Los Pueblos del Mar es la forma más o menos convencional de denominar un suceso histórico muy antiguo que cambió para siempre la Historia de Oriente Medio y el Mediterráneo, y con ello la de la Humanidad: pueblos bárbaros sin un origen claro ni una cultura concreta que arrasaron en el siglo XII a. C. el Egeo, Asia Menor, Oriente Medio y Egipto, con consecuencias clave para lo que ocurrió después.
Todavía hoy, y por mucho que se haya investigado, continúa como uno de los grandes pozos sin fondo de la arqueología y la historiografía. Como tantas otras veces en la Historia, un alud humano aplastó a los pueblos anteriores de una región y puso los cimentos, mediante la destrucción, de una nueva era. Un suceso que se ha repetido de forma ininterrumpida durante siglos hasta que el mundo estuvo tan poblado, y el sistema político tan asentado (en torno al siglo XIX), que fue imposible repetirlo. Aquella fue quizás una de las primeras veces en las que la oleada fue masiva. No tan grande como la de los indoeuropeos hace cuatro mil años, cuando desde Asia Central ocuparon Europa, Oriente Medio, el oeste de China y la India, pero sí con una potencia decisiva en los ciclos históricos posteriores. A grandes rasgos, el suceso fue así: un grupo de pueblos desconocidos de la Edad del Bronce migraron con violencia hacia el arco oriental del Mediterráneo durante el 1.200 a.C. (siglos después de las migraciones indoeuropeas) atacando a todas las civilizaciones que encontraron; se les llamó “del Mar” porque viajaban por mar, haciendo cabotaje de la costa desde el norte (Grecia) hasta el sur (Egipto), pasando por todo el este del mar (Asia Menor, Asiria, Fenicia, Judea). Sabemos que existieron porque atacaron Egipto en pleno apogeo de Ramsés III, y los egipcios documentaron su guerra contra ellos en el delta del Nilo y otros territorios.
Aquellas invasiones encadenadas, sostenidas en un plazo de tiempo concreto (pero no puntuales), provocaron la decadencia del Egipto clásico, el hundimiento de la civilización micénica en el Egeo y la desaparición de los hititas en Asia Menor. El resultado fue una Edad Oscura muy parecida a la Edad Media occidental que sumió a la cuna del mundo en siglos de retroceso y colapso. De aquella destrucción surgirían luego el apogeo fenicio, la Grecia clásica o el nuevo Egipto. No obstante, como casi todo con los Pueblos del Mar, de los que se desconoce incluso su filiación cultural o étnica, incluso sus consecuencias son polémicas. Nadie da por sentado que el proceso de hundimiento de esas civilizaciones no hubiera empezado antes, por lo que las invasiones serían la puntilla de una agonía; incluso se pone en duda la propia invasión, cuestionada por muchos arqueólogos e historiadores que consideran que en realidad aquellos ataques eran más parte de guerras locales protagonizadas por diferentes pueblos. Incluso se duda de que fueran deliberados, sino producto de un efecto alud por el que unos pueblos son atacados por otros y pierden sus posesiones, sus casas y sus cosechas, y no tienen más remedio que emigrar a otros lugares en busca de sustento, que pueden conseguir arrebatándoselo a otras poblaciones y convirtiéndose en saqueadores. De esta forma naciones pacíficas se convertían en saqueadoras de otros por pura supervivencia.
