Este año se celebra el milenario del Reino de Granada fundado por los ziríes y que dejó como legado una ciudad encapsulada en el tiempo de calles imposibles y arquitectura de otro mundo.

Mil años atrás una estirpe de nobles musulmanes fundó, sobre una de las muchas ciudades abigarradas que escalaban sobre Sierra Nevada, un reino que duraría más de cuatro siglos antes de que la sinrazón religiosa acabara con uno de los estados más sofisticados y culturalmente avanzados del final de la Edad Media. Fue en 1013 cuando los ziríes de la región de Ilbira ascendieron las colinas hacia El Albaicín y la Alhambra, la fortaleza roja. Lo mejor de la cultura islámica clásica volvió a replegarse hacia el sur ante el avance cristiano y durante siglos resistió haciendo lo que mejor saben: pactar. Castellanos y aragoneses se beneficiaron (y mucho) de aquel status quo en el que Granada se enriquecía con el comercio y convertía su capital en una gran urbe a años luz de los villorios fríos y sucios del norte. Hasta que la obsesión con la uniformidad cristiana terminó por hundirles en el infausto 1492, el año en el que Granada moría, Sefarad moría con la expulsión de los judíos y un capitán de origen difuso llamado Cristóbal descubría América para España.

Desde entonces han pasado muchos siglos, han cambiado las cosas y hoy sabemos que casi todo lo que se hizo entonces fue un gran error, pero nos ha quedado como un gran regalo una ciudad única, de montaña y de vega, un enclave entre dos mundos capaz de ver veranos tórridos de más de 30 grados y luego nevadas sobre los tejados de la Alhambra, la mejor muestra de arquitectura islámica fuera de Oriente Medio. Y según muchos, incluso del mundo. Y mil años no se celebran todos los días: se ha creado una gran cadena de actos para conmemorar el milenario y también para redescubrir una ciudad ya muy conocida y explotada por el turismo, pero que no deja de sorprender a los que viajan a esas faldas serranas en las que la ciudad parece huir monte arriba.

 

Jardines del Generalife 

Granada tiene grandes atractivos: visibles, como la arquitectura y los barrios andaluces surgidos tras la cristianización forzosa, y escondidos, como la intensa relación de la ciudad con escritores como Rafael Alberti o Francisco Ayala, o músicos como Andrés Segovia y Enrique Morente. Y por supuesto Federico García Lorca, nacido y muerto en esta tierra por la misma infausta intolerancia que la marcó y la arruinó. Porque Granada no es sólo arte y callejuelas estrechas heredadas de los árabes, también es una particular forma de vida y una cultura local muy marcada, tanto que en el resto de Andalucía siempre dicen eso de que “los granaínos son gente rara”. En realidad es una forma de ser surgida de dos civilizaciones que chocaron, ganándose y asimilándose para generar algo nuevo.

En Granada volvemos a la triada clásica del buen viajero: caminar, mirar y comer.  Hay que hacer kilómetros para recorrer el Albaicín, subir y bajar por una ciudad hecha en escalas, pasear por la Alhambra, el Generalife, el extraño barrio de Sacromonte (antiguo lugar de gitanos, de casas excavadas en la roca y fachadas blancas como la nieve en las que la cultura gitana, más o menos explotada, puede disfrutarse sin problemas), la Catedral (construida por los conquistadores, donde están las célebres estatuas de los Reyes Católicos orando) y la Cartuja, antigua almunia musulmana reconvertida en monasterio evangelizador de los cartujos y que es una de las muestras meridionales del estilo plateresco (fachada) y donde el neoclasicismo impera en el exterior mientras que en el interior se mezcla todo como lo era en aquella España todavía plural de verdad, desde el gótico al barroco de tipo andaluz.

Catedral de Granada 

Mención aparte, en el campo cristiano, merece la Capilla Real de Granada, estilo gótico incrustado en territorio comanche para este arte europeo, y que es la tumba de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, los reyes que acabaron con la época nazarí, pero también Juana la Loca y Felipe el Hermoso, la trágica pareja que heredó la corona hispana. La capilla fue erigida sobre una vieja mezquita principal (otro tajo más al arte islámico) y está adosada a la catedral, en una de las zonas más visitadas de la ciudad. En la escultura y decoración interior hay muchas imágenes y obras que recuerdan la conquista de la ciudad y el esplendor de aquel catolicismo, con obras de Sandro Boticelli, Van der Weyden, Felipe Bigarny o Pedro Berruguete.

Pero nada de eso supera las joyas islámicas. En tiempos de radicales integristas y de occidentales temerosos es bueno conocer ese pasado común que tanto haría por convertir Granada en un centro cultural y un museo abierto. El Albaicín es un barrio andalusí por los cuatro costados, Patrimonio de la Unesco en sí mismo al margen de la ciudad y que es mestizo como el país mismo, una fusión del viejo distrito árabe del siglo XI, donde se levantan todavía tramos de la muralla árabe y de la Alcazaba, donde también incrustaron por la fuerza la huella cristiana en forma de Real Chancillería renacentista de Diego de Siloé en el siglo XVI. Desde el Albaicín, barrio en altura, hay mil vistas de toda la ciudad; desde allí puede verse también el Generalife y la Alhambra, como los miradores de San Nicolás y San Cristóbal. Es una estampa típica que todos los turistas terminan por visitar porque la panorámica es ideal para que las fotos queden como deben.

