Nuria Ribas Costa, reclutada recientemente, que nos habla de Ibiza como pocos pueden hacerlo, con su experiencia de años y amor por ese pedazo único del Mediterráneo.
FOTOS: Nuria Ribas Costa
Probablemente por aire sea la manera más espectacular de llegar a Ibiza. Su pequeño tamaño permite que, en una de las rutinarias vueltas que da el avión antes de posicionarse para aterrizar, el ávido espectador pueda disfrutar de un buen aperitivo de la isla. Las entradas de mar se suceden, unas a otras, como lamiendo la tierra, que se arruga en forma de acantilados y calas rocosas o se relaja en forma de arenosas playas. Predomina el verde de los pinos, haciendo que el nombre que dieron los griegos a Ibiza y Formentera cobre sentido: las Pitiusas, islas de pinos. Al aterrizar, el recibimiento corre a cargo de los estanques de Ses Salines, único Parque Natural de la isla y hogar de la salinera que en su día fue el motor de la economía isleña.
La llamada “pitiusa mayor” es famosa mundialmente por haberse convertido en uno de los destinos turísticos por excelencia, debido básicamente al gran número de discotecas y a la oferta de fiestas. Hermana menor de Mallorca y Menorca, Ibiza se ha visto forzada en muy diversas ocasiones a soportar tachaduras del tipo de “Ibiza party hard”, y similares, como si la fiesta fuese aquí el único atractivo. Sin embargo, el carácter de Ibiza como recodo mediterráneo continua existiendo, y es precisamente ese carácter único lo que la hace especial.
Dalt Vila y el puerto
Ibiza ofrece una gran oferta hotelera: desde agroturismos tranquilos y cuidados hasta hoteluchos cutres de playa, pasando por un gran número de respetables hostales y no menos hoteles de gran calidad en primera línea del mar. Los precios varían en función de la localización y, evidentemente, la calidad. En general, los puntos de mayor atractivo económico son Platja den Bossa y Sant Antoni de Portmany. El primero es una urbanización alrededor de la playa del mismo nombre, en la parte este de la ciudad de Ibiza (llamada por los lugareños “Vila”, núcleo urbano más grande de la isla). Se trata de una larguísima extensión de arena blanca y fina, sobre la que se suceden las hamacas de los distintos hoteles cuyos balcones presiden la orilla; una playa en la que es fácil divisar en un extremo un equipo de algún deporte repitiendo pesados ejercicios mientras en el otro pasa una pareja de avanzada edad dando su paseo matinal diario.
Amurallando la arena se codean enormes edificios de cinco estrellas cuyo nombre ha dado ya la vuelta al mundo (como el Ushuaïa Ibiza Beach Hotel o el Hard Rock Hotel Ibiza) con modestos establecimientos o edificios de apartamentos poco agraciados. Sin embargo, el carácter de Platja den Bossa se hace pronto patente: siendo temprano todavía es habitual encontrarse los servicios de limpieza del Ayuntamiento retirando restos del desenfreno de la noche anterior. Botellas y vasos de plástico por las aceras, papeleras a rebosar y encargados de los hoteles afanados en dejar brillantes las puertas de entrada.
Calle principal de Santa Gertrudis
En Sant Antoni de Portmany, otro de los núcleos urbanos importantes de la isla y localidad cabeza de uno de los cinco municipios, ocurre un fenómeno similar. Los bajos precios de los apartamentos y hoteles aumentan la rentabilidad de un turismo de bajo valor adquisitivo, que una vez instalado en estas zonas se estanca y no sale de los alrededores de su alojamiento. Esto provoca la proliferación de más edificios de iguales condiciones, pubs, restaurantes y toda una serie de emblemas del turismo prefabricado de sol y playa más primitivo que nada tiene que ver con la verdadera esencia de la isla. Platja den Bossa y Sant Antoni son, pues, los dos puntos dónde este fenómeno ha tenido la mayor incidencia. La recomendación de las oficinas de turismo para hacer compatible un alojamiento barato con el conocer la verdadera Ibiza es simple: hay que moverse.
