Venus, hermosa por fuera, la estrella de la tarde, pero infernal por dentro: pocos planetas tienen tan poca relación con su nombre, un mundo donde llueve ácido sulfúrico y la presión atmosférica es tan grande que reduciría coches a simples pelotas de escombros. Incluso ahí pudo existir la vida. Pero actualmente los escollos para la vida en Venus son enormes. 

Venus es hermano de la Tierra, más incluso (por tamaño y condiciones geoplanetarias) que Marte, por muy obsesionados que estemos con el mundo rojizo. Pero mientras éste es seco y frío, Venus es el reverso oscuro de todo lo que puede salir mal en una nueva Tierra: clima imposible, presión desorbitada, falta de oxígeno, un aire que es puro veneno y lluvia de ácido sulfúrico. Existe la teoría de que tanto Venus como Marte pasaron por una fase primitiva paralela a la de la Tierra. Los tres están justo en los bordes de la zona habitable, lo suficientemente cerca del Sol para beneficiarse de su calor y lo suficientemente lejos como para no abrasarse. Marte está en la zona fría, y Venus en la más cercana, la más sofocante. La Tierra, justo en el término medio.

Como consecuencia, y siempre según esa teoría, Venus literalmente terminó por recalentarse y generar el efecto invernadero perfecto. El planeta rojo, en cambio, y debido en gran medida a la falta de un campo magnético y una gravedad suficiente, perdió componentes de su atmósfera, se enfrió en exceso y también degeneró en un cambio climático sin retorno. Sin embargo antes de ese desastre pudo existir vida, o al menos eso ha teorizado un equipo de investigadores de varios países coordinados por la NASA, que creó simulaciones de las condiciones de Venus en su fase inicial de vida geológica. Y el resultado es curioso: antes de ese gran cambio del que hemos hablado tuvo las condiciones perfectas para albergar vida.

La teoría astronómica que asegura que la vida es más común de lo que pensamos lleva muchos años apuntando a esos dos hermanos celestiales de nuestra bola azul. Esa convicción se sustenta en que Marte y Venus gozaron durante un tiempo corto pero suficiente (varios cientos de millones de años) de un escenario “terrestre” o cercano a él. Hoy es un infierno tóxico como se conocen pocos en el universo, con un vulcanismo activo que elimina cualquier opción de “relax” atmosférico o climático. Su atmósfera es increíblemente densa y compacta, con una presión atroz y compuesta básicamente de dióxido de carbono. Pero la simulación asegura que no ha sido así siempre. El trabajo, publicado bajo patronazgo de la NASA en el medio Arxiv, realizó una simulación informática múltiple que arrojó un cuadro posible en el que la atmósfera de la Tierra también estaba formada principalmente de dióxido de carbono, y que fue precisamente la aparición de la vida vegetal inicial la que empezó a cambiar su composición. El cuadro simulado es múltiple, formado por cuatro escenarios posibles desarrollados a partir de las condiciones conocidas de Venus y las probables de la Tierra por los estudios climáticos.

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Sección topográfica de la superficie que muestra los signos del vulcanismo y cómo ha modelado la superficie

Cada escenario difiere por la cantidad de energía recibida del Sol y por la posible presencia de océanos de agua líquida en Venus en el pasado, aunque mucho menos profundos que los de la Tierra y por lo tanto más expuestos a la evaporación. La simulación logró reproducir el clima y la situación terrestre de Venus durante dos millones de años. En uno de esos escenarios el hermano de la Tierra tenía unas temperaturas parecidas a las nuestras, con nubes de vapor de agua e incluso un ciclo completo con nevadas y lluvia. Según la NASA esa situación pudo alargarse durante más de 650 millones de años, casi en paralelo a los cambios parecidos que vivió la Tierra en este tiempo. Pero algo salió mal en Venus, muy mal. No se sabe exactamente por qué la brillante estrella de la tarde de los poetas (está lo suficientemente cerca de la Tierra como para ser visible su brillo a simple vista, en parte porque su atmósfera refleja gran cantidad de luz solar) se convirtió en el infierno que es hoy, pero quizás hubo cambios en su velocidad de rotación o incluso el ángulo del eje que cambiaron para siempre el potencial vergel.

Océanos de dióxido de carbono en lugar de agua

En 2014 un grupo de investigadores de la Universidad de Cornell (EEUU) determinó que Venus pudo albergar en algún punto de ese proceso océanos o corrientes líquidas de dióxido de carbono en estado líquido, los cuales habrían conformado el relieve terrestre de Venus que se ha podido determinar por las sondas. Este momento habría sido posterior a la época de la simulación de la NASA y la existencia de agua. De esa manera se podría explicar por qué bajo la espesa y agobiante atmósfera venusiana el relieve quedó modelado como está actualmente. El agua, de haber existido como apunta la simulación, terminó mutando químicamente en otros compuestos por reacciones químicas o radiación.