La Alhambra y el Generalife son la corona misma de Granada, por su ubicación y por su valor artístico y cultural. Harían falta muchas páginas que no tenemos para hablar de ambas. Comprenden un todo que no debería dividirse en la visita, una ciudad palatina al estilo islámico de la época, con una de las pocas muestras de arte zoomórfico del mundo musulmán, esa fuente de los leones mil veces restaurada. Dividida en tres partes (Alcazaba, Palacios y los jardines del Generalife), es en realidad una acumulación de obras y ampliaciones continuas realizadas por todos los reyes nazaríes desde el sigo XIII. Aunque ya había una fortaleza previa, lo cierto es que es un producto de la época; Yusuf I y Muhammad V son los artífices de la actual Alhambra, a la que habría que añadir el extraño y circular palacio de Carlos V, un “pegote” neoclásico sin sentido que rompe la uniformidad de estilos y que se llevó por delante parte de los Palacios Nazaríes. Un atentado cultural que hoy también es una obra de arte, que nunca termina de encajar y que en realidad es una muestra más de la intolerancia de la época. Sin embargo el Palacio de Carlos V es una de las mejores muestras del arte renacentista de toda España, una pieza mágica que de haber estado en otra parte de la ciudad hubiera sido más visible y querida.

La decadencia de los siglos XVII y XVIII, antes de que Granada se convirtiera en una pieza maestra del romanticismo occidental gracias a gente como Washington Irving, y también en un tópico español, añadida a las muescas dejadas por las tropas napoleónicas, que la emprendieron a cañonazos con la fortaleza, dejaron la Alhambra en su punto más terrible de conservación. Se llegó incluso a usar sus palacios y jardines como parte de casas de la gente. No sería hasta el siglo XIX cuando se empezó a poner orden con expropiaciones y ya en 1880 la Alhambra era un monumento respetado y propagado, el emblema de una ciudad maravillosa. Hoy es uno de los lugares que más turistas atrae, por lo que el viajero tendrá que armarse de paciencia y estoicismo porque las colas serán largas para poder acceder.

Entrará a través de la Puerta de la Justicia, atravesará la plaza de los Aljibes y tendrá que culebrear por la Alcazaba, la gran fortificación militar que aguantó muchos años a las tropas de Isabel y Fernando. Desde la propia zona de los aljibes se puede entrar en los Palacios, en la zona alta de la ciudad palatina, donde se encuentra el actual Parador, un viejo convento donde descansaron los dos reyes conquistadores durante un tiempo. Por fin se llega al corazón de la Alhambra, las estancias de los reyes nazaríes, edificios y patios como el Palacio de Comares, el Patio de los Arrayanes y el Cuarto Dorado y el Palacio de los Leones, edificado por el mencionado Muhammad V y que alberga el célebre Patio de los Leones y la Sala de Mocárabes, donde hay sitio para la decoración geométrica y epigráfica clásica del mundo musulmán y que no tiene rival en Europa.

El Generalife es la última parada, una gran zona de jardines que era el paraíso terrenal de los reyes y que entre la naturaleza domesticada abre espacio para la avanzada ingeniería árabe en la canalización del agua y el regadío, todo articulado en forma de terrazas encastilladas y rodadas de muros que siguen el modelo de jardín privado que tenían tanto cristianos como musulmanes. No obstante el Generalife es, en gran medida, hijo de las muchas modificaciones románticas hechas a posteriori: la imagen de estos jardines se acerca más a la mentalidad del siglo XIX sobre lo que fueron que lo realmente fueron. La imaginación romántica siempre ha sido más atrevida que la realidad, cuando eran huertas más bien modestas. Fue esa imagen utópica de Irving y compañía las que le dieron al Generalife, y a toda Granada ese aire que hoy forma parte de su identidad.

Granada se hizo para respirarse, caminarse, olerse y escucharse, desde la cultura flamenca de las casas horadadas en la roca hasta los cortes de cuchillo que son las calles del Albaicín. La gente también es producto de aquellos tiempos, descendientes de la mezcla de los árabes conversos que optaron por quedarse y los castellanos y aragoneses que llegaron desde la Meseta y Levante para repoblar aquella piedra en el zapato del monolito católico construido a fuerza de expulsiones y latigazos. Granada sobrevivió transformándose en una ciudad mestiza y hermosa, árabe y cristiana a la vez, fanática y tolerante, que heredó de sus antepasados un legado inmenso de arte y el aire y perfume de las huertas y jazmines. Un leve recuerdo de lo que fue y quizás una pequeña muestra de lo que podría haber sido.

Techo de la Sala del Abencerraje – Alhambra de Granada