No es la primera vez que hablamos de la minería espacial, que tiene hoy más tintes de ciencia-ficción que de realidad, pero como tantos otros desafíos de la mente humana, sólo es cuestión de tiempo y desarrollo tecnológico. Mucho más cuando detrás hay, literalmente, cientos de miles de millones de euros. Explotar las casi infinitas reservas mineras que hay sólo en nuestro Sistema Solar es demasiado atractivo y lucrativo como para que el capitalismo no agarre con fuerza a la ciencia astronómica.

Eliges un asteroide. Lo atrapas en una órbita cercana o bien viajas hasta él, lo explotas, y con los beneficios financias el siguiente salto. Una especie saqueadora, lo que siempre ha sido el ser humano pero ahora a escala mayor. Repetir el mismo ciclo de exploración, explotación y negocio que ha caracterizado a nuestra especie en la Tierra, pero en esta ocasión en el vacío y sin alterar mundos ya creados, porque los asteroides, salvo que se detectara vida microbiana en ellos, son trozos muertos de materia. Necesitarían además la creación de colonias humanas estables que trabajaran en ellos junto con la maquinaria robótica imprescindible. No hablamos de miles de mineros, quizás sólo hicieran falta unas cuantas decenas, pero sería suficiente para iniciar la expansión por el Sistema Solar, donde hay millones de potenciales candidatos.

Poderoso caballero es don dinero, decía Quevedo, y precisamente el poder comercial es uno de los acicates de la minería espacial, una disciplina que no sale todavía de los libros de ciencia-ficción pero que tendrá un papel fundamental en el futuro humano. Estudiar los asteroides, además, permitiría ayudar a la Tierra: más riqueza, más oportunidades, reducir el peligro de un impacto contra el planeta, o un buen sustituto de recursos una vez que la Tierra deje de ser la fuente inagotable o, al menos, el santuario que debería ser. Dejar de explotar nuestro planeta para recuperar su plenitud vegetal y biológica mientras nosotros devoramos el resto del Sistema Solar es una idea más que atractiva para llevarla a cabo.

Es ciencia-ficción, pero podría ser una realidad en un futuro no tan lejano

Pero el salto ya ha empezado. Compañías nuevas o antiguas ya se mueven hacia ese escenario. Lo hacen creando planes corporativos que miran a la Luna, Marte o el propio Cinturón de Asteroides interior de nuestro vecindario. Como avisan muchos astrónomos, algunas empresas ya financian estudios astronómicos muy concretos sobre asteroides y geofísica planetaria para saber exactamente qué es explotable y qué no lo es. Se basan en la catalogación astronómica de los asteroides, muy interesados en su composición mineral, donde puede haber desde bloques de hierro puro a todo tipo de metales raros que son más valiosos que el petróleo o el oro.

Hay dos planteamientos teóricos. Primero: capturar los asteroides y llevarlos a órbitas cercanas donde sea menos costoso y problemático, como alrededor de la Luna, por ejemplo; explotarlos y empezar la lenta tarea de separar materiales con la ventaja de la falta de gravedad y presión que hace tan arriesgada la minería tradicional en la Tierra. Segundo: recrear el modelo de salto de isla en isla de la colonización de los siglos XVI y XVII a una escala redimensionada, usando cada asteroide como paso previo al siguiente salto, utilizando los recursos de uno para aprovisionar y lanzar la conquista del siguiente.

Ese modelo impondría, además, una reducción de costes: no se trataría de lanzar una nave nueva por cada objetivo, sino aprovechar lo que se encuentre para reciclar, construir y preparar nuevos proyectos y saltos a otros asteroides. De esa manera se podría reducir el nivel de costes. Muchos de esos cuerpos encierran agua congelada, que permitiría separar hidrógeno y oxígeno para crear combustible suficiente y así producir energía, aumentada por el uso de la energía solar, que a diferencia de en la Tierra, sería viable todo el tiempo sin obstáculos. En realidad, de fondo, palpita el mismo método colonizador usado durante siglos: largos viajes donde los recursos necesarios para seguir o regresar salían de lo que se conseguía en el destino o en el trayecto mismo. Y para ello es fundamental el reciclaje, la explotación minera e incluso el uso masivo de impresoras 3D a un nivel no visto antes. Eso sí, usando los recursos que encontremos allí donde vayamos.

