Este año va a ser prolífico en cuanto a género negro, en muchas formas y versiones, desde EEUU. Ediciones en español de novelas de éxito en el mercado anglosajón, experimentos que en los años 70 fueron vitales, reediciones de iconos del papel tintado en aquel país… una excusa perfecta para hablar de literatura negra y del país que, aunque no inventó el género, sí que le dotó de un universo propio que lo convirtió en el tótem narrativo del siglo XX.

IMÁGENES: Libros del Zorro Rojo / Roca Editorial / Random House / Seix Barral / RBA / Destino

Todos, en algún momento de nuestra vida, hemos recordado una imagen que parece casi incrustada en la memoria colectiva: una calle grumosa, el sonido de la ciudad de fondo, una farola, un tipo con sombrero y gabardina del que apenas se distingue nada salvo, en la mayoría de ocasiones, un pitillo encendido del que sale un hilillo de humo que se pierde en el aire nocturno. Si ya ponen alguno de los millones de ángulos posibles en los que se ha retratado Nueva York, entonces ya tienen el pack completo. Una imagen tan antigua como falsa: es cine. Siempre lo ha sido. Cine negro, el amante discontinuo de la literatura negra, que supo encontrar en Hollywood y en algunos actores, como Humphrey Bogart, el icono que buscaban. Fíjense si es bueno que incluso hoy la inmensa mayoría de festivales de noir que hay en España y en el resto del mundo recurren a esa misma imagen del detective urbano, taciturno. Lo vemos y le añadimos, casi por instinto todo tipo de perfiles: seguro que lleva petaca, que bebe, fuma, que está divorciado, que se lleva mal con su familia (si es que la tiene), que le debe dinero a alguien, que es detective o un policía solitario, que habla con voz grave y es un poeta metido dentro del cuerpo de un investigador analítico, inteligente y lleno de defectos. Y ahora pónganle voz en off. Bordado. Pero falso.

La literatura negra norteamericana lleva décadas, por no decir generaciones, bebiendo del mito arquetípico que Dashiell Hammett y Raymond Chandler se encargaron de crear, primero en papel y tinta, luego en pantalla. Por supuesto se ha modelado, y mucho, acumulando muchos puntos de vista diferentes que se sujetan a distintos escenarios. Sólo hay que pensar en James Ellroy y su particular burbuja californiana, ese monumental “Cuarteto de Los Ángeles” conformado por novelas clave como ‘La dalia negra’ o ‘L. A. Confidential’, llevadas más tarde al cine con desigual suerte (la primera una más, con algo de mérito, la segundo un clásico del cine negro contemporáneo), más ‘El gran desierto’ y ‘Jazz blanco’. El noir de EEUU fue siempre diferente, tenía ese punto de brutalidad realista que tan bien supo recrear Hammett.  Un país más grande que Europa y mucho más brutal en su vida diaria. Europa era violenta políticamente, EEUU era violenta vitalmente. El hard-boiled de Hammett y luego Chandler bebía tanto de esa sociedad hipócritamente civilizada que soltaba al demonio en cuanto podía (crimen organizado, gueto, corrupción, racismo…) como de una gran imaginación sucia que reproducía lo peor de lo humano.

Con matices y variaciones, ese talento casi natural para el conflicto se ha prolongado hasta hoy. Y junto con la violencia, la capacidad para diseccionar la sociedad occidental: recuerden, si bien no hay noir sin crimen (la vieja regla, tiene que aparecer un cadáver o sugerirse en las primeras páginas), tampoco lo hay sin crítica social. La cultura norteamericana, mucho antes de hacerse gigantesca en el siglo XX, ya había demostrado que de todas las artes y disciplinas la literatura era uno de sus grandes reinos propios. Antes que el cine, antes que el arte contemporáneo salido de Nueva York o California, antes de que la música negra (jazz, soul, blues…) impulsara la música popular y su expansión mundial. Antes que todo eso fueron los libros, desde el primerizo Washington Irving hasta los golpes en la mesa de los nuevos autores afroamericanos y latinos. Y no hay que olvidar que los norteamericanos fueron los impulsores del género negro y de la introducción de lo psicológico como elemento de terror y thriller. Sólo hay que recordar a Edgar Allan Poe y ‘Los crímenes de la calle Morgue’ o H. P. Lovecraft con ‘Los mitos Cthultu’. Fueron ellos los que modelaron luego el género negro que el resto de la Humanidad adaptaría a sus propios intereses, desde el policíaco analítico británico de Holmes a la cuasi industrial novela negra nórdica, pasando por Vázquez Montalbán o Juan Madrid. Es un género ENORME, en mayúsculas, porque su capacidad de producción sobre un esquema mil veces repetido sigue teniendo éxito. El noir es adictivo, y como diría algún psiquiatra, lo es porque la violencia y el conflicto forman parte de la psique humana tanto como la necesidad de paz y amor.

