La Cúpula publica este año otro recopilatorio de uno de los autores más característicos del cómic y la ilustración españolas, ‘¡Oh diabólica ficción!’, sobre el proceso creativo en las artes y las letras, imágenes y pequeños esbozos de la particular filosofía del barcelonés.

 

IMÁGENES: Max / Ediciones La Cúpula / Nórdica Libros

Este verano Ediciones La Cúpula publicó la enésima recolección de momentos de creatividad filosófica de Max, el dibujante, ilustrador y figura del cómic nacional que cultiva un estilo limpio, sobrio y lleno de pensamiento profundo como hay pocos. ‘¡Oh diabólica ficción!’ se une a las novedades de este año sobre este todoterreno capaz de dibujar para El País, para libros infantiles o lo que sea, uno de los viejos/nuevos nombres del cómic español que ha crecido cuando el noveno arte ha entrado en el oficialismo cultural. Concretamente en este volumen tira de uno de sus personajes preferidos, el pajarraco bufón que se cree diabólico que ha aparecido en las colaboraciones para El País Semanal, siempre alrededor de la creación artística. En realidad es un compendio de lo que oculta el mundo de la ficción. No hace falta una historia en sí, es más ilustración que cómic, y sin embargo es tan Max que sólo podría ser de Max. El álbum (a color, en cartoné, 120 páginas, 20 euros y con primera edición en junio de este año) incluye diez páginas inéditas con colaboraciones de Paco Roca y Mircia Pérez.

Max (Francesc Capdevila, 1956), un ilustrador muy peculiar que estéticamente entronca con la línea clara y el simbolismo, surgió del movimiento underground barcelonés. Fue uno de los primeros reclutados para la revista El Víbora en 1979. Desde allí creará la mayor parte de lo que hoy es su obra en forma de historietas cortas, una plataforma especializada y libre desde donde se convirtió en un referente por su estética, su filosofía y la sutileza simple (que no simplista) de jugar con el humor negro y la reflexión. Entre sus méritos, además de vivir de su trabajo (que no es nada fácil, por no decir muy difícil), figura un premio Ignatz (1999), el Gran Premio del Salón del Cómic de Barcelona (2000) y el Premio Nacional de Cómic del Ministerio de Cultura (2007) por su obra ‘Bardín el superrealista’ (traducida a seis idiomas). Méritos por los que consiguió ser un ineludible en la ilustración para prensa escrita (lo que da dinero fácil y rápido). Su otra faceta, la de autor de cómic, quedó un poco al margen. Pero a fin de cuentas es todo obra de autor.

Este éxito profesional también le dejó espacio para poder volver al cómic puro y duro. En los últimos años publicó volúmenes como ‘Paseo astral’ (2013) y ‘Conversaciones de sombras en la villa de los papiros’ (2013 también), ambos con La Cúpula, preludio de este ‘¡Oh, diabólica ficción!’, donde establece un diálogo con Paco Roca, totalmente diferente a él pero unidos ambos por el éxito y ser referentes, cada cual a su manera, del cómic español. Los dos han trabajado para El País Semanal. Max crea con su particular pájaro negro, una urraca antropomórfica filósofa, reflexiones sobre la creación artística, y la inspiración para el autor, deconstruyendo el áura de misticisimo que suele tener el proceso artísticos en todos sus niveles. Ni magia ni nada de nada: imaginación, recombinación de los mismos factores y sobre todo la ironía de quien lleva muchos años en esto del cómic y de la creación y sabe perfectamente cómo funciona. Ese distanciamiento es pura madurez. La urraca es un poco farisea: no se sabe si bromea, se sincera o todo es una gran mentira. Juega con el lector. Ficción, realidad, broma y filosofía se unen en la obra de Max, capaz de jugar con todo, y de establecer referencias con todo lo imaginable.

Una visión de estas viñetas y de otras de sus obras permite ver cómo le da igual reconstruir la ‘Odisea’ o el cine contemporáneo, un arco tan grande y saltando sobre tantos formatos, que puede alcanzar a gran cantidad de público. La creación es siempre aquello en lo que trabaja, pero sin saber realmente si lo que hará va a funcionar o no el mercado (no hay artista sincero consigo mismo que no lo haya meditado). Todo es con un estilo limpio y diáfano, de gran atractivo gráfico, claro, sin desencuadres ni distracciones, combinando simplicidad (en realidad la expresividad de la urraca se hace con tres o cuatro líneas) con el color y largos monólogos donde cierta frivolidad humorística se da la mano con la filosofía. Único.

Otros tres libros de Max a los que hacer sitio

Hay muchos personajes en ‘Bardín el superrealista’ (La Cúpula), ‘El regreso de Ulises’ y ‘Sillón de orejas’ (Nórdica). Son el trabajo de muchos años de íntima relación con la prensa escrita, como la serie Sillón Orejero para el suplemento Babelia de El País, pero otras son creaciones propias sin más ambición que expresar pensamientos y visiones diferentes. Es el caso de Bardín, un personaje capaz de saltar entre universos paralelos. Definido como “superrealista” y que es una de las muchas caras de este ilustrador y dibujante que tiene en algún lugar de su casa el Premio Nacional de Cómic de 2008. Precisamente Bardín fue una de las razones para dárselo. Pero fuera de ese alter ego recurrente que viene y va en su producción artística hay sitio para muchos otros.

Por ejemplo con Ulises, un rey de Ítaca muy particular, la enésima versión que se hace sobre este personaje telúrico de la civilización occidental (el primer occidental, según muchos). Max lo desnuda y los convierte en un ser nuevo: un exiliado, un emigrante, un ilegal, un shakesperiano “extraño en tierra extraña” que entronca con el errante rey heleno por el Egeo en busca de su patria anhelada. En este libro surgido a raíz de un texto de Alberto Manguel el mundo es muy diferente del que dibujaron los versos de Homero: ya no se puede viajar libremente sino que hay que pedir papeles en cada puerto. El mundo es un gran mosaico multiétnico donde algunos de los valores de Ulises no van a ser bien vistos por determinada gente. La histeria cultural colectiva que sacude al mundo globalizado se ceba en el mito.

En la sección Sillón de Orejas Max convertía en ilustraciones los pensamientos de Manuel Rodríguez Rivero. Son casi 350 dibujos de otras tantas semanas de trabajo incansable en el que convertía en dibujos simbólicos los lugares de la cultura descritos en palabras. El trabajo del traductor del lenguaje a imágenes siempre es más que necesario, bienvenido. Un buen ejemplo son esas fotografías fijas de Max en las que cobraba forma la metáfora.