Mañana martes se cumplen 90 años del fallecimiento del genio judío, checo, hijo predilecto y odiado de Praga y el que mejor supo retratar el absurdo de la vida contemporánea. 

En cierta ocasión Noemí Sabugal, periodista y escritora dijo que Kafka era como una espiral perfecta en la que se mezclaban conciencia e intensidad. A grandes rasgos ése era el fondo de un autor idolatrado por muchos occidentales. Su forma de definirle es una más de las muchas para un autor complejo, humanamente complicado y cuya mayor contribución a esa cosa llamada “cultura popular” es el término kafkiano. ¿Qué significa lo kafkiano? Desde luego algo más que lo obvio: aquello que es retorcido y absurdo a un tiempo, ese surrealismo destructivo que sirve para definir y explicar una situación donde la razón desaparece y lo irracional se ceba con todo.

Pero Franz Kafka fue mucho más que un autor atormentado que ordenó quemar todo lo que había escrito; gracias a la desobediencia de los herederos logramos todos poder leer joyas como ‘El Castillo’, ‘La Metamorfosis’ y ‘El Proceso’. Pero a Kafka le han convertido en una versión algo más sutil del Mozart de Salzburgo, donde ya sólo falta que pongan su cara en los condones. Praga explota a fondo a uno de sus hijos más célebres, un judío que de haber sobrevivido lo suficiente probablemente habría terminado en un campo de concentración nazi. Pero la República Checa ha mantenido una relación de vampirización con el genio, al que le ha dedicado placas, monumentos y todo tipo de souvenirs.

Mañana 3 de junio le homenajearán por todo lo alto con todo tipo de gestos: exposiciones, conciertos, reinterpretaciones de su obra, cómics, novelas… lo que sea para explotar al maldito luego elevado a los altares. Kafka nació en Praga en 1882 y murió en Austria (Klosterneuburg) en 1924, apenas 41 años que valieron para convertirle en, quizás, el escritor que mejor supo retratar el absurdo del siglo XX cuando apenas lo había vivido. Kafka el imitado y mil veces referido en películas y series de televisión, capaz de ser un icono transgeneracional europeo y un referente en la difusa cultura americana. Pocos años y una influencia que no deja de crecer década tras década. Tras su pulcra apariencia de oficinista, se sintió un paria entre familiares, entre judíos, entre escritores, entre checos y alemanes. Aseguró una vez y otra que sólo sabía vivir para escribir, pero cuando vio la muerte llegar en la tuberculosis que se lo llevó por delante, dio instrucciones para que destruyeran su obra. Suerte para el mundo que no le hicieron caso.

 

Contra sus propósitos, heredamos un puñado de relatos desconcertantes, con aire de parábola privada de moraleja, que fascinan y perturban por igual y que han dado su nombre al sentimiento contemporáneo de lo absurdo. Tan devastadora es ‘La metamorfosis’ como ‘El proceso’, quizás los dos textos más veces reinterpretados y adaptados a las artes. La inquietante metamorfosis de Gregor Samsa, la triste decadencia del artista del hambre o la fidelidad patética del oficial del penal retratan con escueta minuciosidad y frío humor los sinsentidos y pesares de la condición humana en nuestro tiempo. Un profeta, ni más ni menos.

La marca Kafka es un imán turístico y ha dado alas a un museo monográfico situado en la Isla de Kampa, una copia de esas casas-museo que tanto han proliferado en los últimos años pero que intenta imitar a dos ya consagradas, la que tiene James Joyce en Dublín y la de Fernando Pessoa en Lisboa. En los tres casos el autor es una excusa para construir un centro cultural donde Kafka sea el punto de partida para algo más. Faltan diez años para el centenario pero parece ser que no puede parar la rueda. Se ha redefinido como Museo K y desde 2005, cuando abrió sus puertas, es uno de los imanes culturales de la ciudad. Supera las 60.000 visitas por año, mucho más que la mayoría de museos que hay incluso en España.

Praga ha creado incluso una “ruta Kafka” por la ciudad donde el visitante pasa por los principales escenarios donde vivió el autor; más bien por donde “sintió y padeció”, a la vista de sus obras y una biografía atormentada como la suya. Apenas la nombró en sus obras, pero el escenario eterno siempre era Praga. Kafka era un judío típico del barrio de esta comunidad, en el corazón de la ciudad vieja, y vivió a caballo entre ambos mundos, el laico urbanista y el de su comunidad, una duplicidad que tuvo consecuencias en su literatura.

