La publicación de antologías de cuentos y poesías de Roberto Bolaño en Alfaguara (publicados el pasado septiembre), más la reedición en esta editorial de gran parte de su obra, es una excusa perfecta para hablar de este escritor chileno cuya prematura muerte, con apenas 50 años, privo al español de un gran escritor y que le convirtió en una leyenda y autor de culto.
IMÁGENES: Alfaguara / Wikimedia Commons
Corta pero muy prolífica, la obra literaria de Roberto Bolaño ha tenido varias casas (Editorial Acantilado, Anagrama, Alfaguara, Seix Barral, Mondadori…), pero (casi) toda su obra ya está publicada en Alfaguara quince años después de su muerte. El pasado mes de septiembre vieron la luz dos nuevos volúmenes, ‘Poesía reunida’ y ‘Cuentos completos’. Dos formatos que él adoró, en especial el primero, que fue el verdadero leitmotiv del chileno durante años, hasta que formó familia y se dio cuenta de que con la poesía no se vive, se disfruta pero se malvive. La peculiaridad de Bolaño es que ansiaba y soñaba ser poeta (y lo fue, de los grandes), pero ya en su exilio personal en Cataluña se dio cuenta de que necesitaba publicar más y mejor, por lo que saltó a la narración; irónicamente fue en la novela donde alcanzó mayor grado de expresión y talento. El poeta obligado a hacer prosa por las circunstancias, hasta el punto de consagrarla.
Una vida marcada por la enfermedad que se lo llevó por delante con apenas 50 años y que dejó tras de sí una prolífica obra que amontona novelas, relatos, conferencias, ensayos, poesías e incluso piezas teatrales adaptadas, y que marcaron un hito literario tan fuerte como el que pudieron marcar Gabriel García Márquez o Julio Cortázar, con el que suelen compararle. Lo que privó al mundo hispanohablante de tener otro Premio Nobel, otra figura totémica a la que agarrarse frente al resto de lenguas y culturas, fue una muerte a cámara lenta por culpa de una enfermedad hepática que terminó con él cuando esperaba un trasplante. Como en las estrellas fugaces y las leyendas del cine de fin prematuro, Bolaño ha sido encumbrado a los altares literarios. Por merecimiento propio y por esa particular necesidad humana de fabricar leyendas. A ser posible muertas, porque es más fácil divinizar al ocupante de una tumba que a un vivo, siempre dispuesto a hacer trizas el traje de leyenda.
Más allá de la recurrente necrofilia que puede enervar a más de uno, es cierto que Bolaño fue ensalzado y querido en vida, pero nunca fue, salvo con ‘Los detectives salvajes’, un autor de éxito comercial. Le ocurrió lo mismo que a muchos otros: gran talento, rompedor literariamente, premiado, querido por los buenos lectores, entronizado por los críticos (que colocan novelas como ‘2666’ y ‘Los detectives salvajes’ entre las quince mejores de las últimas décadas)… pero parcialmente ignorado por el gran público. Ha sido después de su muerte cuando el tsunami Bolaño empezó a batir alas y convertirse en uno de esos lugares de referencia cultural. Algo así como un listón cualitativo para cualquiera que quiera hablar de literatura. Ha sido objeto de decenas de artículos, ensayos críticos, referencia cultural incluso en novelas de otros, comparado con Cortázar y Borges por su particular universo estilístico que ha recibido muchos nombres: infrarrealista, realismo visceral… Bolaño era, por así decirlo, de una manera chusca, “el tercer rarito” junto con los otros dos mencionados. Difícil de digerir al primer vistazo, hacía falta más atención para encontrar los matices.
