En 2014 ya publicamos en esta web un reportaje con una sencilla pregunta: “¿Merece la pena volver a la Luna?” La administración política más alérgica a la Ciencia de toda la Historia de EEUU, la de Donald Trump, ha decidido apostar por el satélite contestando a esa misma pregunta. Quiere volver antes de 2025, por razones concretas: para poder usarla como plataforma para viajar a Marte más adelante, o directamente para explotar sus recursos minerales. Pero la pregunta sigue en pie: ¿merece la pena?
Hoy sabemos muchas cosas. Para empezar que está horadada de antiguos túneles volcánicos de cuando nuestro satélite tuvo actividad geológica interna (las manchas oscuras que vemos a simple vista por las noches son en realidad depósitos de basalto volcánico ocupando espacios vacíos), y que podrían ser usados como espacio protegido de la radiación cósmica y solar (la Luna no tiene atmósfera) para construir futuras ciudades subterráneas; también que es producto más que posible de un gran impacto de un gran cuerpo con la antigua Tierra. Los restos en órbita acabarían compactándose para conformar la Luna, que estaría en gran medida formada de los mismos materiales que nuestro planeta con aportaciones del otro cuerpo. Eso implicaría que la Tierra era incluso más grande… y que la Luna es su digna hija. Eso sí, sin atmósfera, y por lo tanto una diana gigante para todo tipo de meteoritos, que la han dejado como un campo de tiro de artillería.
La Luna ha sido mil y una veces cartografiada. Se pueden encontrar decenas de mapas de su superficie, tanto la cara visible que la Humanidad ha visto durante decenas de miles de años como la que no vemos nunca y que fue perfectamente revisada por las sondas y el programa Apolo. De hecho las primeras descripciones de la Luna se remontan incluso a los tiempos de Mesopotamia. Hace un par de días se celebraron los 45 años de la última vez que llegó el hombre a su superficie, el último viaje humano, y todo fueron aniversarios y mucha fanfarria. Sobre todo por parte de las agencias espaciales de medio mundo, que andan como locas por poder poner los pies otra vez sobre la gran bola gris. La NASA en cambio está dividida entre dos facciones: ¿volver a la Luna y usarla como fase intermedia para ir a Marte o apostarlo todo a un gran plan marciano sin perder el tiempo en la Luna? Trump ya tomó partido. Volverán, y también quiere hacerlo la India. Y China, mientras, también espera agazapada su oportunidad.
Lo más cerca que estará nunca Trump de la astronomía: sujetando un muñeco de astronauta el día que firmó la nueva directiva que busca fondos y un programa para volver a la Luna
Además de Armstrong y Aldrin otros diez astronautas, todos norteamericanos, pisaron la superficie lunar hasta 1972, año en el que se terminó el programa Apolo. Nadie ha vuelto jamás. Sondas sí, varias, de distintos países, pero no tripulaciones. George W. Bush quiso crear una base lunar, pero la crisis económica de la que todavía se recupera EEUU y la falta de entusiasmo hizo que la administración Obama cancelara el proyecto. En su lugar la NASA desarrolló un programa (actualmente en marcha) para “cazar” asteroides y llevarlos hasta una órbita lunar segura y así tenerlos cerca para poder estudiarlos enviando sondas a la Luna o incluso tripulaciones humanas. Trump, que ha librado parcialmente de los recortes de gasto público a la NASA, ha decidido intentarlo. Otra cosa es que el Congreso de EEUU (que es quien reparte el dinero) dé el visto bueno cuando desde hace años el plan oficial es “poco, bueno y barato”. Y claro, que ya que se llega al vecindario, se podría hacer una visita… De momento ya hay más datos útiles sobre la Luna que pudieran ayudar a una hipotética misión tripulada: los hoyos lunares detectados sobre la superficie lunar.