Aunque suena a largo plazo en realidad ya empezó. La misión japonesa Hayabusa ya ha sido capaz de recoger muestras del asteroide Itokawa y se dispone a regresar a la Tierra. Y su segunda versión, Hayabusa 2, llegó hace poco a Ryugu y hará lo mismo pero con un sistema más sofisticado. La NASA ya tiene en marcha la suya, OSIRIS-REx, que tiene en la diana a Bennu, muy especial por varios motivos, entre ellos que su trayectoria se cruza con la órbita terrestre. Una vez que haya orbitado y analizado este asteroide, la sonda regresará a la Tierra para liberar el material encapsulado. Si tenemos en cuenta que hay cientos de millones de objetos sólidos en el Cinturón de Asteroides y que muchos satélites de Júpiter y Saturno encierran grandes cantidades de agua (más incluso que la que tiene la Tierra) el horizonte es inmenso.

No hay que olvidar que salvo que la minería sea capaz de perforar la corteza terrestre más allá de sus límites, directos hacia el manto interno, las reservas conocidas de determinados compuestos (zinc, plata, estaño, cobalto, platino, oro, indio, cobre..) podrían acabarse antes de que terminara el siglo. Así pues la vía está abierta. Hay mundos que pueden ser auténticas minas de agua (el oro del presente y del futuro), metales raros de hallar en la Tierra que son clave para las nuevas tecnologías pero que ahí fuera vagan sin explotar quizás por millones de toneladas, oro, diamantes… e incluso los denostados combustibles fósiles. No hay que olvidar que en Titán, una de las lunas de Saturno, llueve metano y hay lagos de compuestos con base de carbono parecidos al petróleo. Tampoco que en Venus hay una enorme variedad de sulfuros en la atmósfera que podrían ser utilizados también en la industria. El abanico de posibilidades es casi infinito.

La clase M: los objetos perfectos

Hay más de 20.000 cuerpos reconocidos y catalogados (una ínfima parte del total en el Sistema Solar) libres y en riesgo de corte con nuestra órbita planetaria. Eso sin contar con el Cinturón de Asteroides, donde se concentran cientos de miles, quizás millones, de cuerpos con tamaños que van desde unos cuantos metros hasta diámetros de varios kilómetros. La NASA, en colaboración con el resto de agencias espaciales e instituciones astronómicas, vigilan de cerca de estos lobos solitarios que nos rondan: de momento se ha identificado a los más grandes, los 981 “problemáticos”, aunque faltan algunos más. Piensen que sólo en el Cinturón de Asteroides (base del cálculo realizado por la NASA sobre el valor de explotación) hay varios millones de cuerpos esperando.

Pero a la minería espacial no le vale cualquier cuerpo. Los perfectos son los asteroides de clase M, la tercera más numerosa y que en su gran mayoría se componen de aleaciones de hierro y níquel. Hagamos un cálculo práctico a partir de los estudios de la Universidad de Arizona (EEUU) en este campo: un asteroide de 2,5 km de diámetro como el 3554 Amón podría alcanzar un precio de unos 87.000 millones de dólares. Es pequeño comparado con otros de hasta 100 km de diámetro, que tendrían núcleos de puro metal sin inserciones de roca, y cuyo valor podría superar el billón (europeo) de dólares. La clase S, minoritaria (menos del 20% del total) también son interesantes, pero por otros motivos: su composición básica es de silicatos, con inserciones de magnesio, níquel, platino, oro… e incluso agua atrapada en las rocas internas. Aquí los tamaños son todavía mayores: por encima de los 200 km de diámetro. Pero en el vacío serían fácilmente remolcables con la tecnología adecuada.

Dinero, ciencia y colonización

El cálculo mercantil es sobrecogedor: más de 100 billones (con b, con medida europea, es decir, 100.000.000.000.000.000 millones) de euros esperan ahí fuera. Vamos a hacerlo un poco más individual y cercano: 100.000 millones de euros por cada humano. El mayor negocio conocido jamás por forma de vida alguna. Más dinero todo el generado por la revolución industrial del siglo XIX y los sucesivos saltos del siglo XX. Si incluimos los planetas susceptibles de colonización directa, como Marte, podríamos suponer que más que todo lo generado comercialmente por la Humanidad en su historia conocida desde la Antigüedad.

Y el proceso empezó ya incluso a nivel legal. En EEUU el comercio y los negocios son la verdadera religión, razón por la cual se atrevieron a aprobar la Space Act, que pasa por encima del universalista Tratado de Espacio Exterior acordado décadas atrás. La intención es tomar la delantera a los rivales por ese negocio. Esa ley establece que “el primero que llega se lo queda todo”. Y no se trataba de algo secreto: como todo trámite legal en EEUU, era de dominio público y había acceso a los detalles. Es un negocio a diez años vista, para el que la NASA y la ESA europea desarrollan tecnologías relativamente baratas y aplicables.