El transporte: la clave
La libertad es en general la mejor manera de disfrutar de un lugar. En el caso de Ibiza, no hay excepción. Según los lugareños, la forma idónea de descubrir la isla es teniendo un medio de transporte propio: ya sea moto o coche, la posibilidad de ir más allá de las líneas de bus es para muchos el punto de inflexión. Ruedas, piernas y jadeos son la receta para llegar a los recodos más escondidos y vírgenes de una isla que es mucho más que masificación y discotecas. Algunas de las playas más populares que requieren pequeñas excursiones son, por ejemplo, Sa Pedrera (conocida también como “Atlantis”), Punta Galera y Es Portitxol. Las dos primeras son terrazas de roca plana que se suceden una a una hasta llegar al mar. Escaleras imperfectas bañadas cada X tiempo por las olas del cálido Mediterráneo. Es Portitxol, por su parte, en el norte, en el medio de la zona más montañosa de la isla, es una diminuta cala de arena y aguas cristalinas recogida entre pinos, rocas, y alguna que otra pincelada del ser humano en forma de casitas de pescador.
Es Vedrà y Es Vedranell
Hierbas, sofrito y emprendada
El coche se convierte en un imprescindible también a la hora de saborear (en el sentido más literal de la palabra) la cultura ibicenca. De los muchos restaurantes que ofrecen platos típicos, la autenticidad es siempre una apuesta segura. En el caso de Ibiza, lo más inteligente es probar en cada restaurante su especialidad. Entre los imprescindibles se cuentan la paella del restaurante El Carmen, en Cala d’Hort, el pescado al horno de S’Espartar, en Sant Josep, o el sofrit pagès d’ Es Pins, en Sant Joan. A esta ínfima lista cabe sumar postres tan típicos como la greixonera, el flaó, las orelletas o las madalenas de almendra, productos que se pueden encontrar casi en cualquier parte dada su gran popularidad. En el caso de la bebida, se podría decir que las Hierbas Ibicencas han dado ya el salto a la fama. Este licor con base de anís se fabrica en la isla desde tiempos inmemoriales y consiste en una mezcla entre hinojo, tomillo, y bayas de enebro, entre otras.
Sin embargo, saborear, lo que se dice saborear, también se puede hacer con los ojos y los oídos. Y es que lejos de las fiestas en grandes naves industriales y con música saliendo a toda pastilla de enormes altavoces, las auténticas pistas de baile de la isla fueron siempre las plazas de las iglesias. En ellas los jóvenes y no tan jóvenes de las collas (agrupaciones de cada parroquia) bailan payés, la danza típica de Ibiza. Ataviados con la vestimenta tradicional, luciendo los chicos las barretinas y las chicas hermosas emprendadas (profusos juegos de joyas), dan vueltas y vueltas al son del tambor y la flauta ante los ojos nostálgicos de los vecinos de mayor edad, y las ávidas y curiosas miradas de los visitantes más pintorescos.
Estanques de sal de Ses Salines
Tierra y mar: el desconocido interior y las sorpresas de la costa
El baño del Mediterráneo convierte la costa en el punto más atractivo de la isla. En este sentido, se puede decir que Ibiza lo tiene todo: desde calas pequeñas de roca hasta largas playas de arena. Probablemente la más popular de las primeras sea Ses Salines, situada en el Parque Natural de Ses Salines, cuyos estanques se divisan desde el avión minutos antes de aterrizar. Como Playa den Bossa, se trata de una larga extensión de arena blanca, escoltada esta vez por dunas y savinas, y con un agua cristalina que deja claro por qué en las guías suelen reiterar que las Baleares no tienen nada que envidiar al Caribe.
