Uno de los lugares más extraños de España está por encima de las nubes en Tenerife, las Cañadas del Teide, una isla dentro de la isla, antiguo lugar sagrado para los aborígenes prehispánicos y una mezcla de mundo volcánico rodeado de bosques.
FOTOS: L. C. Prieto
Lo que más impacta, con diferencia, de este lugar del mundo es el silencio. Quien duerma una noche en el Parador Nacional, último reducto urbano de toda la zona después de que se decidiera destruir todas las casetas y cabañas de cazadores del perímetro del Parque Nacional, lo que obtendrá será un agujerito en su cuenta y el peso inmenso del silencio. Sólo el viento, esporádico, rompe esa quietud infinita capaz de destrozar los nervios de cualquiera.
Llegar a las Cañadas del Teide es como comerse una gran tarta: por capas. Recomiendo especialmente subir desde el norte de la isla, porque se pueden ver los estratos humanos y vegetales de la isla de Tenerife. A partir de determinada altura el clima cambia, las casas de los últimos pueblos dejan paso a un bosque de pino canario tan profundo y denso en algunas zonas que es muy fácil perderse. El bosque se enseñorea y la carretera, de las más cuidadas de España (por el turismo), cerrada a cal y canto cuando nieva (a veces por encima de los 1.200 metros, si el invierno es frío), lo surca serpenteando entre rocas volcánicas flanqueadas por pinos milagrosos: cuando arden sólo se quema su corteza, especialmente gruesa, de tal forma que a la primavera siguiente vuelven a germinar.
Carretera de acceso desde el norte
Las Cañadas: el Dedo de Dios (izquierda) con el Teide en segundo plano
Entonces el bosque desaparece y lo que surge en su lugar es la fuerza inmensa de la actividad volcánica que modeló el lugar, una gran caldera de la que surgen pequeños volcanes que son bocas del gran dios geológico, el Teide, 3.715 metros, el pico más alto de España y un hermano gemelo del monte Fuji de Japón, estromboliano y por tanto explosivo, cuya última erupción documentada está recogida en el cuaderno de bitácora de Cristóbal Colón en 1492.
Originalmente, es el producto del hundimiento de un súper volcán de unos 5.000 metros de altura que entró en erupción con tal violencia que se hundió sobre sí mismo, forjando el paisaje de coladas diferentes de lava superpuestas, desde el marciano malpaís (no entre, volverá con alguna pierna rota) hasta los restos arenosos de lavas mucho más antiguas. En los bordes, las antiguas paredes formadas en aquel suceso son picos creados a cuchillo por la naturaleza, casi imposibles de escalar si no es bordeándolos por el exterior en muchos casos.
El alto de Guajara, el Llano Ucanca, las Siete Cañadas, La Fortaleza, los roques de García y Pico Viejo (o Chahorra) son ejemplos muy importantes y característicos que forman el paisaje natural del parque, un gran pastel de colores ocres entremezclado con el rojo, el malva o el verde de la escasa vegetación adaptada a la altura y el clima tan particular.
Tajinastes, planta endémica de la zona
La diferencia termal entre el día y la noche se asemeja a la del desierto, y los inviernos suelen ser una sucesión de tormentas que dejan a veces hasta dos metros de nieve en zonas de simas. Es el paraíso de la naturaleza en estado puro, sin más presencia humana que guardas forestales, el parador, un museo a la entrada del parque y el teleférico construido años atrás para que los turistas puedan ascender y hacer cumbre en el cráter.
Para muchos endemismos, las paredes y oquedades que las piedras de las Cañadas conforman, suponen un verdadero refugio para su conservación. Destaca por ejemplo el tajinaste rojo (Echium wildpretii), la jara de Las Cañadas (Cistus osbeckifolius), el rosal del guanche (Bencomia extipulata), en grave situación pues su población no supera los 50 ejemplares, y la escasa Helianthemum juliae.
Superando los 2.400 m de altitud crece una planta muy frágil y delicada, la violeta del Teide (Viola cheiranthyfolia). Para quien esté acostumbrado a dehesas, campos, montañas y los inmensos horizontes del interior de España, la Cañadas del Teide le parecerán un lugar sacado del tiempo, como si no debiera estar ahí, la sensación de que en este pedazo del mundo la naturaleza no ha sido domesticada. Un paraje que puede recorrerse en un día, que incluso tiene pistas de trekking por la zona más llana, que serpentea entre coladas de lava de caprichosas formas.
Es el destino preferido en invierno, el único lugar de Canarias donde la nieve no es una utopía, sino una realidad muy bien conocida. Pero también el escenario perfecto para muchos sueños, como el de ‘Hace un millón de años’ y ‘Furia de Titanes’, por poner dos ejemplos de películas rodadas en este rincón extraterrestre. Un lugar al que ir al menos una vez en la vida, donde se escucha el silencio. Sin humanos.