Kafka y el cómic

Uno de los campos donde más se ha recordado a Kafka es el cómic, dentro y fuera de España. En total hay más de 16 novelas gráficas o novelas ilustradas alrededor de Kafka. Es una demostración de que su vigencia como profeta de la posmodernidad en la que vivimos no ha parado de crecer. Él antes que casi nadie vio el absurdo de nuestra vida perfectamente compartimentada, como inmensas jaulas doradas donde el exceso de racionalismo y pragmatismo conducen de cabeza hacia una irracionalidad inhumana que a él le devoró antes que a nadie. El servilismo, la apatía, el peso de la máquina burocrática en cada rincón de nuestras vidas, las normas sociales codificadas en leyes que imponen una dictadura invisible sobre el espíritu humano… eso fue Kafka, que recupera su dimensión visual a través de varias obras del cómic como ‘El proceso’ con los ojos de Chantall Montelllier y D. Mairowitz, el ‘Kafka’ de Robert Crumb y ‘La metamorfosis’ según Paco Roca.

Si empezamos por el primero tenemos la enésima adaptación de ‘El Proceso’ (Rústica con sobrecubierta, 17,10 euros, 128 páginas), una obra que ya ha visto la luz en muchas ocasiones. La nueva obra, publicada por la editorial Sins Entido, lleva la firma de David Zane Mairowitz, que se ocupa del guión, mientras que las ilustraciones corren a cargo de Chantal Montellier. Publicada en 1925, después de la muerte de Kafka al igual que todas sus novelas, ‘El Proceso’ es una parábola de la ineficiencia, la corrupción, la injusticia y sobre todo de la absurdidad de la burocracia, como un gran laberinto donde lo que manda es seguir las reglas contra toda lógica y realismo. Ha tenido adaptaciones al teatro, al cine, a otras novelas, a la televisión y al cómic, donde el protagonista principal, Joseph K, es asombrosamente clavado al propio Kafka, una forma de hilvanar obra y autor. Aquí el dibujo de Montellier consigue transmitir la angustia absoluta de un hombre condenado sin sentido alguno, enroscado en la cadena irracional del orden establecido.

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Detalle de ‘El proceso’

Mucho más extraña es la visión que ha creado Robert Crumb sobre el autor checo. Este icono del cómic underground americano de los 60 y 70, un pez escurridizo al que quieren canonizar para que sea admisible por la gran sociedad, se mantiene como uno de los más extraños intérpretes de la memoria kafkiana con ‘Kafka’ (Ediciones La Cúpula, 177 páginas, Cartoné, 20 euros). Quizás porque en ambos casos su obra orbita alrededor de las agonías de los individuos frente a la masa, con un humor negrísimo, resistente, neurosis, obsesión, sexo, originalidad… lo necesario para ser un clásico. Secundando un texto de David Zane Mairowitz que hace de guía biográfica y de atmósfera de Kafka, Crumb invade la psique del autor, sus circunstancias, su deriva personal, todo ellos transmitido con sus dibujos tan característicos. El resultado es un extraordinario híbrido entre biografía, cómic y libro ilustrado, que supone el hermanamiento de dos bichos raros como pocos.

La aportación española llegó con Paco Roca, lanzado ya como va este particular cronista de la realidad social y humana que, por una vez, se sumerge en los mundos de la imaginación de otros. Con ‘La metamorfosis’ (Astiberri, 80 páginas, Cartoné, 13 euros). Roca interpreta ese mundo particular kafkiano. Algo cogido con gusto, según él mismo adelanta en la presentación de este clásico ilustrado de Astiberri: “Desde que leyera de crío La metamorfosis, Kafka se convirtió en uno de mis autores favoritos. Recuerdo que pasar de Julio Verne a leer La metamorfosis fue para mí todo un golpe, me pasé meses intentando asimilar aquello”. Su particular forma es darle cuerpo de imagen a esa pesadilla del hombre transformado en insecto, y lo hace experimentando, rompiendo lentamente la forma de hacer su estilo de anteriores trabajos, peros in dejar de ser Paco Roca.