Cada año la gran maquinaria nos lanza decenas de títulos, genera un alud que nos llena. Basta un paseo por la Semana Negra de Gijón o alguno de los múltiples festivales noir que hay en España para darse cuenta de que los herederos de las Trece Colonias tienen siempre algo que enseñarnos. En este reportaje, además de hablar de ese talento yankee para usar el conflicto social y el crimen como palancas, también reunimos qué nuevos títulos merecen la pena salidos de las editoriales, publicados a lo largo de este 2018 (nuevas o reediciones) y que son buenos ejemplos de ese poder literario. Es el caso de ‘Mis rincones oscuros’ (James Ellroy), ‘Arderás en la tormenta’ (John Verdon), ‘Matamoscas’ (Hillman y Dashiell Hammett), ‘El cuarto mono’ (J. D. Barker) y ‘Corrupción policial’ (Don Winslow), cinco aproximaciones al género desde muy diferentes perspectivas, de consagrados y recién llegados, mitos revisitados a través de la ilustración (‘Matamoscas’) y mezclas de géneros (el terror y el thriller de Barker), donde hay sitio para el mundo del crimen y para el racismo como parte de la cultura de la violencia norteamericana (el caso de Verdon).

‘Mis rincones oscuros’ (James Ellroy), el trauma inicial del escritor

Hay que ser muy duro, o muy sádico, para consagrar el asesinato de tu madre en motivo de una novela negra, una forma de expiación del trauma personal y al mismo tiempo un vehículo para el talento propio. Como dice algún crítico con ganas de bordear límites, “sólo un canalla como Ellroy podría haberlo hecho”. Y sin embargo, suena a mezcla de todo. En junio de 1958, James Ellroy tenía diez años cuando recibió la terrible noticia del asesinato de su madre, Geneva Hilliker. El cadáver fue hallado cubierto de hiedra en una cuneta de las afueras de Los Ángeles, estrangulado con una cuerda y unas medias de nylon y con signos evidentes de violación. Nunca se resolvió el caso, lo que marcó para siempre a James y le convertiría en el autor que es. Le empujó a escribir, y sobre todo, a hacerlo sobre el crimen y cómo modula la vida real de las personas. No obstante, esperaría hasta los años 90, muchos años después y ya con novelas como ‘Cuarteto de Los Ángeles’ (las novelas ‘La dalia negra’, ‘El gran desierto’, ‘L.A. Confidential’ y ‘Jazz blanco’) sobre su mesa, para intentar resolver el caso.

Ese intento, con el tiempo, se convertiría en ‘Mis rincones oscuros’, publicada originalmente en 1996 (en 1998 en España, ahora reeditada) como un cruce entre novela y autobiografía sobre el suceso que le cambió para siempre. Contrató a un experimentado detective, Bill Stoner, que le ayudó a regresar a aquel 1958 para entender mejor a su madre, su vida, lo que ansiaba y buscaba, por qué emigró hasta California desde el corazón de la América profunda de Wisconsin. Pero lo que empieza como la expiación de un escritor que tuvo graves problemas vitales y vaivenes ideológicos monumentales (simpatizó en su juventud huérfana en la extrema derecha) termina convertido en un alegato descarnado contra la violencia de género, hacia las mujeres. Un libro que sin sentimentalismo disecciona la misoginia absoluta de una sociedad que se cree civilizada pero que practica un tipo de barbarie devastadora. Todas las mujeres eran su madre, y todas las que cayeron asesinadas eran también su madre.

