Agencia madre de casi todas las instituciones espaciales del mundo, o cuando menos el espejo en el que se miran, la NASA no para a pesar de los recortes.
Después de miles de millones de recorte presupuestario, y de recuperar parte de la inversión abrazando con pasión al sector privado (Lockheed Martin, SpaceX, Boeing), la materia gris de la NASA no se detiene y ya está pensando en el futuro cercano y lejano. Nada define mejor a la agencia espacial norteamericana que su leitmotiv interno más básico: imaginar y soñar con cosas que al cabo de unos años se hacen realidad. Soñaron en los años 60 con la posibilidad de construir naves espaciales y nació el programa de transbordadores que termino hace un par de años después de grandes avances; soñaron con cápsulas automáticas y fue SpaceX el que las acabó haciendo, y ahora sueñan con desempolvar otras “fantasías” como submarinos para los océanos subterráneos de otros mundos o nuevos aviones supersónicos al estilo “Concorde”.
El nuevo Concorde con acento NASA. Hace diez años que desaparecieron de los cielos los Concorde fabricados entre británicos y franceses, aviones supersónicos de pasajeros capaces de reducir a la mitad el tiempo de vuelo, más rugientes, caros y contaminantes que cualquier conocido. En el año 2000 el Concorde de Air France estalló en pleno vuelo matando a todo el pasaje. Fue la puntilla a un invento factible pero con fallos importantes. Fueron desestimados por las grandes empresas. Hasta que la NASA ha desempolvado el proyecto para su propio avión supersónico, con el sector privado (principalmente sus dos contratistas preferidos, Lockheed Martin y Boeing) como aliado. La NASA dispone ya incluso de prototipos a escala y diseños avanzados.
Diseño de Lockheed Martin
Diseño de Boeing
Los Concorde eran muy complicados: demasiado rápidos, demasiado contaminantes, demasiado caros, demasiado a todos los niveles. Eran capaces incluso de romper la barrera de los 2.400 km/h y generar una cantidad de energía brutal al romper la barrera del sonido. El ruido era tan demoledor que si volaban demasiado bajo (es decir, a varios miles de metros de altura) ensordecían y rompían cristales. EEUU llegó incluso a prohibir que volaran sobre su territorio: salvo, como es obvio, los de la Fuerza Aérea, que eso es otro cantar. Pero aquellos Concorde eran diferentes a los que ha planeado la NASA y que hizo público este año en Aviation 2014, uno de los principales eventos de I+D aeronáutica. El prototipo pensado por la NASA reduce la contaminación, la acústica, consume menos energía y, como ellos mismos dijeron, podrían tener otras aplicaciones además de las civiles.
Lockheed Martin y Boeing ya se han puesto manos a la obra y han diseñado dos prototipos que reducen considerablemente el sonido de ruptura, la explosión sónica. Las dos empresas entran en el Proyecto de Alta Velocidad de la NASA, que buscan la forma de reducir la contaminación acústica hasta niveles aceptables por las leyes gubernamentales de EEUU. Cambia la ingeniería, pero no el diseño: siguen pareciendo Concorde más estilizados, casi como agujas con alas, una forma de Delta que es la más adecuada para romper la barrera del sonido. La variante es la colocación de los motores: sobre el fuselaje puede disipar el impacto sónico; hacen experimentos en túneles de viento pero no son nada tímidos en la agencia: quieren que el primer vuelo sea para 2020, con un impresionante listón de dos horas de vuelo para cubrir la distancia entre España y Nueva York.
Los proyectos NIAC. La NASA se ha propuesto poner la mira de la carrera espacial en la búsqueda de vida biológica fuera de la Tierra. Y el ojo lo ha puesto en Titán, donde tiene grandes esperanzas de encontrar “algo” en los mares de hidrocarburos de esta luna, o bien en los océanos subglaciales de otros mundos. La NASA cuenta con su propio programa de innovación en la que diferentes proyectos privados compiten por fondos públicos, una manera muy inteligente de estimular la creatividad en lugar de cientos de comités públicos que terminan por entregar el dinero a gente elegida a dedo (¿les suena español?). El NIAC es una de esas plataformas, y en el último los responsables de la NASA han elegido un total de doce propuestas que son ciencia-ficción potencialmente ciencia real.
El submarino futuro para los mares de Titán
Uno de esos proyectos es un submarino que exploraría el mar de hidrocarburos del hemisferio norte de Titán, el Kraken Mare. En realidad es un diseño de robot submarino capaz de reprogramarse autónomamente para poder hacer experimentos científicos a partir de unas órdenes humanas sencillas. Los mares de metano líquido son candidatos perfectos para albergar vida bacteriana. También para explorar Titán la NASA eligió otro proyecto que desarrolla drones autónomos para que sobrevuelen la superficie dentro de la densa atmósfera de Titán. Otros programas, en cambio, apuntan a nuevos sistema de propulsión para hacer viajes al espacio profundo. El sistema, muy teórico, plantea alcanzar velocidades de 700 km por segundo gracias a una nave giratoria que utiliza el mismo estilo que las velas solares, naves nada aerodinámicas pero que podrían captar gran cantidad de energía solar para su impulso.
Otras ideas seleccionadas son más sencillas y cercanas: por ejemplo el uso de la tecnología de neutrinos para hacer mediciones de las lunas de Saturno y Júpiter que podrían albergar vida, o una más reciente aún consistente en redes para capturar asteroides en aproximación, incluso algo parecido a la sonda europea Rosetta, como naves ancladas a cometas que apenas gastaran energía para seguirles y poder estudiar a fondo estos fenómenos celestes que podrían estar directamente vinculados con el origen de la vida. O incluso, ahí está la gran hazaña, anclar naves a cometas que siguen su órbita por el espacio profundo y utilizarlos de “caballos de viaje” para estudiar el espacio profundo.
El futuro cercano: los módulos de SpaceX
Entre tanto, a finales del mes pasado ya se conocían más detalles de cómo el proyecto de módulos de esta empresa privada aliada de la NASA ya ha desarrollado, el Dragon. Éste funciona como un transbordador: sale del planeta con cohetes externos pero aterriza gracias a sus propios retrocohetes y sistemas de soporte que la asemejan a una nave espacial digna de una película de ciencia-ficción. La versión no tripulada ya es usada por la NASA para hacer de puente con la ISS. El Dragon es lanzado además con cohetes propios de la empresa, los Falcon 9, y es uno de los únicos tres modelos de nave privada que compiten por el gran y goloso regalo que supondría un contrato final con la NASA. Actualmente SpaceX ya tiene un contrato 1.600 millones de dólares para doce misiones de reabastecimiento de la estación. Se espera que la agencia americana seleccione un modelo final de “taxi espacial” antes de octubre de este año.
El Dragon de Space X