Rutas de origen posibles y desarrollo de las invasiones de los Pueblos del Mar
La arqueología sí puede poner sobre la mesa dos certezas: las excavaciones y las dataciones con carbono 14 permiten verificar que en efecto hubo una destrucción general por el fuego y el saqueo en el arco oriental mediterráneo en un plazo de tiempo corto. Es decir, que esta política de tierra quemada podía ser por alimento y recursos, pero no por asentamiento, ya que la destrucción eliminaba opciones de supervivencia a largo plazo en la zona, lo que les empujaría a seguir atacando una y otra vez hasta agotarse. Los Pueblos del Mar, siguiendo esta línea, serían pues la amalgama difusa y accidental de grupos humanos que como en un efecto dominó se empujaban unos a otros sin pausa, un círculo vicioso de muerte y destrucción que no permitía detener el proceso. Ese movimiento colectivo dejó huellas, pero no tantas como para que fueran definitivas y evidentes: las referencias históricas son muy difusas y parciales, las fuentes más fiables son las egipcias, y no tenían conciencia de que otras culturas hubieran sido atacadas. Cada civilización luchó contra la marea como pudo, y siempre desde su perspectiva. El primero en reunirla bajo un solo concepto fue Emmanuel de Rougé (1811-1873) que se basó a su vez en referencias egipcias que hablaban de “extranjeros venidos del mar, de islas”; así nacieron los Pueblos del Mar, que aparecen en las estelas e inscripciones egipcias de Medinet Habu al final del Imperio Nuevo.
Esa referencia era localista: los egipcios creían que venían de las islas griegas porque llegaron del mar, por el norte y el noreste, pero no es fiable. Tan poco que muchos niegan incluso la mayor, atribuyendo la coincidencia en el tiempo de restos de saqueos y ataques a una cadena de sequías y hambrunas combinada con guerras regionales. Ese cuadro de inestabilidad generaría el caos posterior, que con la confusión del tiempo y la distancia cultural los egiptólogos habrían englobado como un todo. Pero los puntos de conexión son casi siempre los mismos: Grecia, Asia Menor, la costa oriental y Egipto. En el caso del mar Egeo, el final de la Edad del Bronce (y con ella el inicio de la Antigüedad como tal) es violento: pueblos migratorios llegados desde el norte y el este penetraron en la red de ciudades-estado y colonias costeras creadas por los micénicos, que asimilaron parcialmente a los recién llegados. El gran problema es tanto de pruebas físicas arqueológicas como de la maraña de referencias lingüísticas cruzadas en Egipto, la civilización más avanzada y la que más en serio se tomó el desafío. Fue, además, la única que pudo detener las invasiones y sobrevivir al golpe. Los egipcios diferenciaron entre los pueblos invasores a partir de su propia percepción de lo que creyeron eran naciones distintas: shardanat, peleset (después filisteos y que dieron nombre a la región en la que se asentaron, Palestina), lukka, akawasha, teresh, shekelesh, thekel, denyen y weshesh.
Ruinas de Ugarit
No todos los que asolaron la cuenca oriental estaban en esa lista porque no todos llegaron a Egipto. Y parte del baremo para separar unos de otros era lo que conocían los habitantes del Nilo: muchos de los pueblos que identificaron fue porque anteriormente habían servido de mercenarios al servicio de los faraones, o habían comerciado con ellos, por lo que se entiende que la teoría del alud podría ser el origen de los Pueblos del Mar. No serían tribus bárbaras oscuras salidas de la nada, puro misterio, sino pueblos vecinos que por varias razones cayeron en el mecanismo de dominó de necesidad y saqueo. Aparecen los lukka, palabra con la que designaban a los licios (pueblo de Anatolia bien conocido). Los cambios siguieron como si fuera una bola de nieve: Egipto perdió para siempre el dominio sobre Palestina y Siria, que pasaron a tener existencia autónoma, y el Mediterráneo Central, que era la frontera por el oeste del incipiente mundo civilizado oriental, quedó aislado durante varios siglos.
Si hacemos caso a la teoría del origen localizado, sin embargo, hay que fijarse en el origen, el Mar Negro. Supuestamente la gran ola llegó desde el norte, en ese gran mar; a partir de ahí los Pueblos del Mar atacaron Grecia, el Egeo y Asia Menor, arrastrando en su paso la caída de la cultura micénica y provocando una época de decadencia muy acusada que los griegos clásicos confirmaron como su origen primitivo. También a los antiguos hititas, que ya no volvieron a levantarse y durante siglos habían sido la vanguardia de los pueblos indoeuropeos emigrados. El movimiento migratorio violento, como una gran S, alcanzaría luego a Creta y Chipre, que sirvió de base para atacar la costa siria, lo que hoy es el Líbano, Palestina y finalmente Egipto, que se defendió en el Delta y en el Sinaí. Las fuentes primordiales son el obelisco de Biblos, los documentos de Amarna, las inscripciones de Ramsés II, los del faraón Meremptah (que hacen referencia al saqueo del Detal), los textos de los últimos reyes de la ciudad-estado levantina de Ugarit, y por supuesto las inscripciones de Ramses III, que documentó todas y cada una de las incursiones de los Pueblos del Mar. Es con estos testimonios con los que se pueden diferenciar tres grupos diferenciados: los licios (lukka), los shardana (se cree que los sardos de Cerdeña), los peleset (filisteos).
