Otra vez Philae, post-hibernación: hielo endurecido en el corazón del cometa y moléculas de carbono que darían otro apoyo al origen externo de la vida.
Antes de su anunciada, previsible y accidentada “muerte temporal” por hibernación, la sonda Philae envió a la Tierra datos sobre dos detalles que, unidos, pueden ser vitales para poder entender mejor el universo y el origen de la vida. Por un lado, el corazón del cometa 67P donde se posó la sonda que transportaba la nave Rosetta (que sigue orbitando el cometa) contiene grandes cantidades de hielo endurecido a -170º, y por otro detectó moléculas orgánicas en la atmósfera y compuestos en el cometa. Dos elementos diferentes que unidos dan pie a la teoría de que la vida en la Tierra llegó de fuera, que no se generó dentro del propio planeta. Es la llamada Teoría de la Panspermia.
Esta teoría supone que los cometas y asteroides son como semillas que vagan por el universo con el material vital y preciso (por ejemplo, cadenas de carbono, la base de la vida animal y vegetal) que al chocar o pasar cerca de un planeta con las condiciones idóneas puede generar vida. De ser así, otros cometas y asteroides podrían haber generado vida evolucionada en otros planetas, otros sistemas, otras galaxias. Esta vía teórica es defendida por científicos que consideran que las moléculas base de la vida viajan en cometas que “siembran” el material necesario allí donde se dan las condiciones idóneas. Por ejemplo la Tierra, donde en el momento de irrupción de la vida ya había oxígeno, agua y otros materiales básicos con los que interactuar. No obstante que haya carbono no implica que existan proteínas y compuestos complejos. Simplemente es que hay material orgánico.
Este hallazgo es uno más de los que pudo hacer Philae antes de quedarse sin baterías y entrar en hibernación. También antes había descubierto que la temperatura externa del cometa no era tan baja como se creía (“apenas” -70º). La sonda aterrizó casi un kilómetro más allá de donde tenía que haberse posado, pero lo hizo, y gracias a sus instrumentos (como el MUPUS y el COSAC), logró obtener datos. El segundo fue el que envió los datos de moléculas orgánicas a la Tierra, al centro de control de la Agencia Espacial Europea en Alemania (DLR), mientras que el primero fue el que se encargó de taladrar la superficie. Lo que encontró fue material “duro como el hielo” y con gran cantidad de agua congelada.
Una de las fotografías de la superficie del cometa enviadas por Philae (Foto: ESA)
Así, la superficie del cometa 67P es mucho más dura de lo que se creía. Y frío, mucho más frío. Concretamente ese núcleo congelado con agua está a casi -170º y está cerca de la superficie rugosa y polvorienta del cometa, ya que el MUPUS apenas pudo penetrar 40 cm en la superficie. Eso significa que la capa externa es pura suciedad acumulada durante el vagar eterno de los cometas, que serían algo así como bolas congeladas extremadamente endurecidas y que, de hecho, son restos de la formación del Sistema Solar con miles de millones de años de antigüedad, reliquias que muestran cómo era aquel trozo de universo en el que el Sol y el resto de planetas se conformaron.
Philae, la sonda milagrosa
Una vez que la sonda Philae terminó la carga de sus baterías (unas 57 horas), y que quedó demostrado que sus paneles solares apenas podían recargar con eficiencia un mínimo imprescindible, el equipo de la Agencia Espacial Europea (ESA) que la dirige desde la Tierra decidió hibernarla. Pero no para siempre: a medida que se acerque al Sol en su órbita de miles de millones de km alrededor de la estrella, podría perfectamente ser reactivada: a más cercanía más opciones de que llegue a sus paneles desplegados más cantidad de luz solar, y por lo tanto que recupere la energía necesaria para seguir trabajando. Para eso pasarán meses. De momento la nave Rosetta la vigilará de cerca para controlarla.
Sin embargo, a Philae le dio tiempo a trabajarñ. El contacto se perdió a las 1.36 horas (franja continental europea), un poco antes de que Rosetta pasara al otro lado de su órbita (por debajo del horizonte) y no fuera posible establecer comunicación. A pesar del chasco que ha supuesto todo el proceso, especialmente que la sonda no aterrizara exactamente sobre la X marcada en la mente de los ingenieros, y de que estuviera en un ángulo superior a 30 grados (es decir, de lado y con una de sus tres patas en el vacío), la misión se puede considera un éxito.
Ahora se abre la segunda etapa, la de esperar que la máquina permita ser reactivada desde la Tierra si llega luz solar. Para que sea posible, y en el último suspiro casi de Philae, los técnicos lograron que la sonda girara su módulo para poder encararse más hacia la posición del Sol. Esto significa que a partir de ahora tanto Rosetta como la Tierra seguirán enviando órdenes que pudieran despertar a Philae. Lo que ocurra dependerá de la resistencia técnica, de las oportunidades y de cómo se las ingenie la ESA para resucitar una máquina que llegaba hace 48 horas a 67P para hacer historia.
Porque el 67P/Churyumov-Gerasimenko no es un planeta, es un cuerpo celeste que se mueve a una velocidad endiablada (55.000 km por hora) a 500 millones de km de distancia de la Tierra. La misión empezó hace diez años, 20 si se tiene en cuenta el primer momento en el que brotó la idea. Pero el aterrizaje fue múltiple y accidentado: rebotó dos veces antes de posarse una tercera y final, pero lo hizo en un plano inclinado (peligroso), y además los arpones que debían anclarla con firmeza al suelo no funcionaron. Philae se sostiene pues por los taladros de sujeción de sus patas. Se temió incluso que el taladro científico que tenía que excavar en la superficie pudiera incluso desequilibrar la sonda y lanzarla al espacio dada la baja gravedad de un cometa que, en realidad, tiene el tamaño del centro de Los Ángeles y que es tremendamente irregular, con forma de pato de goma.