Extraño, bizarro, adelantado de su tiempo pero también un antiguo entre modernos, Hyeronimus van Aeken, El Bosco, es una de las grandes apuestas culturales de 2016, cuando El Prado recupere desde hoy (hasta el 11 de septiembre) lo mejor de este pintor, dibujante y grabador que creó mundos imposibles capaces de subyugar a miles de personas 500 años después de hacerlo en su tiempo.

Cuenta la leyenda que en los últimos años de vida Felipe II, enclaustrado en el monasterio de San Lorenzo del Escorial, observaba enfebrecido los cuadros de El Bosco que poseía como si fueran llaves místicas hacia el Paraíso y la divinidad. El rey que era emperador sin serlo oficialmente era un ultracatólico místico como ha habido pocos, defensor de la Fe y un esotérico que gastó fortunas en alquimistas, oráculos y todo tipo de teólogos para esa obsesión. En el camino descubrió la obra de El Bosco (fallecido mucho antes), y la atesoró, coleccionó, diseccionó y poseyó como un paranoico obseso imbuido de ese espíritu irreal, fantasioso, moralizante, épico, milagroso, místico, excesivo, desubicado del mundo y del tiempo. Por eso hoy El Prado tiene el grueso de su obra. Un hombre llamado Hyeronimus van Aeken que terminó por apellidarse Bosch por su pueblo (en un gran bosque), como si anticipara su espíritu frondoso y oscuro. E imitado: hoy en día sólo se reconocen como propias 20 pinturas y ocho dibujos, el resto son producto de discípulos e imitadores. Tal fue su influencia.

El Bosco fue una rara avis a todas luces, un superviviente de tiempos antiguos que no encajaba en los nuevos tiempos. Su obra era para el Renacimiento lo que un motor de vapor para un superdeportivo moderno: una incongruencia inútil. No ejercía las técnicas renacentistas, no buscaba proyecciones, ni dar forma. Fue el último de los góticos cuando ya nadie ansiaba serlo, y su mundo era un oasis simbólico, místico y espiritual que ya no casaba con el nuevo modelo cultural y humano. Fue un ser totalmente incrustado en la psique medieval que usaba su pintura como espejos moralizantes que ansiaban valores y virtudes divinas en un mundo gris y grotesco, lejos, muy lejos, de la modernidad del modelo renacentista de luz, color, forma, racionalidad y humanismo. La Humanidad es pecadora, y sólo a través de la elevación de los valores prístinos puede encontrar el camino de elevación. Pero es que lo mejor de ese camino es el propio arte: sus cuadros propios de alucinación.

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El carro de heno

El suyo fue otro culto humano, el de ese otro lado que durante mil años había sido la vara de medir en tiempos oscuros: Dios, la religión, la mística, la simbología, los trucos, los juegos de apariencias, como si sus cuadros fueran como esos frescos vivos que daban forma a las iglesias y catedrales para que el pueblo “leyera” en la piedra con imágenes. Eso fue El Bosco: un dinosaurio rodeado de nuevos mamíferos que todavía no sabía que se había extinguido. Y sin embargo no fue eso tampoco. Si hoy en día hay turistas que viajan cientos de km para poder ver esos cuadros es por algo. Es porque su estilo y su universo artístico e icónico ha conectado con esa otra parte de lo contemporáneo, el de la épica, la fantasía y el revival continuo que sufre nuestra civilización occidental con su pasado medieval.

A un artista como El Bosco, tan legendario como conocido por el gran público (mucha gente reconoce sus obras incluso de lejos entre otros parecidos, quizás con la excepción de Brueghel el Viejo), hay que ponerlo en su contexto, cierto, pero también hay que proyectarle y conectarle con nuestro tiempo para saber qué podemos extraer de él más allá de lo meramente educativo. Es un buen ejercicio de proyección, sea realista o no. Por ejemplo, Velázquez en su etapa madura como precursor del retrato psicológico hiperrealista y humano, y en su fase final como iniciador de la sencillez económica de trazos. Algunos de sus cuadros casi parecen impresionistas. Goya como antecesor claro del expresionismo, el existencialismo y de buena parte de las ideas estéticas del siglo XX. Y El Bosco como un claro antecesor del surrealismo daliniano, por ejemplo, o del cómic posmoderno o incluso de la literatura fantástica de la segunda mitad del siglo XX. Historia cíclica, arte cíclico. Y El Bosco siempre presente.

Detalles de obras de El Bosco (de izquierda a derecha): tormentos del infierno, una de las escenas del paraíso y finalmente otra escena de ‘El Juicio Final’

Estéticamente El Bosco fue un producto de la escuela flamenca del gótico tardío, que todavía tendría influencia y peso en la pintura flamenca del siglo XVI y XVII en cuanto a texturas, color y tonos. Pintaba directamente, corrigiendo quizás sobre la marcha, pero antes de eso trazaba un plan concienzudo de lo que iba a hacer. También desarrolló colores y tonalidades especiales que superaron a los de sus contemporáneos. El arte medieval de la fase final de este periodo tuvo una tendencia cada vez más marcada por el realismo formal dentro de la temática religiosa. Fue una anomalía en esa tendencia: estéticamente asumió parámetros góticos y medievales y a partir de formas algo más realistas planteó una obra simbólica sin atisbo de realismo. Sus pinturas están plagadas de lo grotesco, como una conexión del mundo de ‘Gargantúa y Pantagruel’; la fealdad, lo grotesco e infernal, el humor negro y cruel, sarcástico, persiste en una era en la que todos tienden hacia el hedonismo y la alegría de vivir, la nueva era en la que la cruz y la Fe ya no son la vara de medir, sino el ser humano.