Prisioneros filisteos en estelas egipcias
Especialmente útil es la referencia filistea, ya que es una de las posibles teorías de asentamiento. Según la arqueología desarrollada en la zona, la cultura de Canaán previa, de origen semita, fue laminada por un pueblo con raíces culturales en el Egeo que trajeron su propio arte y costumbres; con el paso del tiempo se conformarían los filisteos, fusión de la base semita con ese pueblo venido del otro lado del mar. Ellos serían la mayor prueba de que en efecto el origen de los invasores hay que buscarlo en el norte, en el sureste de Europa. Esta hipótesis entronca con una paralela, la que entiende que los invasores llegaron desde Creta, que eran minoicos. Se cita a los tjeker, que provendrían del sur del Egeo y habrían llegado hasta Oriente; serían pues tribus antiguas que iniciaron un proceso migratorio mucho más complejo y que habría incluido a diferentes grupos de origen griego en ese movimiento. La teoría colectiva de una migración en alud desde Grecia hacia el resto de Oriente cobraría fuerza, tanta que casi podría decirse que fue una continuación de los movimientos migratorios violentos de Europa en la Antigüedad. Esta idea es brumosa: supuestamente grupos de griegos sin patria, saqueadores emigrados o comunidades enteras, que convirtieron la guerra y el ataque en su forma de vida. La teoría griega permitiría unir también las referencias egipcias a los sardos y sículos llegados desde la órbita helénica de Cerdeña y Sicilia. A su vez, esta línea de explicación se uniría a la que establece que fueron pueblos itálicos (de nuevo referenciándose a los sardos y pueblos del Tirreno emparentados con los etruscos) los que cruzaron el mar siguiendo las rutas comerciales de la civilización; atacaban a culturas más ricas y opulentas, atraídos por esa misma riqueza.
Cualquiera de esas vías remiten siempre al oeste y el norte, a Europa. Pero no son las únicas hipótesis. Existe también la posibilidad de una explicación mucho más sencilla y conectada con la idea del alud humano: el hambre. En torno a esa época se sucedieron largos periodos de sequía en Anatolia y otras zonas de Asia Menor. El fracaso de las cosechas en sociedades que dependían de la agricultura provocó largos movimientos en ondas sucesivas que generarían ese efecto dominó. Una prueba serían los testimonios de los egipcios, que describen largas columnas de guerreros que arrastran consigo a mujeres y niños; es decir, no sería un ataque en cadena al estilo de los vikingos, que sólo se asentaban cuando ya habían dominado un territorio, sino que se trataría de un precedente de los movimientos de los pueblos barbaros que siglos después precipitaron la caída de Roma. Tanto en un sentido como en otro, sea ya el origen en el Mediterráneo Central, en el Egeo, en el este de Europa (a través del Mar Negro) o en Asia Menor, lo cierto es que el estallido barrió con casi todo. Y lo que llegó después no fue mejor: en la mayoría de los casos los invasores que se asentaron eran mucho más primitivos; su cultura tardó en germinar de nuevo y en crear mejores condiciones.