Según los investigadores de Cornell, Venus tuvo grandes cantidades de agua en su atmósfera, que de haberse convertido en líquido habría cubierto toda la superficie varios metros. Pero el clima no ayudaba, y estar demasiado cerca del Sol recalentó tanto el planeta que no permitió que esas buenas condiciones llegaran a ningún lado. El nivel térmico era tan alto que no llovía, toda el agua se encontraba en estado gaseoso. Quizás como efecto colateral de esta situación Venus generó un cambio químico que generó océanos de CO2 en estado líquido, ya que este gas también estaba enormemente extendido por el planeta. El dióxido de carbono puede existir en los tres estados tradicionales de la materia (gas, líquido y sólido), pero cuando el calor y la presión supera determinado nivel el CO2 entra en estado “supercrítico”, capaz de comportarse como un líquido y gas a la vez, como pompas de jabón gaseoso que en los bordes se encuentra en estado líquido.

Venus superficie sin atmósfera

Superficie de Venus sin la atmósfera que lo recubre (NASA)

Aquí es donde cambia todo. El CO2 en Venus, en ese estado, podría haberse comportado como un erosionador de la superficie. El equipo de Cornell simuló el comportamiento en esas condiciones y encontró el agente forjador de la geología que necesitaban para explicar por qué Venus terminó como está ahora. El CO2 puede comportarse como líquido y gas encaja en las deducciones experimentales. Antiguamente la presión en Venus era todavía más alta que ahora, y bajo esas condiciones el CO2 habría estado en situación “supercrítica” y actuar como una riada, formando cauces, grietas, valles, llanuras…

El gran escollo de Venus: su campo magnético “asesino”

También en 2014 la NASA publicó un informe revelador del otro gran escollo para la vida y la estabilidad de Venus: su campo magnético, que tiene un comportamiento casi homicida. Los investigadores del Centro de Vuelo Espacial Goddard de la NASA descubrieron que todavía Venus tiene peores problemas que su atmósfera. Uno de ellos son las anomalías por flujo de calor, algo habitual en la Tierra pero que suceden fuera de la magnetosfera protectora. En Venus no había tal cosa, por lo que suceden casi encima de la atmósfera y son tan inmensas que podrían tragarse entero el planeta. “Como Venus no tiene un campo magnético para protegerse a sí misma, las anomalías de flujo caliente suceden justo encima del planeta. Podrían tragarse el planeta entero”, asegura Glyn Collison, uno de los investigadores que han publicado el hallazgo en la Journal of Geophysical Research este mes de febrero. El informe se basa, a su vez, en el ojo mecánico que colocó la Agencia Espacial Europea (ESA) sobre el planeta tiempo atrás, la Venus Express, que han determinado el tamaño y la frecuencia de este fenómeno de clima espacial en Venus.

Mientras que nuestro planeta vive parapetado detrás de una coraza magnética producida por el núcleo de hierro compacto y a altísimas temperaturas que gira y gira sin parar, rechazando así las radiaciones del viento solar y permitiendo la existencia de vida, Venus no dispone de tal armadura y literalmente es barrida una y otra vez por ese flujo solar que no cesa nunca. La atmósfera está tan compactada en Venus que cualquier nave o sonda que la atravesara sería pulverizada en menos de 24 horas, reducida a un amasijo informe de materiales carcomidos y aplastados por el peso. Para que se hagan una idea, multipliquen la presión de 1 atmósfera a pie de playa por 90 y comprenderán la presión. De hecho muchos astrónomos señalan a Venus como el futuro incierto de una Tierra sin magnetosfera.

Nuestro planeta sería algo parecido a eso: un infierno de temperaturas extremas, sin aire, puro gas venenoso y expuesto a las radiaciones. La comparación terrestre es monstruosa: en la Tierra las anomalías de flujo de calor no se producen dentro de la magnetosfera, sino que liberan energía en el borde mismo y desvían el viento solar, incluso en dirección contraria. En cambio en Venus la protección es la ionosfera, la capa final de la atmósfera, que es incapaz de mantener el equilibrio ante el flujo solar; al romperse se producen explosiones y fuerzas inmensas en el espacio que podrían incluso llegar a absorber parte de la ionosfera temporalmente.

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Esquema de cómo funciona la magnetosfera de Venus