El Bosco es un moralizador que alerta de los vicios y pecados a través de monstruos y fealdades (un formato llamado “drollerie”, surgido en los libros ilustrados monacales y que él los lleva a la pintura), proyecta imágenes celestiales tan fantásticas que son incluso más irreales que las canónicas, y de hecho no tienen nada que ver con los usos de representación de la Iglesia. Sus santos son casi caricaturas endebles que generan compasión. Porque si el santo sufre, el pobre creyente común más todavía. Todo el bestiario medieval es parte de sus recursos, incluso inventando nuevos seres surgidos de su imaginación. El primer paso fue tirar de tradición, pero el segundo fue crear toda una fauna y flora nueva a partir de su imaginación. La cima absoluta será el tríptico del ‘Jardín de las Delicias’, donde Cielo, Infierno y quizás Purgatorio son representados a su manera, la cumbre absoluta de su estética y letra moral. Nunca antes un artista (y quizás mucho después, hasta Dalí) alcanzó ese punto de fantasía descarrilada, libre y absoluta, fuera del tiempo, del mundo. Y todo tiene un mensaje: cada escena, criatura o personaje son representación de proverbios morales de su época, una era de cambio absoluto en Europa. Lo dicho, un último mohicano en toda regla.

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Detalle de ‘El Jardín de las Delicias’ 

Lo que veremos en la exposición

La exposición (hasta el 11 de septiembre) se dividirá en cinco secciones de carácter temático a las que se añade una sexta sección dedicada a los dibujos. Como introducción, se situará al pintor y a su obra en su ciudad natal junto a los otros artistas de su época como Alart du Hameel o Adriaen van Wessel. La última sección, denominada ‘Después del Bosco’, la formarán obras en las que se evidencian la influencia que el pintor ejerció tras su muerte a lo largo del siglo XVI. Todo el catálogo de obras incluye pinturas, miniaturas, dibujos, entalladuras, grabados a buril, en los que se representan algunos de los temas abordados por él, bien como antecedente, en paralelo y en algún caso como fuente, a fin de que se puede llegar a comprender mejor el trasfondo en el que se gestaron las pinturas del Bosco o la personalidad de alguno de sus comitentes como Engelberto II de Nassau.

Todo acumulado gracias a los fondos del Museo del Prado, trípticos creados por el Bosco, incluyendo el préstamo excepcional del ‘Tríptico de las Tentaciones de San Antonio’ del Museo de Arte Antiga de Lisboa, y otros procedentes de la Albertina y el Kunsthistorisches Museum de Viena, el Museum of Fine Arts de Boston, The Metropolitan Museum of Art de Nueva York, la National Gallery de Washington, el Musée du Louvre de París o el Polo Museale del Veneto de Venecia, entre otros. La exposición reunirá el repertorio más completo de la pintura, dibujos y tapices del artista, uno de los más enigmáticos e influyentes pintores del renacimiento europeo ligado al extraordinario gusto coleccionista por los primitivos flamencos de Felipe II. Como complemento a la muestra se desarrollará un extenso programa de actividades paralelas que incluye la producción de una película documental sobre el Bosco.

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Las tentaciones de San Antonio

Biografía de El Bosco

La biografía de El Bosco es tan escurridiza como la semántica de sus símbolos y creaciones. Nacido en 1450 y muerto en 1516, fue un neerlandés de pro previo a la Reforma, un católico al estilo norteño antes de que éste tipo de religiosidad fuera laminada por el protestantismo. Nació como Hieronymus van Aeken, luego Hieronymus Bosch y finalmente El Bosco para los españoles. Nació en una familia de pintores originaria del oeste de Alemania que se remontaban tres generaciones en el cultivo del arte, así que tuvo grandes precursores. Un detalle: con el tiempo se cambió el apellido porque sólo el hermano mayor tenía derecho, por reglas del gremio de pintores de entonces, a usarlo en las firmas. No obstante el cambio ya no sería hasta bien avanzada su vida. Se supone que aprendió en el taller familiar a pintar incluso después de la muerte de su padre, ya que él y su hermano continuaron el negocio. Se sabe que en 1485 ya era famoso en su región, y más importante, estaba casado con una burguesa flamenca que le permitió subir en la escala social y despreocuparse del trabajo diario para centrarse en la pintura.

En esa década ingresó en la Hermandad de Nuestra Señora, de laicos adoradores de la Virgen María, lo que asentó su papel social y también algunos encargos profesionales. Ya entonces era un devoto místico, purista (no puritano) que congeniaría bien con la Reforma de haberla vivido. Y eso se representó en su obra. Con la llegada del nuevo siglo se le pierde la pista, un tiempo en el que quizás siguió creando pero que también viajó al norte de Italia, porque en Venecia existen piezas suyas. La influencia italiana se dejó sentir porque sus formas góticas se suavizaron hacia obras más abiertas a las corrientes del sur. De la etapa final de su vida se sabe que continuó su trabajo en su ciudad natal hasta su muerte, cuando aparecen datos de importantes funerales organizados por la Hermandad.

Extracción de la piedra de la locura

El Infierno