Escena del Templo de Medinet Habu en la que Ramses III vence a los Pueblos del Mar
Pero sea cual sea el origen o realidad de los Pueblos del Mar, todas las evidencias apuntan a que, fueran más primitivos culturalmente o no, tenían en común un dominio superior de la tecnología metalúrgica: sus armas eran más resistentes, dominaban el hierro frente al bronce de sus enemigos, y mucho más sofisticadas, ya que eran más largas y podían ejercer más daño. Sea como fuere, lo que causaron fue un gran cambio, una disrupción histórica tan grande como la caída de Roma o la expansión del Islam. Y de ese gran golpe, que barrió decenas de ciudades-estado, culturas y casi arruina a muchas otras, surgió un nuevo mundo después de siglos de oscuridad. Como por ejemplo Grecia. Muy probablemente la arqueología no pueda nunca aclarar quiénes fueron estos pueblos, cuál de las hipótesis (el efecto dominó del hambre, migraciones forzadas, isleños itálicos o griegos, anatolios, quizás pueblos llegados desde el norte) es la más certera, pero lo que sí está claro es que la Historia habría sido muy diferente de no producirse.
Los hititas y micénicos, las víctimas
Que las invasiones que dieron carpetazo a la Edad del Bronce fueron demoledoras da buena prueba la desaparición de una civilización entera como la de los Hatti, los hititas, de origen indoeuropeo. Ocupaban Anatolia junto con otras culturas más pequeñas, y su desaparición abrió el camino para la dominación de la actual Turquía por parte de muchos otros pueblos, como asirios, partos, griegos o persas. De haber sobrevivido Hatti es posible que ni siquiera Turquía existiera como tal hoy, y tampoco que Roma o Persia hubieran tenido tan fácil dominar la región. Sea como fuere, la Humanidad perdió a una cultura muy avanzada que, sin embargo, ya estaba en decadencia cuando los Pueblos del Mar penetraron en el interior de Anatolia desde la costa, destruyendo decenas de ciudades-fortaleza que eran la base del dominio hitita.
Ruinas de Micenas
También Grecia asistió impotente a cómo todas sus ciudades-estado micénicas caían como hojas de otoño. Sólo se salvó la primitiva Atenas, que aguantó la embestida. La cultura micénica se extinguió hasta el punto de que su escritura y componentes culturales se esfumaron para siempre. Sin embargo hay pocas evidencias arqueológicas de destrucción sistemática. Como en el caso hitita, los Pueblos del Mar quizás fueron la guinda a un colapso generalizado que afectó sobre todo a Grecia Central más que a las islas, que a su vez generó un efecto dominó que sumaría quizás cretenses, licios y micénicos a los Pueblos del Mar cuando salieron del Egeo. También cayeron las antiquísimas ciudades-estado de Siria y Líbano, cuna de la civilización humana junto con Sumeria; una tras otra y sin posibilidad de resistir. Y Egipto sobrevivió a costa de perder gran parte de su esplendor y de sacrificar sus provincias asiáticas (Palestina y Siria), de invertir ingentes recursos para frenar a los invasores en el Delta del Nilo (que fue parcialmente arrasado y abandonado durante décadas) y en el Sinaí. También se salvaron las bases del futuro poder fenicio, Sidón y Biblos.
Ramsés III, el héroe
Los Pueblos del Mar se detuvieron por dos razones: porque ya no pudieron seguir con la cadena de ataques (en gran medida al conseguir nuevas tierras) y porque un faraón movió cielo y tierra para frenarles, Ramsés III. Genio político y militar, ejerció de líder y salvador del Nilo. Aplicando estrategias más parecidas a las de un estado moderno, el faraón tomó tres decisiones para frenar a los invasores: evacuó Palestina y Siria para reagrupar recursos y efectivos militares muy necesarios en el norte de Egipto; a continuación hizo una movilización general de todos los hombres mayores de 15 años; y finalmente utilizó el terreno del Delta del Nilo para emboscar a los invasores. Les dejó penetrar en la enorme región costera hasta donde pudiera rodearles, y una vez los tuvo donde quiso utilizó una técnica de pinza sobre ellos muy parecida a la que siglos después usaría el Ejército Rojo sobre los nazis en Stalingrado y el Kursk. Por último, una vez los hubo derrotado y sometido, les ofreció dos opciones: morir o jurar obediencia, con lo que podrían asentarse. De esta forma taponaba futuras invasiones de los mismos Pueblos del Mar, ya que serían las oleadas anteriores las que defenderían el Delta del Nilo en lugar de los egipcios.
Templo de Karnak – Ramses III