Entre enero y septiembre de 1967 salieron a la luz los dos discos fundacionales de la banda más original que dieran los años 60. Se cumplen 50 años de una influencia que no ha cesado, desde la música a la actitud vital, impregnada en muchos músicos de hoy y que sirvió para construir la leyenda de Jim Morrison.

IMÁGENES: Wikimedia Commons / The Doors

En enero de 1967, es decir, hace 50 años, salía publicado el álbum ‘The Doors’, un LP homónimo de una banda que había arrancado dos años antes, en 1965. Fue un golpe musical en toda regla. Entre las canciones de ese primer paso estaba la larga ‘The End’ y ‘Light my fire’, canción que le acarrearía al grupo, y a Jim Morrison (rostro, alma atormentada y quizás chispa vital verdadera de The Doors), también la primera patada en la puerta de la Norteamérica oficial. Durante el debut de la formación en la CBS en el programa de Ed Sullivan ese mismo año, se negó a cambiar una palabra de la canción “higher”, que hace referencia a estar colocado en inglés. Hay que recordar que era un programa en directo. Resultado: jamás volvieron al programa por el que habían pasado todos los que eran algo en el mundo de la música en EEUU. Eso fue en septiembre de 1967, el mismo mes en el que publicaron su segundo LP del año, ‘Strange Days’, que también fue el segundo grande de su corta historia. De hecho es quizás el mejor álbum de The Doors.

En un año The Doors concentró toda su esencia: rock nuevo, psicodélico, transgresión, independencia, actitud, reconocimiento artístico, éxito comercial y también conocer de cerca la verdadera cara de la industria, que consideró el que quizás es uno de los mejores discos de la historia de la música como un fracaso. Eso a pesar de ser Disco de Oro y llegar casi a lo más alto de la lista Billboard cuando ese honor estaba reservado para el pop y el soul baratos. Lo más irónico de todo es que hicieron el álbum con gran parte del material “caído” del primer disco de enero de ese año, lo que quizás hubiera convertido ese primer eslabón en una bomba artística. De haberse grabado hoy y no en aquella época habría entrado todo. Además de la canción que daba título al disco aparecían ‘People are strange’, ‘Love me two times’, ‘When the music’s over’ y ‘Moonlight drive’. Fue número 3 ese mismo año. Pero para entonces The Doors era ya mucho más que una nueva banda de éxito fulgurante.

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‘The Doors’ y ‘Strange Days’, el glorioso arranque doble de la banda en 1967

Antes de esa explosión The Doors era la banda residente en el London Fog, un club de Sunset Strip (West Hollywood, Los Ángeles) situado cerca del Whisky a Go Go, la legendaria sala que fue testigo de sus actuaciones más memorables, sin censuras ni ataduras. Allí se grabaron las primeras actuaciones de la banda y que fueron reeditadas en 2016 como anticipo de lo que a partir de este mes se celebrará, al menos, en California. Y en El Corso. The Doors fue mucho más que una simple banda de música de finales de los 60, una parte de esa tormenta cultural casi perfecta que incluyó el final de los Beatles con la eclosión final de los Rolling Stones, el rock psicodélico, el sinfónico y una larga lista de bandas que habían incubado la contracultura de los años 60. Era el principio de la ola que cambiaría la música en los años 70. The Doors fue, quizás la formación que más en serio se tomó la opción de revolucionar la música, de cambiarla, de hacer algo más que un simple divertimento artístico. Querían ser parte de la revolución que cambiaría para siempre la cultura, una herramienta para “abrir las puertas del entendimiento humano”.

The Doors hizo lo que hizo porque había un plan detrás, específico: componían de una forma totalmente distinta al resto porque querían inducir un estado concreto de conciencia en la gente con la música. Mientras que los Rolling Stones sólo pretendían quebrar el orden y usar el rock mezclado con el blues como una celebración del hedonismo, ellos golpearon en las mismas puertas (Doors) de la percepción. Los larguísimos solos instrumentales y la forma de cantar de Morrison no eran casuales: tenían una intención manifiesta. Era la psicodelia, una extraña fusión de música, lirismo y psicología que buscaba inducir un estado mental concreto en el oyente. Encontrarse con unos artistas que hablen de Nietzsche, William Blake y la psique humana mientras se suben a un escenario a tocar en un club es realmente extraño. Tan efímero y raro como la propia historia de The Doors, que duró tanto como su alma, Jim, sucumbido antes de tiempo, miembro funesto del Club de los 27 junto con Jimi Hendrix, Janis Joplin, Kurt Cobain o Brian Jones.

