacto con la cultura del metal de los indoeuropeos y con la escritura desarrollada por fenicios y griegos, si bien el idioma ibero no ha sido todavía descifrado.

La etapa final (siglos II – I a. C.) coincide con la gran marea cartaginesa y romana, que sucesivamente dominan, cuartean y sepultan la cultura ibera. Civilizaciones más fuertes, dinámicas y sobre todo agresivas que domeñan la red de ciudades iberas hasta conformar la cultura hispánica posterior. Su cultura, además, es descrita por los conquistadores culturales (griegos) y políticos (romanos); no tenemos un relato original de los iberos, aún intraducibles.

El arte ibero es pues un fiel reflejo de su identidad cultural, mucho más incluso que en otros pueblos, que volcaron parte de su identidad en la escritura (griegos y romanos sobre todo). Lo que queda claro es que la religión era esencial: a diferencia de sus vecinos, los iberos orbitaban por completo sobre la religión y la muerte, crearon sociedades oligárquicas (totalmente dominadas por la nobleza) muy complejas, diversas, divididas por regiones y linajes, pero que confluían en torno al culto funerario y de lo divino.

Tumba ibera de Azalia

El ritual funerario de la cremación y del enterramiento en túmulos constituyen casi la totalidad del arte decorativo y votivo que tenemos de los iberos, una ventana abierta al mundo cultural donde el arte se sometía a la necesidad ritual y religiosa. Era en el culto divino y mortuorio donde el arte ibero se explayaba por completo, dejando lo pragmático a un nivel menor, al contrario del mundo grecolatino. La escultura fue, con diferencia, una de las vías de expresión más claras. La mayor parte está realizada en piedra caliza y destinada a ser expuesta al aire libre; este tipo de material es fácil de trabajar en origen, y al ser expuesta a la erosión tiende a endurecerse, con lo que los artistas iberos se aseguraban cierto grado de permanencia.

La mayor parte de la iconografía era funeraria: los escultores tallaban y trabajaban para celebrar funerales, glorificar a la aristocracia a la que enterraban, y son omnipresentes en los yacimientos funerarios, basculando entre la iconografía humana (príncipes, diosas, damas, héroes) y la zoomórfica religiosa (que representaban a guardianes de tumbas y puentes con el mundo de los muertos, desde los toros propios del Mediterráneo a las influencias orientales de híbridos humano-animal o esfinges).

Alcanzaron además un grado de detalle y realismo muy superior al de otras culturas, y es muy factible que fuera la influencia helénica quienes les diera esta maestría. Como ejemplos destacan la Dama de Elche (siglo V a. C.), la Bicha de Balazote (mitad toro, mitad humano, del siglo VI a. C.), y las Damas de Baza y del Cerro de los Santos (ambas del siglo V a. C.). Las Damas son iconos mestizos de los iberos: estaban pintadas sobre caliza, llenas de joyas, operaban como recipientes funerarios (guardaban las cenizas de los muertos) y presentan muchos rasgos artísticos del Mediterráneo oriental.

Jarra celtíbera de Izana, Gran Dama Oferente y jinete en relieve de Osuna

Igualmente prominente desde el punto de vista artístico fue la alfarería y la pintura sobre cerámica, dos formas de expresión artística dominantes en toda cultura desarrollada y que en el Mediterráneo alcanzó cotas de sofisticación muy destacables. Los iberos no se apartaron de esta vía: la influencia de fenicios y griegos es evidente, pero también de la dominante cultura indoeuropea surgida en el centro del continente; la producción de cerámica sigue los cánones continentales, mientras que la decoración evolucionó mucho más: arrancó con motivos geométricos primitivos (comunes a muchas culturas) para evolucionar hacia la representación humana una vez que los fenicios y griegos aparecieron en su mundo. Desde el siglo III a. C. aparece también la vegetación, los animales e incluso la naturaleza. Destaca el grado de detalle realista que alcanzaron los pintores iberos, a lo que se une un alto grado de “fantasía artística”, es decir, que la libertad creativa era total y permitió a los iberos explayarse mucho más que en otras artes.

Todo este legado desaparecería lentamente, sepultado por otras culturas que entraron de forma diferente. Mientras que los griegos colonizaban puntos concretos y desde allí irradiaban su cultura y dominaban con el arte y las ideas, los fenicios barrían con las armas primero y domeñaban con el comercio después; los romanos, finalmente, combinaron ambas técnicas con una romanización a punta de espada, de leyes y de redefinición social y política. Curiosamente, sin embargo, fue Roma la que nos permitió postergar el olvido y detallar la cultura ibera: los romanos utilizaron la base social de las ciudades iberas para afianzar su poder, con lo que se limitaron a superponer cultura sobre cultura y de esa forma se conservaron tumbas, usos, costumbres y expresiones artísticas. Pero el tiempo no perdona: finalmente el mundo romano laminó todo, incluyendo un detalle clave, la falta de una “Piedra Rosetta” que permita traducir el ibero, la última etapa para poder comprender a este pueblo.

Bicha de Balazote

La dama, el príncipe, el héroe, la diosa

La colección del nuevo museo reúne piezas procedentes de todos los museos de Andalucía (donde más restos hay) y del resto de España. La mayoría de sus colecciones provienen del Museo de Jaén, así como de los yacimientos íberos del sur como Cerrillo Blanco (Porcuna), Cástulo (Linares), Puente Tablas (Jaén), Cerro del Pajarillo (Huelma) o la cámara sepulcral de Toya. Del mismo modo se seleccionarán objetos íberos de los museos arqueológicos de Almería, Sevilla, Córdoba, Granada y Linares. Desde la inauguración está presente la exposición temporal ‘La dama, el príncipe, el héroe, la diosa’, los cuatro personajes prototípicos de la cultura íbera, y que sirve de guía para el público para iniciarles en el conocimiento del legado artístico ibero. El concepto de Dama arranca con el siglo XIX, cuando aparece la Dama de Elche, uno de los símbolos culturales de este pueblo, e iconografía habitual.

El príncipe era el símbolo masculino, el aristócrata vinculado siempre a clanes que luchan entre sí, y que protagoniza la leyenda y la Historia de los iberos, conectado a su vez con la figura del héroe, figura de trasfondo en todo el Mediterráneo, y que entre los iberos también figura como símbolo de valentía y poder, igual que las Damas lo son para la parte femenina de la cultura ibera, como demuestra el monumento escultórico de Cerrillo Blanco y en 1994 con el hallazgo del Heroon del Pajarillo. Finalmente la diosa: como muchas otras culturas preindoeuropeas mediterráneas, que no tenían un componente masculino dominante en su religión, la divinidad femenina era omnipresente y estaba vinculada a la fertilidad, sinónimo de la vida y la protección del hogar y la familia. Eran también puente entre el mundo terrenal y el divino, y que entre los iberos era determinante.

Dama de Elche