Después de Ses Salines, se suceden un buen número de playas y calas. Su vecina es la igualmente extensa Es Codolar, al otro lado del popular Cap d’Es Falcó, una lengua de tierra que se introduce en el mar estrechándose a medida que éste gana profundidad. Aparece a continuación Sa Caleta, una preciosa y diminuta cala rodeada de varaderos de pescadores y con vistas al mencionado Cap d’Es Falcó. Después Es Bol Nou, es Xarco, Porroig… Pero sin duda son las calas los lugares más emblemáticos de la isla. Las hay de muy diversos tipos: de arena, como Cala Conta, con su preciosa puesta de sol, o Cala d’Hort, con sus vistas al islote de Es Vedrà; de roca, como Porroig o Punta Galera, o mixtas, como Es Sòl de’n Serra o Cala Boix.
Sin embargo, todo turista que se precie es presa de una curiosidad que le lleva a querer conocer lo bdesconocido. En el caso de Ibiza, este deseo lo satisface el interior. Lo más interesante es sin duda la ruta que va desde Sant Antoni hasta Sant Miquel, pasando por el Pla de Corona, en Santa Agnès, y bajando hasta Santa Gertrudis.
Porroig
El Norte de la isla lo conforman los ya mencionados Es Amunts, lo más parecido a una sierra montañosa de que dispone Ibiza. El paseo por sus bosques a menudo termina en impresionantes acantilados: fachadas de roca roja orientados al noroeste, disposición que permite, en días claros, ver la costa valenciana. Roja es también la tierra del Pla de Corona, una enorme extensión de tierra poblada exclusivamente por almendros. En invierno, cuando éstos florecen, hacen del Pla un lugar comparable a un campo nevado. Santa Gertrudis es, por su parte, un perfecto ejemplo de pueblo ibicenco: presidida la calle principal por la iglesia, las casas son todas blancas, abundan los pequeños comercios y, sobretodo, los restaurantes. El atractivo del interior de Ibiza no termina aquí: rutas en bici, caminos para senderismo y carreteras serpenteantes son sólo algunas pinceladas apetitosas que esconde lo desconocido.
Las grandes urbes, por su parte, no existen en la isla. Ibiza ciudad (Vila), al sur, es el núcleo más grande. Se articula alrededor de dos puntos clave: el puerto y Dalt Vila, la parte antigua, un paseo por los cuales es probablemente una de las actividades más interesantes. Es sin duda un imprescindible perderse por las callejuelas del casco viejo, entre piedras milenarias, mientras el viento salado y los últimos rayos de sol del día acarician los tejados de las casas, para desembocar finalmente en el Mercat Vell, en el centro del puerto (Es Moll), con sus casitas blancas y sus innumerables bares, restaurantes y tiendas.
Desenfreno sin precedentes: la mejor fiesta del mundo
“Aquí la gente hace cosas que no haría en su casa”. Esta suele ser la frase más pronunciada por los ibicencos cuando hablan de los turistas en el marco de la fiesta. Y es que la gran oferta nocturna propicia una inclinación a pensar que no hay nada más allá de los focos, las mesas de mezclas y el confeti. Una vez dejado claro que no es así, se hacen imprescindibles un par de pinceladas sobre la fiesta en Ibiza.
La oferta es inmejorable: desde enormes naves industriales como Amnesia o Privilege hasta bares de copas y pubs en los puertos de Vila o Sant Antoni, pasando por discotecas de menor tamaño como Pacha o Blue Marlin; cada local tiene una fiesta diferente según el día. DJs de renombre internacional se codean con artistas locales, ofreciendo noches con un nivel de electrónica muy alto. El Ibiza Rocks o el Hard Rock, por su parte, se ocupan de traer a la isla músicos de otros estilos: grandes nombres del pop, como Kylie Minogue; o del indie rock, como Franz Ferdinand, entre otros, han estado también ante los micrófonos de la isla.
Música, pinos, sal y piedra se unen así conformando uno de los escenarios más polifacéticos del Mediterráneo, que mantiene su esencia mientras una ya frenada masificación permite que millones de turistas pueblen la isla cada año.
Fiesta en Space Ibiza
Nuria Ribas Costa (@nribascosta) (limpossiblenscal.blogspot.com)