Visión subjetiva sobre un escritor que muchas veces se queda fuera de los libros que salvaríamos, pero que en realidad fue un sillar más del muro de lo que hoy somos, para bien o para mal.
Érase una vez un escritor clásico incluso cuando no quería serlo. Érase una vez el primer Nobel de Literatura que tuvo Inglaterra. Érase una vez el máximo defensor del imperialismo británico y de la cultura inglesa. Érase una vez un buen poeta que dejó una joya atemporal como ‘If’, convertido en himno de lectura obligada en toda escuela de Reino Unido y países derivados. Érase una vez, sobre todo, un gran narrador que insertó Oriente en el imaginario occidental y que construyó historias que dieron empaque a ese siglo XIX de literatura de aventuras que ayudó a construir nuestra civilización. Conservador y patriotero pero tremendamente humanista, oficialista pero también un soñador épico, eurocentrista pero también un gran conocedor de la cultura india… todo eso fue Kipling, tan venerado como fuente de reproches y desconfianzas. En 2015 cumpliría 150 años, un siglo y medio de vida eterna que sigue palpitante en libros como ‘El libro de la selva’, ‘Kim’, ‘El hombre que pudo ser rey’, ‘Gunga Din’ o sus decenas de relatos infantiles y juveniles. En el lado nefasto queda un texto como ‘La carga del hombre blanco’, quizás uno de los textos más imperialistas escritos por Kipling.
150 años. Un aniversario más de los muchos que se han cumplido en 2014 y se cumplirán en los próximos años. Sobre todo nefastos: entre 1914 y 1918 cayeron en las trincheras de Europa muchos jóvenes poetas y artistas. Entre ellos uno de sus hijos, John, que murió al poco de llegar al frente occidental. Está a punto de caramelo el aniversario de un poema demoledor, ‘En los campos de Flandes’, quizás el mejor texto nunca escrito sobre la estupidez de la guerra y la muerte asociada. Muchos de los jóvenes soldados británicos que marcharon a la Primera Guerra Mundial leyeron el poema ‘If’, quizás lo más famoso pero no lo mejor que saliera de la mente de Kipling. Sin embargo este poema, una lección de valores clásicos con raíces en los héroes de la mitología homérica, donde un hipotético padre le dice a su hijo (varón) todo lo que debería tener o cómo debería ser para convertirse en un verdadero hombre. De ahí el condicional inglés, If, que da título a un texto que fue asimilado por todo tipo de ideologías, desde el fascismo al liberalismo pasando por todo tipo de filosofías personalistas de autoayuda y superación.
Tanto fue el éxito que terminó siendo recitado en academias militares, colegios, universidades… allí donde estuviera presente la cultura británica, estaba Kipling. Se convirtió en el portavoz cultural oficial del Imperio, y sus textos fueron una y otra vez reeditados, casi obligados. A partir de ahí, y de su talento, nació el mito del gran inglés que muchos otros encasillaron dentro de los prejuicios. Defendió el Imperio sin dudarlo en sus cuentos, novelas y poemas, enalteció el espíritu de su mundo victorioso que entonces era la cima de la civilización: no había imperio más grande, más rico ni más poderoso en el planeta. Sin embargo, a pesar de que ese mismo mundo que glorificaba directa o indirectamente intentó colmarle de premios y galardones, los rechazó todos menos el Nobel en 1907. Fue el primer inglés en poseerlo, y también uno de los más jóvenes en recibirlo. Porque, a fin de cuentas, él mismo fue hijo de ese imperio: nació en la calurosa Bombay, conoció desde niño aquella India que era la gran joya imperial.
Su vida y su mundo conocido era la administración colonial y aquella civilización tan exótica para los británicos pero tan normal para él. Era, además, hijo de una buena dama británica y de un oficial de aquel ejército de casacas rojas y blancas que domeñó a varias civilizaciones, muchas veces comprándolas y otras por las armas. Sin embargo su vida india no duró mucho: con seis años fue enviado a la fría Inglaterra, y no regresaría a su mundo de infancia (convenientemente idealizado en parte) hasta su regreso cuando no pudo entrar en la universidad. Pasó por un college especial para hijos de oficiales y en 1882 ya estaba en Lahore, actual Pakistán. Y en 1886 el primer eslabón de la cadena: ‘Centinelas departamentales’. Hay un detalle vital para entender a Kipling: era periodista de una gaceta oficial del Ejército y de la administración colonial. Ese entrenamiento le sirvió para sacar al narrador que llevaba dentro. Pero fue un ente inquieto: en 1889 iniciaba un viaje larguísimo que le llevaría por Extremo Oriente, el Pacífico, EEUU (donde llegó a conocer a Mark Twain) y llegar luego a Londres, donde iniciaría de verdad su carrera literaria. Desde entonces Kipling se transformó en un viajero nato: alternó sus estancias londinenses con viajes por Asia, la India y periodos en EEUU, concretamente Nueva Inglaterra.
