Una vez más hay que cambiar las ideas, al menos hasta que no se descubra el siguiente giro en las teorías sobre la evolución humana. El último gran giro es el Homo Naledi, el nombre de la nueva especie de homínido hallado en una sima de huesos en Sudáfrica.
Una cueva de Sudáfrica ha vuelto a poner patas arriba el compendio de teorías sobre la Evolución Humana y sus múltiples variantes y evoluciones paralelas. La historia del ser humano como especie es larga (varios millones de años) y muy compleja, con sucesivas especies progresivamente más avanzadas que al salir de África generaban a su vez otras ramas particulares (como el Neandertal en Europa y parte de Asia). Todo ello hace que sea un puzzle inmenso donde las piezas a veces no encajan y hay que cambiarlas. Eso sin olvidar que la gran obsesión de la paleontología es dar por fin con los sucesivos eslabones perdidos que permitan hacer un dibujo completo de nuestra evolución.
El último golpe de timón llegó este jueves pasado cuando un grupo de antropólogos y paleontólogos de varios centros de investigación (coordinados desde la Universidad de Witwatersrand) encontraron en la cueva Rising Star una sima con fósiles de once individuos de una nueva especie de homínido al que denominaron Homo Naledi. Todo por los aires otra vez. Hay que saber por qué surgió una especie nueva, en qué punto cronológico hay que colocarla y qué influencia pudo tener en la evolución. De momento el Naledi demuestra que nuestra especie, mejor dicho, el tronco evolutivo de nuestra especie actual, es mucho más diverso de lo que se creía y tuvo más vías muertas o especies paralelas a la que nos dio forma actual.
Pero la razón misma del gran cambio es la sima donde se encontró: no se trata de una acumulación aleatoria, sino que estamos ante un enterramiento ritualizado en toda regla ya que la sima es de muy difícil acceso, elegida quizás por lo recóndito en el interior de la cueva, en tinieblas, y con una entrada parecida a la boca de un buzón, alargada y estrecha. No hay rastros de inundaciones ni de animales que hubieran podido meter ahí los cadáveres para no compartirlos con otros depredadores. Además los huesos corresponden a adultos, hombres, mujeres, niños y ancianos. Y no hay signos aparentes de gran violencia (como en el caso de Atapuerca, donde se han documentado lo que parecen asesinatos e incluso canibalismo). Esos cuerpos estaban ahí porque habían fallecido y su comunidad decidió “enterrarlos” allí.
Cráneos de los fósiles hallados en Sudáfrica
Pero hay un par de detalles que nos obligan a esperar: para empezar no se ha podido datar con carbono 14 los huesos, la publicación del hallazgo coincide con un importante congreso de antropología en Londres y el detalle del ritual funerario es muy confuso. Desde España algunas voces más que acreditadas, como Juan Luis Arsuaga, codirector del yacimiento de Atapuerca, apunta que la zona de depósito de los cadáveres bien podría haber tenido otros accesos en el pasado que habrían hecho mucho más fácil acceder. Se deduce que el Homo Naledi depositó los cadáveres de al menos quince de sus compañeros de grupo en una parte concreta de esa cueva por una razón social, es decir, religiosa. Pero si bien toda la comunidad científica entiende que es un hallazgo sensacional, tienen muchas reservas. No sería la primera vez que jugar con los huesos da disgustos. Y tampoco sería la primera vez, como apuntaba Arsuaga, que hay que cambiar el pasado, que nunca ha estado precisamente tallado en piedra.
Es, de largo, el mayor descubrimiento nunca encontrado junto con los de Atapuerca, ya que acumula en estos momentos cerca de 1.550 fósiles (de hecho hay varios de ellos por cada hueso de la especie, lo que supone un lujo para científicos acostumbrados a trabajar a veces sólo con un puñado de dientes y trozos sueltos de mandíbulas) que podrían tener más de 2,5 millones de años desde que fueran hallados los primeros en 2013. Dos años más tarde ya queda claro que habían dado con una de esas puertas que obligan a replantearse casi todo. Para empezar los usos funerarios, que se creían cosa solo de los Homos Sapiens, pero está visto que no. De momento no se ha podido datar con exactitud su antigüedad pero podría tratarse de un eslabón intermedio capaz de conectar definitivamente al Australopiteco con los Homo posteriores.
El Homo Naledi tiene rasgos intermedios entre los homínidos primitivos y los humanos, suficiente para que podamos insertarlos como uno de los eslabones de la cadena evolutiva. La correlación cerebro-cuerpo se mantiene igual que en otros estados intermedios primitivos: anatomía ancha y esbelta, sin demasiada altura (1,50 metros) y muy fibrosos (rondarían entre los 40 y los 50 kg de peso), con un cerebro pequeño (aproximadamente del tamaño de una naranja grande) y un comportamiento más evolucionado que otros anteriores. Sin embargo había un rasgo diferente: parte de su cuerpo mantenía los rasgos simiescos, sobre todo la mitad superior, mientras que el cráneo, los dientes, y determinados huesos de las manos que dan a entender que eran mucho más sofisticadas y polivalentes; detalles que eran más propios de otros eslabones clave por el salto evolutivo como el de los Homo Habilis. Bajo estas líneas, el recuento de huesos de la nueva especie.