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De izquierda a derecha: Robby Krieger, Ray Manzarek, John Densmore y Jim Morrison.

The Doors, o simplemente “los Doors” (como se les llamó en España) tenía su origen en el amanecer de la psicodelia en California, concretamente en Los Ángeles y en pleno auge de la revolución contracultural de los años 60: nacieron en 1965, el mismo año de la muerte de Malcom X y de la marcha de Selma por los derechos civiles. Apenas duraría seis años (1967-1973) y en realidad fueron menos: en 1971 fallecía Jim Morrison, y en ese momento se acabó. En el 73 fue disuelta por el resto de miembros supervivientes (Ray Manzarek, Robby Krieger y John Densmore) al darse cuenta de que sin el rostro pasional y poético de Jim no funcionaría. Era todo carisma, pero también la voz y alma de una forma de entender ese potencial artístico del grupo, máximo exponente de esta variante del rock, de fuerte influencia filosófica (especialmente a partir de los escritos de Nietzsche y del artista y pensador William Blake), junto con sus contemporáneos Grateful Dead, Jefferson Airplane y Pink Floyd.

De sus cuatro fundadores sólo quedan vivos Krieger y Densmore, últimos representantes de una banda que incluso después de su disolución aumentó su leyenda. De hecho, su final prematuro apuntaló el mito de la “estrella fugaz”: duraron poco pero dejaron un legado inmenso. Todavía hoy lo son: acumulan ya más de 100 millones de discos vendidos en todo el mundo, de los cuales 33 millones corresponden a EEUU. Fue además la primera en acumular ocho discos de oro en su país, y entró oficialmente en el Rock and Roll Hall of Fame en 1993, veinte años después de que decidieran bajar el telón a un intento lúcido, original y de potencia nunca vista de fusionar música, poesía y filosofía. No ha habido otros como ellos: el hedonismo y la protesta se llevaron por delante esta variante. Después de ellos el punk, la electrónica y el pop industrial de los 80 y 90 terminaron de enterrar cualquier pretensión musical que no fuera divertirse, protestar por algo o hacer dinero.

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‘Waiting for the sun’ (1968) y ‘The soft parade’ (1969)

Los principales motores filosóficos de la banda eran Morrison y Manzarek, que veían la música como parte de un todo artístico mucho más ambicioso que incluía el teatro y la poesía lírica. Lo que pretendían era construir un culto espiritual de corte dionisíaco (siguiendo los postulados de Nietzsche de la diferencia entre lo apolíneo-racional y lo dionisíaco-terrenal) que liberara a la mente humana de lastres para poder “abrir las puertas de la percepción”, razón por la cual llamaron a la banda The Doors. Esto último obedece a uno de los pilares de la obra del poeta William Blake: “Si las puertas de la percepción fueran depuradas, todo aparecería ante el hombre tal cual es: infinito”. También absorbieron parte del chamanismo naïf de los años 60, que les hacía ver la música, y más concretamente la variante del rock psicodélico, como una herramienta para esa apertura humana, para alterar la percepción a partir de sonidos que se repetían en espiral ascendente y descendente, más allá de lo lógico.

El sonido era como un mantra. ‘The End’ es uno de los mejores ejemplos, donde la letra (incluyendo pasajes edípicos de Morrison deseando matar al padre y acostarse con la madre que fueron un escándalo para la época) se fusiona con la música, lenta y fuerte en fases y con la firme intención de enroscarse al oyente. Incluso la actitud extática de Morrison en el escenario, que muchas veces parecía más drogado de lo que realmente estaba, era parte de ese plan artístico: la forma de moverse y la voz jugaban con la propia música. Y en la parte instrumental también rompieron moldes: Manzarek quería diferenciarse del resto de bandas de los 60, así que eliminó el bajo e introdujo el piano Fender Rhodes. Un consejo: escuchen sus canciones, y donde perciban el piano sustitúyanlo por un bajista y comprenderán a qué nos referimos. Además usaron también un órgano y otros instrumentos para reforzar el concepto. Sólo usaron el bajo para las grabaciones de estudio, y no todas. El método de composición de The Doors también era particular: tribal es la palabra exacta, como si siguieran a los chamanes. Manzarek y Morrison eran el motor poético y musical, Krieger y Densmore el instrumental que terminaba de dar forma.