España, que fue su refugio durante gran parte de su vida, donde formó familia y murió, sólo es parte del corifeo que ha dado a Bolaño la gloria que sólo cató parcialmente en vida. Que no fue poca, por cierto: se multiplicó y entre 2000 y 2003, sus últimos tres años, ya iba lanzado hacia su conversión en icono vivo de la literatura. Sin embargo él seguía siendo el hombre austero de pocos estipendios (su estudio no tenía calefacción), con dos hijos, que vivía en Blanes con tranquilidad, progresivamente enclaustrado por la enfermedad mientras su obra era traducida al inglés, francés, alemán, italiano… En 2003 tenía firmados 37 contratos de publicación diferentes en una decena de países, una cifra que no ha parado de crecer. Bolaño fue, por así decirlo, un ariete que vivió el mismo proceso de nomadismo y migración que suele ser habitual en muchos autores latinoamericanos contemporáneos. Chile, México, España. Tres países por donde surco, vivió, acumuló y recreó sus historias, como la ciudad ficticia de Santa Teresa, una Ciudad Juárez literaria que aparece como un Guadiana en su obra, zona central de ‘Los sinsabores del verdadero policía’ y ‘2666’.
Bolaño, traducido al japonés, inglés, francés, italiano, alemán… uno de los autores en español de mayor proyección
Bolaño creó su particular universo cruzado, al estilo de Balzac, en el que los mismos temas se repetían de fondo para condicionar la propia estructura. Daba igual que fuera relato, novela o poesía, siempre estaban ahí: la literatura (como personaje con vida propia, ya fuera como motivación o escenario de los personajes, muchos de los cuales son escritores enfrentados a ese oficio fatalista), el amor (principio y fin de toda acción, condicionante, nexo de personajes), la muerte (omnipresente en todas las formas), el exilio (que conoció demasiado bien), la política (parte misma de la vida humana, entrelazada con los anteriores temas, tanto como posición estética como de vida). En cuanto a este último punto, es destacable la presencia del fascismo como parte de sus relatos, ya sea en su versión más clásica como en el nazismo, presente en varias obras. Bolaño era un erudito del periodo nazi en Alemania y lo utilizó más de una vez como parte de sus narraciones (‘Estrella distante’, ‘El Tercer Reich’ o ‘La literatura nazi en América’).
Deambuló siempre entre poesía y prosa de manera parecida, pero con diferencias: en la primera era expresivo pero económico, formalmente audaz, vanguardista y provocador; en la segunda mantenía una estética “melancólica” que casaba con la imagen exterior que proyectaba, enjuto, como si el mundo le quedara grande, detrás de unas gafas y un cigarrillo. Solía decir Bolaño, en una frase que aparece en la mayoría de textos que hay sobre él, que en poesía y prosa aborrecía lo dionisíaco, triunfante en su mundo, que él creía que sus versos era platónicos mientras que su prosa era aristotélica. Las novelas de Bolaño no son ríos de palabras que trazan meandros, no son inmensamente descriptivas si no es necesario, en realidad es más un largo discurso en boca de los personajes: son ellos los que trazan la novela, habla a través de sus experiencias e ideas, como un historiador embaucador que recopila vidas ajenas cuando al mismo tiempo ejerce de narrador omnisciente para desvelar un secreto encajonado en la novela.
Nunca fue un escritor de género, pero sí que se apropió de las formas del género negro para incluirlos en su mundo. Una imagen: Bolaño creaba cajas chinas que luego se encargaba, a través de los personajes, de abrir y desvelar. Pero tampoco ese final era imprescindible: Bolaño avisó muchas veces de que a él le importaba más la estructura narrativa y literaria que la historia en sí, que pasaba a ser casi de segundo plano. Pensaba que los argumentos son siempre los mismos, distintas variaciones sobre el mismo tema… ya saben, “no hay nada nuevo bajo el Sol”, y que lo importante era la estructura y el lenguaje. Hay muchos lectores que no soportan eso, necesitan historias, narradores. Bolaño forjaba los textos como un herrero. Punto. Todo lo demás era accesorio e importante sólo de forma relativa. Construyó su particular universo literario en función de necesidades personales, sin amoldarse a una corriente concreta, salvo el mencionado infrarrealismo. Este término, creado por Roberto Matta en los años 40 cuando fue represaliado artísticamente por André Bretón, fue repescado por Bolaño y otros en los años 70. Estaba impregnado de elementos del dadaísmo y de ruptura total con lo establecido, un acto de rebeldía de juventud que se atenuó con los años hasta que, como suele ocurrir, el autor encuentra su propia voz y abrazó la novela como forma de expresión.