Aparentemente puede parecer algo anecdótico, pero es en realidad parte del largo proceso que conllevaría volver a mandar seres humanos a la Luna. Su superficie está totalmente erosionada por la continua caída de asteroides; al carecer de algo parecido a una atmósfera protectora (aunque algo tiene) y con una gravedad mucho menor a la terrestre, es una diana sencilla para los miles de millones de fragmentos sueltos de material que vagan por el espacio. Quizás por eso el Orbitador de Reconocimiento Lunar (LRO) de la NASA ha creado algo así a un mapa de seguridad para los astronautas en la superficie. En total ha detectado, fotografiado y señalado 200 pozos naturales sobre la superficie que podrían ser usados como refugio ocasional o de emergencia por parte de los astronautas en futuras misiones. Porque se trata de volver y quedarse algo más que las horas contadas que estuvieron allí los Armstrong y Aldrin; el objetivo es volver para dejar una base permanente, o cuando menos poder “habitar” la Luna durante más tiempo. Y para eso harían falta refugios más elaborados que una simple cápsula del tamaño de un Volkswagen Golf como la última vez.
Imagen mosaico de los hoyos lunares investigados por la NASA (Foto: NASA)
Estos hoyos varían desde los minúsculos de 5 metros de ancho hasta los gigantescos de casi un km de ancho y que podemos considerar cráteres seguros donde poder “acampar”. Fueron los japoneses los primeros en darse cuenta de que existían estos agujeros de bala natural sobre la superficie, y luego la NASA recogió el testigo y se dedicó a buscarlos todos para hacer un nuevo mapa. No obstante apenas ha rastreado el 40% de la superficie lunar y el LRO sigue con su trabajo. El resultado es que estos agujeros podrían ser un hábitat controlado para los astronautas, que podrían incluso colocar un voladizo por encima y crear así un refugio seguro fuera de las cápsulas, ya que evitarían la radiación, el potencial impacto de meteoritos minúsculos que al llegar a la superficie son como balas y, sobre todo, evitar uno de los mayores quebraderos de cabeza de los astronautas, el polvo lunar, micropartículas tremendamente ligeras que degradan todo y que pueden llegar incluso a meterse dentro de los trajes.
La mayoría de los pozos se encuentran en grandes cráteres de impacto con áreas de lava que se formaron por el calor del choque y posteriormente se solidificaron. En realidad toda la superficie parece una gran sartén de lava (los llamados “mares lunares”, la parte más oscura visible a simple vista, son plataformas de lava enfriada y compactada. Esta impronta volcánica es esencial para poder explicar por qué se forman esos hoyos: una de las explicaciones es que en tiempos pretéritos se formaron cuevas al enfriarse la lava, y decido a impactos o a la fragilidad de la roca se terminan por hundir, creando esas zonas. Cada impacto podría crear enormes cantidad de calor y de roca fundida que podría tardar miles de años en enfriarse. Sea como fuere, ya se preparan para enviar una sonda que pudiera alunizar dentro de uno de esos pozos o cerca y así poder investigar dentro de ellos para saber cuáles son las condiciones y su origen real.
Las dos ideas: o base lunar intermedia o apostarlo todo a Marte
Sin embargo no todo el mundo está de acuerdo con la idea de volver. Las razones para oponerse a una nueva misión lunar pueden abarcar muchos argumentos: uno de ellos es que es un esfuerzo económico y humano demasiado grande para lo poco que se puede sacar. Además, la gran obsesión planetaria es Marte, no la Luna, considerada poco menos que un peldaño intermedio. De pisar de nuevo nuestro satélite simplemente sería como una fase de prueba para futuras misiones marcianas. Pero también supone una pérdida de tiempo y de dinero: la misión a Marte necesita imperiosamente que se resuelvan problemas cruciales como la protección contra las enormes dosis de radiación cósmica y solar que recibiría un ser humano en el viaje, y desde luego también sobre la superficie de Marte.
Así pues se crean dos bandos: los que critican que volver a la Luna es un gasto excesivo y una pérdida de tiempo. La Luna no tiene mucho que ofrecer: de haber agua estará a cotas profundas o tan congelada y recóndita que es inviable su uso, el polvo lunar es una auténtica tortura y una posible actividad minera lunar es una utopía con la tecnología actual. Y desde luego no se ha encontrado rastro de vida (aparentemente y que se sepa). Y por el otro lado están los defensores de que llegar a la Luna de nuevo es un paso previo en la futura misión a Marte, por lo que es mejor desarrollar la tecnología con la experiencia lunar y luego usarla para el plato fuerte. Además, para poder cubrir ambos objetivos la NASA necesitaría de la colaboración de otras agencias espaciales mundiales; y desde luego para viajar a Marte. Eso Trump no lo ha esclarecido. Quizás demasiado para él y su forma de “pensar”.