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‘Morrison Hotel’ (1970) y ‘LA Woman’ (1971)

Morrison era el poeta, Manzarek el compositor musical. Dos tándem, un cuarteto. Como construir un mecano a partir de las pulsiones líricas de Morrison, que en su fase final intentó llevar esa capacidad poética a otro nivel: quiso ser poeta, literato, y terminó por fracasar y terminar sus días en un París casi de exilio en el que ahora está enterrado y es venerado al nivel del fetichismo más insolente. Para entonces el grupo ya había empezado a girar: en 1969 el álbum ‘The soft parade’ anunciaba que se abrían al pop, lo que parecía una traición al camino explícito de los dos años anteriores, incluyendo el tercer disco, ‘Waiting for the sun’ (1968). Su prematura muerte le elevó a los altares del “Síndrome James Dean” y sepultó a los otros tres compañeros. Antes habían publicado ‘Morrison Hotel’ (1970) y el póstumo ‘L.A. Woman’ (1971). Era él quien se ponía la máscara dionisíaca que daba cobertura a todo el entramado de la banda: no habría filosofía ni infinito sin el sacerdote de ese nuevo culto, que terminó sus días ahogado por las drogas y el alcoholismo. Quién sabe qué podrían haber hecho de seguir vivo Jim. Ya sólo nos queda escucharles y recordar el que, probablemente, sea el mejor intento conocido de fusionar mundos en la música.

1967, el año sin tregua: de Bowie a Janis Joplin

Para la música 1967 fue un año asombroso, por los debutantes y por los que ganaban fuerza. No sólo fueron la eclosión de la psicodelia y The Doors, sino la época de la primera aparición de David Bowie (‘David Bowie’, 1967) con un álbum debut en las antípodas de lo que sería después. Ese mismo año Jimi Hendrix publicó ‘Are you experienced?’ (mayo), el mejor disco que jamás hiciera este genio sin fin de manos asombrosas. Otra triste miembro del Club de los 27, Janis Joplin, debutaba en septiembre de ese año (en paralelo al ‘Strange Days’ de The Doors) con ‘Big Brother and the Holding Company’. Grateful Dead irrumpía en el mundo con el disco homónimo en marzo de ese año, también enchufados a la psicodelia pero a un nivel menos ambicioso que The Doors. También debutó entonces Van Morrison desde Belfast con ‘Blowin your mind!’, y un tipo al que el año pasado despedíamos, Leonard Cohen, con ‘Songs of Leonard Cohen’ (diciembre de 1967). Y como colofón, The Velvet Underground publicaba el disco homónimo junto con la cantante alemana Nico.

1967 fue también el año del ‘Magical Mystery Tour’ de The Beatles, que ya enfilaban su funeral voluntario, un álbum legendario que sonó como lo que era, una despedida a lo grande. Elvis Presley publicó ‘Double Trouble’, su noveno disco; The Rolling Stones publicaba ‘Flowers’, su segundo recopilatorio de singles y el gran éxito de ese verano en EEUU: en retrospectiva fue el disco que les abrió las puertas americanas, y que preparó el terreno para el legendario álbum ‘Their Satanic Majesties Request’ de principios de diciembre. Antes habían editado también ‘Between the Buttons’ (en enero). Los también británicos The Who publicaron ese mes ‘The Who Sell Out’, el tercer álbum de estudio, conceptual, en el que imitan una emisora de radio pirata. Más veteranos eran los Beach Boys, que en paralelo a las dos bandas británicas publicaron ‘Wild Honey’, el número 13 de estudio.

foto portada

Aquella mítica actuación del London Fog de 1966

El pasado 9 de diciembre se publicó una caja de edición coleccionista (box set) con una actuación inédita de mayo de 1966 grabada en el citado club. Fue una de las noches que permitieron a The Doors dar el salto hacia el éxito y la música a lo grande. Es la grabación más antigua del grupo, descubierta recientemente y muestra a The Doors mezclando versiones de blues con canciones propias. Jack Holzman, jefe de Elektra Records, y el productor Paul A. Rothchild, los vieron en directo y supieron que habían encontrado una joya. Se quedaron hipnotizados con ese sonido. La grabación, redescubierta, se editó en diciembre en una edición limitada y numerada de 18.000 copias que se puso a la venta en un vinilo de 10” con CD.

El lanzamiento de ‘London Fog’ anticipaba ya el 50 aniversario de esta icónica banda de rock en el 2017. El repertorio incluye siete canciones y fue masterizado por Bruce Botnick, el ingeniero habitual del grupo. El box set se completa con memorabilia (tarjeta postal, el “set list” escrito por el batería John Densmore, un programa de la escuela de cine de la UCLA a la que asistía Jim Morrison y un posa vasos del club) y textos escritos por Ronnie Haran-Mellen, el programador del Whisky a Go Go, y Nettie Peña, fan de la banda que grabó el concierto y sacó fotos de la actuación.

The Doors en TV danesa 1968

The Doors en TV danesa (1968)