Ese particular mundo bebía de muchas fuentes, para empezar de su actitud ética y política frente al mundo, que era sobre todo fruto del desencanto: huía cuando encontraba jerarquía y dogmatismo, lo que explica que dentro de la “bruma ideológica” de izquierdas diera varios bandazos entre el comunismo, el trotskismo y el anarquismo, donde su espíritu literario encontró por fin un nube amplia donde acomodarse. Como él mismo dijo, en cuanto notaba el olor “a iglesia” (en el sentido de querer organizar, limitar y dogmatizar cualquier idea) salía corriendo por la puerta más cercana. Ese mismo espíritu libérrimo se notaba en sus filias y fobias literarias: de la misma manera que bebía sin parar de Cortázar y Borges aborreció a Skármeta, Luis Sepúlveda, Octavio Paz o Isabel Allende; adoró a Poe, Raymond Carver, James Ellroy, Philip K. Dic y Comarc McCarthy, Kafka, Rimbaud, Nicanor Parra, Jorge Edwards, Bioy Casares, Juan Rulfo, y entre los españoles a Javier Marías o Juan Marsé.
Lo que queda al final es un icono. Un gran símbolo. Un escritor único que partió de elementos compartidos para terminar creando una expresión, un mundo y un estilo propios. Suele decirse que todo gran artista sale de lo académico para construir luego su propio mundo, y que en el fondo terminan por traicionar movimientos, estilos y claves colectivas para ser único. No puedes traicionarte a ti mismo. Bolaño es un buen ejemplo: ya fuera en clave política, literaria o cultural, siempre huyó de todo para ser él mismo. Lo que nos queda es una leyenda, pero sobre todo, un referente para lectores y escritores. Todo se basa en el libro, y él dejó un mundo diferente listo para recorrer. A leer.
Títulos clave de Bolaño
Cuentos completos. Los cuentos de Bolaño condensan todo su universo literario, uno de los más rupturistas y personales de la creación en español: la literatura, la sexualidad, lo cotidiano y lo extraordinario, la rebeldía de la marginalidad, el viaje como huida y como forma de vida, la juventud, la violencia, las tramas policiales y el arte como obsesión. Todos los relatos de esta selección, salvo ‘El contorno del ojo’ (publicado en 1983 y recuperado ahora), aparecieron en otros libros, de forma dispersa. Ya reunidos, cada uno de ellos se enriquece y adquiere un significado diferente en el diálogo que establece con los demás. Bolaño frecuentó el relato breve como parte de su expresividad literaria, igual que la poesía o la novela, donde alcanzó grandes dosis de maestría.
Poesía reunida. “Escribiendo poesía en el país de los imbéciles. / Escribiendo con mi hijo en las rodillas. / Escribiendo hasta que cae la noche / con un estruendo de los mil demonios. / Los demonios que han de llevarme al infierno, / pero escribiendo”. Bolaño siempre se consideró a sí mismo un poeta, si bien fue la novela la que le encumbró. En los versos que dejó como parte de su obra repetía los mismos temas de sus narraciones: el amor, la muerte, el exilio, la literatura o la política. Con el talento que le caracterizó en la prosa, en la poesía hizo gala de audacia formal y temática, vanguardismo y provocación, hasta convertirse en uno de los exponentes más singulares y modernos de la poesía contemporánea en español. Esta integral poética recoge más de sesenta poemas que aparecieron en revistas, plaquettes y volúmenes colectivos en sus comienzos literarios y que desde entonces han permanecido silenciados.
Los sinsabores del verdadero policía. Esta narración es producto de muchos años de trabajo, de acumulación, ensayo, error y vuelta a empezar. Bolaño la empezó en los años ochenta cuando todavía soñaba con ser únicamente poeta, antes de que la novela lo engullera para bien. Tardaría veinte años en terminarla, ya cerca de su muerte. En esas dos décadas Bolaño cosechó todos los datos, escenarios, personajes y circunstancias que darían pie a este libro, que se repetirían como señas de un universo propio (al estilo Balzac) en ‘Estrella distante’, ‘Llamadas telefónicas’ y ‘Los detectives salvajes’. Aparece la ficticia ciudad de Santa Teresa (versión literaria de la fronteriza y agónica Ciudad Juárez mexicana), el exiliado chileno Óscar Amalfitano, su hija Rosa, un sevillano a quien los rusos cortan la lengua, un escritor francés llamado Arcimboldi (que luego aparecería en ‘2666’), hilos que forman el nudo de la trama que fue una de las mayores aportaciones vanguardistas del escritor.