Por eso escribió como lo hizo. Ellory ya había firmado ‘La Dalia Negra’ y la había transformado en un éxito, en parte porque no dudó en publicitar su trauma y vincularlo. Un asesinato por otro, para así, llegar finalmente al puñetazo que es ‘Mis rincones oscuros’, que liberado por completo de emotividad, cruza sus memorias con el propio género negro, la de un autor que se comportó como un huraño “rompehuevos” durante gran parte de su vida. El peso tremendo del crimen lo aplastaba, hasta el punto de que le hicieron creer que su madre, ya divorciada, era una prostituta y que, por lo tanto, se lo había buscado. No hay finales felices en la vida. Y el de Ellroy tampoco lo fue. Pero eso debe el lector encontrarlo en las páginas de ‘Mis rincones oscuros’, reeditada una vez más para las nuevas generaciones que no temblaron en los 90 con sus páginas.

 ‘Arderás en la tormenta’ (John Verdon), racismo y crimen

Roca Editorial publica este año esta nueva novela del neoyorquino John Verdon (1942), que como tantos otros escritores optó por retirarse al campo cuando le sonrió el éxito. No es una novela más, es una mirada arquetípica del género negro: crítica social disfrazada de thriller que dibuja un escenario terrible en el que el racismo y el poder, público y privado, se trenzan entre sí como una cuerda. Acunado entre los títulos de Raymond Chandler, creó su propio vehículo narrativo (otro detective más), Dave Gurney, con el que ya acumula seis títulos que le han valido ese apelativo de “bestseller” que tanto detestan algunos pero que en el fondo todos anhelan. Las facturas no se pagan solas. Verdon estudió a fondo la estructura del noir antes de empezar su propio viaje de autor. Tardó años antes de que Gurney empezara su particular vida. Y el salto que le obliga en ‘Arderás en la tormenta’ es casi de diván nacional: el racismo, soterrado o exhibicionista en un país cuya primera víctima de la independencia en el siglo XVIII fue un liberto afroamericano pero que fue incapaz de abolir la esclavitud en su origen, un pecado original que persigue a EEUU desde entonces.

En la nueva novela de Verdon el detective es reclutado por un fiscal de distrito en el condado de White River para una investigación no oficial sobre el asesinato de un policía, caído por un disparo de francotirador durante unos disturbios raciales por un suceso que es dolorosamente real en EEUU, un negro asesinado por un policía demasiado nervioso y mal adiestrado. Un hecho bastante plausible que sirve a Verdon para retratar ese racismo de tres siglos de antigüedad que parece un parásito invulnerable en el seno de la democracia norteamericana. Los disturbios por la ira de la comunidad negra parecen la excusa para un crimen que es mucho más de lo que parece. Según Verdon el racismo es el elefante en el salón que nadie quiere ver, que desean unos y otros tapar. El mantra es sencillo: ni la elección de Obama acabó con el racismo ni Trump lo rescató, sólo le dio un altavoz un poco más grande, el mismo que le han procurado los medios de comunicación (que según Verdon sólo venden violencia y caos porque les es rentable) e internet (un caballo desbocado de odio y mentiras que ya pide a gritos una regulación más sensata y estricta).

El personaje de Verdon es casi arquetípico: policía retirado con problemas emocionales para relacionarse con los demás, analítico y con el valor del que lleva toda la vida luchando contra el mal. Sólo le falta la botella, el sombrero, la gabardina y el grado de cinismo controlado que hicieron de la figura del detective urbano uno de los nichos literarios más célebres y prósperos desde que los humanos empezaron a juntar palabras en el papel. Verdon se documenta con detalle para las novelas, utiliza sus propias estructuras derivadas de la experiencia y el análisis detallado de años de lector. Tiene muy claro, como tantos otros filósofos escarmentados y muchos escritores, que la maldad forma parte de la propia naturaleza humana, que no es un ente externo que rompe esa visión mesiánica y rousseauniana de la bondad natural del ser humano. Es una pulsión interna que controlamos mientras podamos, porque es beneficiosa para el grupo, pero que siempre acaba por asomar.