Tres libros clave de Kipling: ‘Kim’, ‘El libro de la Selva’ y ‘El hombre que pudo ser rey’
Pero lo que queda de todo escritor es su obra literaria, sus artículos, novelas, cuentos, poemas… y las reflexiones en voz alta (escrita) que hizo durante toda su vida. En total cinco novelas, más de 250 historias cortas (muchas de ellas enfocadas hacia el público infantil y juvenil) y cerca de 800 páginas de versos. De ahí que un listado sea excesivo. Quizás haya que fijarse en sus perlas, como ‘El libro de la selva’ o ‘El hombre que pudo reinar’. Entre esas líneas se coló gran parte de su ideario personal: era hijo del Imperio y su patriotismo se extendió a cada palabra, en ocasiones abrazando la causa de personajes políticos de tan dudosa moral como Cecil Rhodes, quizás uno de los más grandes colonialistas blancos (y que peor efecto tuvo sobre el sur de África). Era su amigo y enseguida la facción liberal y laborista de Reino Unido tendió un puente ideológico entre Kipling y aquella imagen rancia, racista y explotadora que después de la Primera Guerra Mundial se tornó insoportable éticamente.
Ese lastre nubló el poso final de Kipling: un escritor de corte clásico, temeroso de talentos más grandes (cuenta la leyenda que salió espantado al conocer a Mark Twain, aplastado por el talento de aquel monstruo irónico como ha habido pocos) y que en realidad sólo fue aupado y reconocido por el ala conservadora del establishment británico. Su legado queda más limpio ahora de lo que estuvo en vida, y en eso tiene mucho que ver el efecto del cine. Lo que nos queda a nosotros es un escritor que hoy sólo parece tener cabida entre la literatura infantil, pero que dejó una estela digna de recuerdo, entre las selvas de la India, una mirada occidental sobre una civilización única. A fin de cuentas, eso es lo que debería quedar. La literatura.
Portada original de ‘If’, el gran poema patriótico de Kipling
Kipling, la patria y la guerra
Kipling no fue un patriota al uso. Era más parte de un gran entramado mundial que un fervoroso inglés. En sus notas personales, en su autobiografía publicada póstumamente y sus reflexiones públicas siempre dejó bien claro su preferencia por el mundo del que venía, un gran marco imperial en el que Gran Bretaña era la cima de la cultura y el comercio. Europa le importaba lo justo. Fue, a su manera, ciudadano del mundo (imperial), y viajó de una esquina a otra de ese mundo, desde Singapur a California, de Nueva Inglaterra a Londres o Sudáfrica. Y ese fervor le llevó a intimar con los grandes imperialistas, lo que crearía esa imagen política tan nefasta hoy en día. Tuvo en su haber avisar con cinco años de antelación la terrible guerra mundial que se desataría en 1914. Le criticaron y tildaron de patriota barato, pero luego tuvo la mala fortuna de que el tiempo le diera la razón. Avisó de que el ejército imperial no podría enfrentarse a esa guerra moderna.
Renegó de cualquier régimen que no fuera el sistema parlamentario liberal británico, si bien ese mismo sistema no otorgaba derechos a los africanos y asiáticos bajo la bota imperial. Pero cuando su único hijo varón murió en la guerra su actitud cambió: Kipling escribió artículos llenos de sarcasmo y muchas críticas a su gobierno y al de sus aliados. Muchos de ellos se censuraron y durante un tiempo Kipling quedó aislado, sumido en su rabia por la muerte de su hijo, incapaz de salir de esa espiral. Sólo viajar por el mundo (británico) le alivió. Una de sus últimas apariciones públicas fueron para advertir del enorme peligro que suponía el nazismo para su país y el imperio.
Kipling en el cine
Sin duda alguna el séptimo arte sirvió a la causa de Kipling como pocos aliados. Si bien es muy conocido en el mundo anglosajón, el resto del planeta conoció su obra gracias a las muchas adaptaciones que se han hecho de sus obras a lo largo del siglo XX. En total trece adaptaciones, entre las que destacan ‘Capitanes intrépidos’ (1937), con Spencer Tracy (que ganaría el Oscar por su trabajo, por cierto), la primera adaptación de ‘Kim’ en 1950 con Errol Flynn, y la también célebre ‘El hombre que pudo reinar’, que reunió en 1975 a tres monstruos del cine como John Huston (dirección), Sean Connery y Michael Caine, un reparto que también incluyó a Christopher Plummer. Pero sobre todo, salvando las distancias, fue Disney quien más hizo por la obra de Kipling con la estupenda adaptación clásica de 1967 dirigida por Wolfgang Reitherman, la primera después de la muerte del fundador Walt Disney. No es un retrato fiel del libro, sino una versión convenientemente filtrada y pensada para el público norteamericano.
‘El hombre que pudo reinar’, filme que extendió la fama de Kipling fuera de la literatura
‘El libro de la Selva’ en versión Disney, clave para la popularización del escritor fuera de su versión oficialista