El espíritu de la ciencia-ficción. Amor, juventud, amistad, humor, rebeldía y sexo. Son los ingredientes de esta particular novela que relata como dos jóvenes escritores tratan de vivir de la literatura en el México DF de los años 70. Mientras Remo Morán busca incansablemente la manera de subsistir sin abandonar su sueño, Jan Schrella vive confinado en la pequeña buhardilla que ambos comparten, desde donde envía cartas delirantes a sus escritores de ciencia-ficción favoritos. Su particular universo compartido se incrusta en una metrópoli que parece mágica y que muta de la noche al día. Viven como pueden, y se enfrentan a las contradicciones de sus caminos elegidos o sufridos. Es un relato de cómo el los chicos se forjan camino de la madurez, con todos los sinsabores, dolores y experiencias propias. Y todo mientras escriben, y escriben, y escriben.
El gaucho insufrible. Libro de relatos y ensayos, una particular combinación, experimental, donde las dos conferencias de Bolaño se engarzaban con cinco relatos. Fue la última obra preparada por Bolaño antes de morir, aparecida en 2003 (el mismo año de su fallecimiento) y fue reconocido al año siguiente con el Premio Altazor de narrativa. En los cuentos destacan el uso magistral de la ironía, la literatura como argumento, las tramas policiacas, el arte como obsesión, la búsqueda de una verdad siempre personal, la desmitificación de la realidad y la muerte. Y en combinación, dos conferencias preparadas por Bolaño, ‘Literatura + enfermedad = enfermedad’, donde una anécdota sin importancia da pie a la reflexión sobre la enfermedad y la muerte, y ‘Los mitos de Cthulhu’, visión personal y crítica del panorama literario contemporáneo.
Los detectives salvajes. Considerada una de las mejores novelas de los últimos 30 años en lengua española, a medio camino entre el género policiaco, la novela de carretera, la crónica, la biografía, y la experimentación. La edición publicada por Alfaguara incluye apuntes manuscritos de Roberto Bolaño para su elaboración. De nuevo se basa en una dupla, dos jóvenes poetas, Arturo Belano y Ulises Lima, que emprenden una aventura de varias décadas a través de varios países, obsesionados con rebelarse y romper con todo, sus vidas convertidas en el anhelo de una generación que intentó ser mejor y evolucionar. La búsqueda en 1975 de la misteriosa escritora mexicana Cesárea Tinajero, desaparecida y olvidada en los años posteriores a la revolución, sirve de inicio a un viaje sin descanso marcado por el amor, la muerte, el deseo de libertad, el humor y la literatura. Creada como una caja china con varias lecturas, ganó los premios Herralde de novela y el Rómulo Gallegos.
2666. Novela póstuma del autor, experimental, vanguardista y quizás de las mejores obras de Bolaño, que reafirma la idea de que la muerte se lo llevó antes de que construyera obras maestras y fuera directo hacia el Premio Nobel. Más allá de eso, la crítica la reconoce como una de las invenciones literarias más depuradas y originales en décadas. De nuevo aparece la ciudad mexicana ficticia de Santa Teresa, escenario magnético al que llegan cuatro críticos literarios europeos que deambulan por Sonora tras las huellas del escritor desaparecido Benno von Archimboldi. Allí conocerán a Amalfitano, el profesor universitario chileno que, junto con su hija, se establece en la ciudad, a la que también llegará el periodista estadounidense Oscar Fate para retransmitir un combate de boxeo. Pero el corazón del relato se encuentra en “La parte de los crímenes” donde, con la precisión de un bisturí, Bolaño narra los asesinatos de mujeres cometidos en Santa Teresa y las infructuosas investigaciones de la policía. Una historia tan violenta como magistral, que rompe con las tendencias literarias conocidas y abre el camino a seguir por la narrativa del siglo XXI. Una tragedia que Bolaño no pudiera seguir con ese camino.