La explotación además no sería del todo pública. Hay un proyecto en marcha entre Larry Page (Google), Erick Schmidt y el director de cine James Cameron para usar naves robóticas para extraer oro y platino de los asteroides. Para ello hacen falta telescopios privados, naves automatizadas, un depósito de combustible orbital (no antes de 2020) y misiones de transporte hacia la Tierra para su procesamiento. El plan es muy ambicioso, pero la NASA y otras agencias apuntan un problema: para conseguir dos onzas de oro haría falta una inversión final de 1.000 millones de dólares. Buen intento, pero todavía queda algo de tiempo, inversión y sobre todo muchos más socios.

No obstante, en gran medida desconocemos el volumen de cuerpos rocosos y lo que encierran. Un ejemplo de que todo lo concebido se hace añicos cuando la realidad lo desdibuja es el cometa Happy Hour (Hora Feliz). Su característica era que en su órbita cerca del Sol, cuando los cometas se “encienden” como fósforos, liberaba millones de litros de alcohol puro. También hay asteroides que al ser observados con el instrumental adecuado revelan auténticas minas flotantes: los hay que son cúmulos de diamantes con más cantidad que todo lo que se haya extraído en toda la Historia de la minería junta, otros son puro silicio, o encierran en su interior tanto oro como el que se extrae de las minas de Sudáfrica en una década… e incluso rocas que funcionan como neveras y atesoran el mayor recurso imaginable en el espacio, agua aprisionada y/o congelada.

Hasta ahora la tecnología no permitía alcanzar esos tesoros libres y sin dueño aparente. Están ahí y, al igual que en la Tierra, los recursos quedan en manos de quien los explota. De ahí la iniciativa de EEUU y su Space Act. Las consecuencias económicas son además como una bomba: una veta de diamantes (que tiene múltiples usos tecnológicos, desde puntas de tallado de minerales y metales a condicionante climático en forma de polvo dispersado en la atmósfera, en teoría) de varios cientos de miles de toneladas alteraría el precio internacional. Literalmente se desplomaría, con lo que toda la industria tradicional se iría al traste: si controlas la mayoría de recursos impones tu precio a los demás, posibilitas avances tecnológicos que antes no eran factibles por los costes y, de facto, controlas una industria completa. El consorcio que controlara esa veta mandaría a la indigencia varios miles de años de orfebrería, minería y sectores indirectos.

La tecnología minera: in situ o captura de asteroides

Hay dos opciones. Primero, extracción in situ allí donde esté el asteroide, satélite o cuerpo rocoso que vaya a ser explotado. Esto supondría la mayoría de las veces un viaje de meses, años, y una serie de condicionantes tecnológicos que hoy no son viables o tremendamente costosos. En realidad no enviaríamos humanos, sino máquinas, pero aún así la capacidad tecnológica hace extremadamente complicado mandar una nave minera a, por ejemplo, Phobos (satélite de Marte), y traer de vuelta a la Tierra miles de toneladas de materias primas. Es más bien el aspecto futuro. Así que hay una segunda opción: “cazar” asteroides de un tamaño no superior a los 200 metros con redes electromagnéticas, cables ultrarresistentes, y tirar de ellos hacia órbitas seguras y fácilmente alcanzables por máquinas y humanos, bien alrededor de la Tierra o la Luna (más segura). En estos momentos esta tecnología ya es factible y se estudia incluso como vía para evitar impactos de asteroides contra la Tierra.

Hay opciones aparte del remolcado. Por ejemplo la Misión NEO (NASA) que capturará asteroides, los sacará de su órbita y arrastrará a otro punto seguro para estudiarlo. El propósito final es poder enviar una sonda robótica que, literalmente, agarre el asteroide y mediante propulsores lo lleve consigo fuera de su trayectoria hacia el espacio que hay entre nosotros y la Luna. La razón de ese lugar es sencilla: el asteroide estaría a la distancia perfecta para la cápsula Orion y los nuevos cohetes que sustituirán a los viejos transbordadores espaciales ya retirados. El despliegue de la misión está previsto para 2021, pero habrá que esperar a 2025 para el primer intento, ya que la Orion debe ser probada antes, los cohetes utilizados para saber su rendimiento real y así no saltarse los planes diseñados por la NASA. Para más adelante el sistema se repetiría para llevar ese asteroide hasta las cercanías de Marte, quizás para 2030 y con la intención de usarlo como punto intermedio para esa obsesión roja que tienen todas las agencias espaciales. Y quizás, incluso, empezar la explotación minera de Marte, el siguiente nivel.