A un lado Elon Musk, al otro, Jeff Bezos, dos empresarios de Silicon Valley, cada uno con un ego desmedido y muchas ganas de forjar el futuro de la exploración espacial. Un pulso entre SpaceX y Blue Origin, que pugnan por ser los contratistas privados de la NASA y otras agencias espaciales. Esta carrera privada tendrá dos consecuencias positivas: avances tecnológicos y un empujón definitivo a la hibernada exploración espacial más allá de las sondas mecánicas.

Fotografías e ilustraciones: SpaceX y Blue Origin

Esta historia viene de lejos, pero se ha recrudecido en los últimos años, cuando SpaceX (propiedad de Elon Musk) y Blue Origin (de Amazon, o lo que es lo mismo, de Jeff Bezos) empezaron a competir por ser las empresas que suministrarían vehículos reutilizables, cohetes y soporte logístico a varias de las necesidades de la NASA. Así fue cómo SpaceX desarrolló los cohetes Falcon, capaces (en teoría) de despegar y aterrizar verticalmente para ser reutilizados, y también las cápsulas Dragon, no tripuladas y tripuladas en otra versión posterior, para llevar suministros a la Estación Espacial Internacional (ISS) y para otras misiones orbitales. Incluso con posibilidad de participar en hipotéticas futuras misiones a la Luna.

Quédense con ese binomio Falcon / Dragon, porque es la clave del plan de SpaceX y su fundador. Para este año está planificado el primer lanzamiento del cohete Falcon pesado de SpaceX (Falcon 9), quizás para esta primavera o ya para el verano. Será el cohete más potente en la actualidad, capaz de transportar 60 toneladas a órbita terrestre baja y 24,5 toneladas a una órbita geoestacionaria. Será el corazón motorizado de las misiones con la Dragon tripulable (Dragon 2), que debería también hacer la primera prueba orbital este año, pero sin tripulación humana para evitar problemas. No será hasta 2018 cuando la Dragon se atreva a subir y bajar astronautas hacia la ISS y otros puntos en órbitas cercanas.

Elon Musk junto al Dragon no tripulable

Antes ya había sido capaz de recuperar las fases iniciales del Falcon, es decir, la parte principal del cohete, que después de liberar las fases secundarias de usar y tirar, podría caer de nuevo a la Tierra y maniobrar de forma automática para posarse sobre el suelo o, mejor todavía, sobre las barcazas diseñadas específicamente por SpaceX, las ASDS. Porque esa es la clave de esta competición entre empresas: ser capaz de reutilizar las primeras fases, la parte realmente importante porque llevan el motor y la estructura de impulso del cohete. SpaceX ya lo consiguió este año con el aterrizaje (por fin, después de varios intentos) del Falcon. De momento ya ha hecho 29 pruebas de lanzamiento. Y en el futuro tiene dos proyectos más ambiciosos aún: un viaje tripulado de pago para ir a la Luna, sobrevolarla y regresar a la Tierra, y las futuras Red Dragon, una versión ampliada y mejorada de las Dragon 2 para poder ir a Marte. Por ambición no será.

El rival: Bezos y su generación de cohetes reutilizables

En el otro lado está Blue Origin, con las mismas pretensiones y con el respaldo financiero de Amazon. Su objetivo es enviar misiones tripuladas antes de que termine este año. Blue Origin, espoleada por la ambición de Jeff Bezos, planea lanzar vuelos de prueba con tripulación del vehículo suborbital New Shepard en algún momento de este año; su idea es más comercial que la de Musk, ya que pretende explotar el turismo espacial: para 2018 quiere hacer los primeros vuelos con pasajeros de pago, destinados a salir a órbita cercana durante un tiempo y volver a la superficie terrestre inmaculada. Su arma es el vehículo New Shepard, que ya fue capaz de hacer despegar y aterrizar hasta cinco veces. Eso es tener cierta ventaja, si bien este vehículo es menos ambicioso, en principio, que los Falcon.

Comparativa de tamaños y dimensiones de los nuevos cohetes de SpaceX (Falcon 9 y Flacon Heavy) y Blue Origin (la serie New Glenn) frente a los cohetes históricos

Pero Blue Origin ya tiene la siguiente generación diseñada: el New Glenn, presentado en 2016. Será un paso previo para el otro proyecto de la empresa: la colonización de la Luna. Para poder hacerlo habrá que crear un sistema de convoyes con un coste ajustado y coherente para lograrlo, y ahí es donde entran tanto el New Shepard como el New Glenn. Desde principios de año Blue Origin distribuyó en el Capitolio, la NASA y la Casa Blanca de Trump un pequeño informe con un plan para desarrollar nueva tecnología de vuelos espaciales que ayudaran a crear una colonia permanente en la Luna. Un primer paso hacia la colonización del Sistema Solar, ya puestos a soñar. De nuevo todo pasa por la visión privada: naves espaciales capaces de despegar, viajar a la Luna, aterrizar allí con carga y suministros, volver a despegar y de nuevo aterrizar en nuestro planeta.

Bezos quiere fusionar el turismo espacial con la exploración espacial, de tal forma que se puedan autofinanciar y abrir nuevos nichos de mercado más allá de la atmósfera. Para ello ha puesto sus esperanzas en esa bestia de casi 80 metros de largo capaz de colocar 45 toneladas en órbita baja y con unas prestaciones que la ponen al nivel del Falcon de Musk, aunque con una vida de uso más larga: Bezos asegura que podrán usarse hasta cien veces. Quizás algo optimista… Ambos compiten por ser el apoyo de los SLS de la NASA, monstruos de impulso que baten todos los records y que la agencia norteamericana quiere que sean el eje de las misiones futuras.

Jeff Bezos, impulsor y jefe de Blue Origin y de Amazon

El New Glenn utiliza aletas de control aerodinámicas más tradicionales y se diseñó para que pueda aterrizar en barcos en alta mar. Su diferencia respecto a la competencia es que usará metano y oxígeno líquido en del tradicional compuesto de queroseno y oxígeno líquido llamado “kerolox”. La otra diferencia es que el New Glenn sólo usará siete motores BE-4 frente a los 27 Merlin 1D del Falcon (es decir, será más económico). En la segunda etapa del cohete sólo habrá un BE-4 para el impulso final; y en la tercera, de habilitarse en el New Glenn para misiones más complejas, usaría un motor BE-3 criogénico que Blue Origin ya usó en el New Shepard. La idea de Bezos y su compañías es poder hacer el primer despegue de un New Glenn en 2020 desde Cabo Cañaveral (Florida). Y ya tiene un primer cliente a medio plazo: Eutelsat, que le ha encargado que ponga uno de sus satélites en 2022 como muy tarde.

Mientras todos estos plantes se concretan, la NASA y sus contratos privados esperan pacientemente. En realidad es un buen plan: ofrece contratas de servicios de los que poder aprovecharse, comparte beneficios potenciales pero también recude considerablemente los costes, lo que le deja capacidad financiera para esas misiones vitales que ninguna empresa privada financiaría, es decir, las científicas que ensanchan el conocimiento. Ni SpaceX ni Blue Origin moverían un dedo por enviar una sonda automática a Encelado, Titán o Ganímedes, pero sí que lo hará la NASA. Dinero ahorrado, dinero ganado, que dice el viejo proverbio. Pero primero habrá que saber si Falcon / Dragon y New Glenn / New Shepard tienen el éxito que sus dos padres auguran.

Imagen artística del New Glenn en dos fases

El Falcon 9 de SpaceX

Motores del New Glenn en las fábricas de Blue Origin