Un clásico ilustrado, ‘Matamoscas’ (Hammett)

Una de las preciosas joyas literarias de este año es en realidad muy antigua, con dos paradas, la primera en 1929 con el texto original de Dashiell Hammett, y la segunda en los 70, cuando el ilustrador Hans Hillmann contribuyó a la creación de la novela gráfica con su particular versión ilustrada. En 1915 Dashiell Hammett entró a trabajar en la Pinkerton’s National Detective Agency de Baltimore como detective privado, experiencia fundamental para alimentar la gran maquinaria mental que le convertiría en el maestro del género negro, fundamental para la literatura norteamericana y occidental. No sólo le acercó al submundo del crimen, sino que le dio una cantera inagotable, y realista, de perfiles humanos. Lo hizo a través de aquel Agente de la Continental (sin nombre, narrador anónimo, como un guía del submundo). En octubre de 1923 se publicó la primera historia de Hammett en que aparece el personaje, que protagonizó más de una treintena de relatos, la inmensa mayoría publicada en la revista Black Mask.

Uno de esos relatos fue ‘Fly Paper’ (la traducción real sería “papel cazamoscas”), ‘Matamoscas’ para el público español, publicada en agosto de 1929 en la revista, el antepenúltimo de la serie. Es, además, una síntesis de lo que representó literariamente Hammett: acción, realismo duro, thriller, concisión sin extras ni lastres. Corta y al pie, que dirían los futboleros. Una perla de las muchas que dejó tras de sí en una corta pero fulgurante carrera literaria que le transformó en un tótem del género negro, tan apegado a la cultura norteamericana. Pero fue mucho más que eso: varias décadas después el ilustrador Hans Hillmann aprovechó el arquetipo formal que es ‘Matamoscas’ para hacer un homenaje múltiple: a Hammett, al cine negro, a la novela negra, y al cómic, al que catapultó con esta obra pionera. Porque ‘Matamoscas’ tiene truco.

Lo que publica Libros del Zorro y que ilustró Hillmann no es el relato completo, sino una parte del mismo que permite seguir el argumento sin problema. Según el propio ilustrador, eligió uno de los cuentos de Hammett en el temprano 1975, aquel ‘Fly Paper’ porque “quería desarrollar un proyecto de libro que secuenciara la historia a la manera del cine”. Durante siete años, el ilustrador y cartelista Hans Hillmann elaboró para el relato ‘Matamoscas’ más de doscientas cincuenta acuarelas en una extensa gama de grises. Con sus sorprendentes planos de cámara (zoom, corte, plano general, corte, primer plano), colocó literalmente a Hollywood a la sombra del deslumbrante sol de una áspera California, abarrotada de criminales de poca monta. El resultado es una adaptación ilustrada que en su momento fue precursora de la propia novela gráfica.

‘El cuarto mono’ (J. D. Barker)

Un novato del noir al margen del resto de autores, la mayoría hijos del baby-boom de posguerra en EEUU, y que se ha atrevido con una de esas vidas múltiples del noir, el que lo fusiona con el terror. En la mente de muchos estará ‘El silencio de los corderos’ de Thomas Harris, que combinó thriller, terror psicológico y género policíaco de manera magistral. Los críticos presentan esta novela como el relevo de aquella historia, una intrincada cuerda que se tensa y suelta continuamente. Una de las mejores novedades del año firmada por J. D. Barker, autor de terror que ha saltado el muro de los géneros para ampliar espectro.

El relato empieza donde siempre: un cadáver y un policía, en este caso un hombre atropellado en Chicago y el investigador Sam Porter. La víctima no es un ciudadano anónimo, ya que podría ser el asesino en serie conocido como El Cuarto Mono, que ha aterrorizado a la ciudad. El método del asesino consistía en enviar tres cajas blancas a los padres de las víctimas que secuestra y mata: una primera con una oreja, una segunda con los dos ojos, y otra con la lengua; y finalmente dejar abandonado el cuerpo sin vida en algún lugar. Creen que es él porque el atropellado llevaba una de esas cajas blancas. Se inicia así una frenética carrera contrarreloj para averiguar dónde se encuentra encerrada la próxima víctima. Esta novela, además, ha tenido prolongación en televisión para CBS.