¿El punto intermedio entre Australopitecos y los Homo Habilis?
La nueva especie es todo un desafío. Por sus características de lejos los habríamos confundido con chimpancés grandes y raramente erguidos, pero mucho más cerca habríamos sentido una punzada entre sorpresa y miedo: sus rostros tenían ya mucho de humanos y, lo que es todavía más importante, sus pulgares habían evolucionado hasta la posición en la que los tenemos nosotros, imprescindible para poder fabricar y usar herramientas. Su morfología los colocaría justo después de los Australopitecos y antes de los Homo, un eslabón perdido y recuperado. Pero es sólo una suposición.
Supuestamente la cadena sería así: Australopitecos, Homo Erectus y Homo Habilis. En algún momento entre el simiesco primerizo y los otros dos, por sus comparativas, debería estar el Homo Naledi, que quizás fuera un paso intermedio entre uno y otro. Por esa situación evolutiva tendrían como mínimo dos millones de años de antigüedad y serían la clave. Otra opción es que en realidad los fósiles encontrados, en demasiado buen estado de conservación, fueran en realidad mucho más modernos y apenas tuvieran entre 150.000 y 100.000 años, y que la especie hubiera evolucionado aislada del resto de movimientos evolutivos, al margen del tronco central del que surgiría finalmente el Homo Sapiens. No sería la primera vez, ya que el Homo Floresiensis es un buen ejemplo de cómo una variante evolutiva sobrevive durante mucho tiempo y en su etapa final fue contemporáneo de los Sapiens. Su particular anatomía bien podría ser una demostración de una rama o vía muerta desde el tronco central. En un caso u otro, ya sea un eslabón perdido o una vía paralela, la ciencia ha tenido que resetearse para dar en la tecla de nuevo.
Cambios en la percepción de la Evolcuión: el Homo Erectus no estaba solo
Como hemos dicho, no es la primera vez que hay que cambiarlo todo. La conexión entre el Nadeli y el Erectus bien podría ser mucho más profunda. En Kenia se descubrió en 2012 que el segundo tuvo que compartir recursos y espacio en África con otras dos especies de homínidos hermanas. En el norte de Kenia y a lo largo del valle del Rift, en la zona del lago Turkana, quizás la cuna de nuestra especie y de muchas otras por sus privilegiadas condiciones geográficas, los paleontólogos Meave Leakey y Louise Leakey, su hija, descubrieron a partir de un cráneo y dos mandíbulas que hubo varios tipos de homínidos superiores que coexistieron en paralelo, incluso en la misma zona, pero que lentamente fueron cayendo hasta quedar el mejor preparado para la supervivencia. Esto supone reorganizar la evolución en una horquilla que oscila entre 1,78 millones y 1,96 millones de años.
El equipo que lidera Meave desenterró entre 2007 y 2009 un cráneo y dos mandíbulas inferiores, una completa y otra parcial, al este del Lago Turkana. Pero había otra piezas del puzzle: en 1972, los investigadores del Proyecto Koobi Fora Research (KFRP), encabezado por Meave Leakey y su hija, Louise, descubrieron el fósil de un cráneo, que fue bautizado como KNM-ER 1470 y que perteneció a un espécimen con un cerebro grande y cara alargada. La clave está para el Pleistoceno, y la pregunta también: ¿cuántas especies coexistieron con el Homo Erectus?
Cráneo de la especie de Meave Leakey
Las tres piezas fósiles planteaban, por sus diferencias, varias preguntas que fueron solventadas por la vía rápida en aquella época: eran malformaciones, o bien cambios anatómicos por cuestiones de género. Otros dijeron que no, que no eran simples variaciones, sino que se trataba de otra especie a la que llamaron Homo Rudolfensis. A esta idea se le unía otra postura, la que considera que el Homo Erectus y el Homo Habilis también coexistieron. Esto dejaba el árbol humano muy frondoso: varias ramas simultáneas que debieron competir por los recursos. Quizás incluso llegaron a mezclarse genéticamente.
Cuarenta años después se ha confirmado que, en efecto, la respuesta más cercana a la realidad era la más compleja. El problema para determinar si era una nueva especie o no caía en la cuenta de que ni había dientes ni otras piezas fundamentales a la hora de determinar los orígenes en los huesos. Además, no habían encontrado más fósiles parecidos, por lo que la comunidad científica lo dejó todo en el aire, con la idea de que era una mutación. Pero ahora se aclara la situación, que es todavía más compleja que antes: no somos descendientes de una línea central, sino que el caso de los Neandertales, especie paralelas, fue mucho más común y quizás la clave de nuestra evolución.