En el seno de la NASA ambos bandos tienen argumentos, pero es obvio que otras naciones (Rusia, China, India, quizás Japón) quieren emular a EEUU mientras éste sólo tiene ojos para el planeta rojo. Y viajar a Marte es algo inviable sin ayuda. Así que en el fondo es una cuestión de dinero, como siempre, pero también de visiones estratégicas. A favor de volver a la Luna hay un par de ideas muy interesantes: primera, bajo la superficie del satélite está el pastel geológico que puede detallar el origen y desarrollo del Sistema Solar, con lo vital que sería eso para la astronomía; y segunda, que alunizar de nuevo sería el mejor entrenamiento posible, incluso para muchos de los aspectos técnicos indispensables para viajar a Marte (trajes antiradiación, motores, automatismos de las sondas de vuelo…).
Mapa topográfico de la Luna confeccionado por la LRO
De momento no hay prisas: los programas espaciales de China e India han avanzado mucho, pero siguen en pañales y para poder llegar más lejos tendrá que pasar cuando menos una década más. A la NASA no le importa que China pueda poner a un “taikonauta” (neologismo chino para no usar astronauta) en la Luna, porque en el fondo sus caminos son diferentes, pero sería de una utilidad inmensa que la agencia china creciera lo suficiente como para plantear una misión tripulada a Marte. Pero quizás no sea suficiente: la ESA europea y la Roscosmos rusa son las principales candidatas a arrimar el hombro junto con la agencia espacial canadiense y la japonesa. Además de la empresa privada. Para el orgullo americano no sería un problema ver a un chino en la Luna: la NASA podría llegar antes si se aplica, y para entonces quizás ya estaría en plena fase de desarrollo de su viaje a Marte. O eso creen ellos. Mientras tanto, las dudas siguen al mismo tiempo que la NASA ultima todo lo necesario: los cohetes y cápsulas reutilizables de SpaceX, los cohetes y laboratorios de la ESA, las lanzaderas rusas… todo está ahí.
Qué hay que saber de la Luna en datos y curiosidades
En datos concisos: está a 384.400 km de media de la Tierra, tiene una inclinación de 5,1454 grados, con una excentricidad orbital de 0,0549, una masa de 7,349 x 10 (elevada a 22) kg, un diámetro de 3.476 km y una superficie de 38 millones de km2. Luego viene lo obvio: es el único satélite natural de la Tierra y el quinto más grande del Sistema Solar, con una órbita que lo mantiene en sincronía con la Tierra (siempre vemos la misma cara de la Luna), y a pesar de ser el objeto más brillante en el cielo después del Sol, su superficie es en realidad muy oscura, con una reflexión similar a la del carbón.
Sobre nosotros ha tenido una doble influencia: física, porque su presencia ha modulado las corrientes marinas y las mareas oceánicas al colocarse más cerca en su órbita (literalmente eleva el agua hacia sí por su gravedad y provoca la retirada de las mareas en las costas); y abstracta, por su enorme influencia cultural, religiosa y artística en las diferentes civilizaciones humanas, tanto como para inspirar calendarios y mitos. Otro aspecto: los eclipses. Su cercanía la convierte en el cuerpo más grande visible, más incluso que el Sol, razón por la cual cuando las órbitas coinciden en una posición concreta puede llegar a tapar el disco central solar y provocan ese efecto sobre la Tierra de tapar la luz. Es, además, el único cuerpo celeste que ha sido pisado por el ser humano (entre 1969 y 1972), desde entonces la Luna se mantiene “neutral” por el tratado del espacio exterior que no adjudica a nadie su posesión y sólo la destina a fines científicos, si bien China ha insinuado (con demasiado optimismo) que podría pensar lo contrario. Pero para eso primero hay que llegar allí.
Imagen artística del impacto de un cuerpo con la Tierra que daría lugar a la Luna, según una de las teorías de formación del satélite