D. Barker (Illinois, 1971) es un escritor de terror, nominado a premios gremiales tan importantes como el Bram Stoker, y que con su primera novela, ‘Forsaken’ (2014), logró llamar la atención de los críticos especializados. Pero como muchos otros, no se ha quedado quieto en un sitio concreto. Curiosamente esta novela no es la última, sino más bien la segunda de Barker después de ‘Forsaken’: se publicó en 2017 originalmente, y después, en el mercado anglosajón, aparecieron ‘The fifth to die’ y ‘Dracul with Dacre Stoker’, ambas de este año. Pero no es un novato al uso: publica desde 1993, cuando apareció ‘Mondays’ en Last Exit Press, inicio de una carrera de relatos cortos que han aparecido en revistas especializadas (principalmente en Hidden Fears Magazine) y que le han curtido en el arte de narrar. Una curiosidad: fue periodista de la revista 25th Parallel, donde trabajó con Marilyn Manson antes de ser quien es, y durante años fue lo que en inglés se llama “ghost writer”, aquel que corrige y apuntala los manuscritos de otros. Entre sus influencias figuran Stephen King (de quien tomó prestado un personaje para ‘Forsaken’), Neil Gaiman o Dean Koontz.

 ‘Corrupción policial’ (Don Winslow), el azul sucio de Nueva York

El agudo escritor que forjó ‘El poder del perro’ (2005) y su brutal continuación, ‘El Cártel’ (2015), con la que ganó el IX Premio RBA de Novela Policiaca, vuelve a publicar en España. Un referente del género en su país, neoyorquino acunado entre Nebraska, Sudáfrica y California, regresa al mundo que domina con ‘Corrupción policial’ (RBA, traducción de Efrén del Valle), una generosa aportación de 576 páginas para sus lectores. Lo hace apartándose temporalmente el mundo del narcotráfico en esa frontera mundial que separa EEUU de México, que no existe en lo que se refiere al inmenso negocio de las drogas y que tan buenos rendimientos le han dado a Winslow. Vuelve a su ciudad natal, y más concretamente al corazón de la Gran Manzana, a través de Denny Malone, “el rey del norte de Manhattan”, un condecorado sargento de la Policía de Nueva York y líder del grupo “La Unidad”.

Malone es el líder de esta fuerza táctica y de investigación del departamento de policía más famoso, grande y con más recursos del mundo. Son la respuesta a la guerra contra el crimen, y para poder bordear la frontera entre lo legal y lo ilegal recibieron carta blanca para luchar contra bandas, traficantes y crimen organizado. Malone se convierte en la novela de Winslow en un arquetipo del policía curtido que defiende la ciudad de lo que no quiere ver o tolerar. Y eso deja huella. Ha dado su vida, su mente y su espíritu a esa guerra sin fin; ahora, con casi dos décadas de cicatrices, se mira ante el espejo y se da cuenta de que en Nueva York no hay nadie limpio, ni siquiera él, que de tanto bailar con el diablo terminas por ensuciarte. Traducción: es un policía corrupto por desgaste y por ese baile con el crimen. Sus secretos están a punto de salir a la luz, perseguido por el FBI, deambulando entre la traición y la lealtad hacia todo lo que cree. Pero incluso ahí existe la posibilidad de la redención.

Winslow es un auténtico experto del género, con decenas de novelas en su historial, que regresa a la publicación en español después de haber alcanzado, quizás, su punto más alto de calidad con el mencionado díptico ‘El poder del perro’ y ‘El Cártel’. Nacido en Nueva York en 1953, es de los escritores que pueden presumir de hacer converger el gusto del público con el de la crítica, y que ha tenido también proyección en la gran pantalla, como el caso de ‘Bobby Z’ (dirigida en 2007 por John Herzfeld’ y basada en ‘The Death and Life of Bobby Z’) y ‘Salvajes’, de 2012, con Oliver Stone de director y basada en la novela homónima. Muchas de sus novelas están protagonizadas por ese personaje central de todo autor, el detective (o policía), en este caso Neal Carey. Su primera novela fue en 1991, ‘Un soplo de aire fresco’, y es conocido por su visión del conflicto de la guerra de las drogas en EEUU, el “punto de vista Vietnam”, por el cual su país comete los mismos errores que en la Guerra de Vietnam, que llevó a la derrota final. Tanto como para apostar por la legalización de algunas drogas para recortar fondos al crimen.