Un lugar pequeño, clavado sobre las huellas de más de mil años de peregrinaje hacia Santiago de Compostela, entre colinas a merced del viento, la nieve, la religiosidad mística las leyendas del Grial y las tradiciones modernas creadas por los peregrinos. Un trozo del Medievo incrustado en el siglo XXI.
FOTOS: El Corso
Imaginen un pueblo que parece sacado de una novela medieval, con casas de piedra gris, tejados de pizarra y pallozas tan viejas como el mundo mismo. Un lugar que bien podría haber salido del guión de una película; arquitectura de montaña adaptada a la vida sobre el filo de un cortavientos entre colinas, valles, donde las casas se apelotonan en calles que son una prolongación de las edificaciones y que llevan hacia una iglesia más antigua incluso que la mayoría de las que hoy se conocen, nacida al calor del propio Camino que vio nacer este enclave, entre punto de parada, rezo y hospedaje. Un pueblo al que se asciende por una carretera que parece más una serpiente que repta y que sigue la senda jacobea, una prueba rompe piernas y rompe almas para el que tenga que ascender. La primera puerta de Galicia llegando desde el Bierzo, la coronación de una subida que incluso en verano da escalofríos por las ráfagas de viento. También es el enclave donde una cruz colocada para el rodaje de una película pasó a ser un símbolo nuevo de los peregrinos, un ejemplo de que la mortificación del caminante forma parte del paisaje humano y geográfico.
El primer y último lugar, áspero y perdido, de un leyenda medieval convertida en realidad liberada de religiosidad. Un pueblo casi abandonado y recuperado por el empuje de los nuevos peregrinos, sobre una colina que se enseñorea entre valle y valle, que a su espalda tiene la alta sombra de otra colina más alta desde la que se atisba toda la tierra de la comarca e incluso más allá. Un cruce de vientos que permite ver en tiempo real cómo las nubes aceleran, chocan con los penachos boscosos de las colinas y montañas para llegar luego y convertir el cielo azul y soleado del invierno en una masa esponjosa del color del plomo, tan pesada y baja que casi parece que se puede tocar con los dedos. Por algo es el primer lugar al que acuden para filmar las primeras nieves: si cae el manto blanco en algún sitio será allí. El mismo pueblecito gallego donde se puede devorar un pote de caldo gallego y luego atisbar el pequeño cáliz que alimenta una de las muchas leyendas sobre dónde está el Santo Grial.
Peregrinos ante el monumento que recoge los caminos desde toda Europa hacia Santiago; a la derecha, ejemplo de la arquitectura restaurada de O Cebreiro
Todo eso es O Cebreiro, el primer pedacito de Galicia y el último de regreso. O Cebreiro (El Cebrero en castellano) es una parroquia de Piedrafita del Cebrero, en la comarca de Los Ancares Lucenses, a más de 1.300 metros de altura y apelotonada alrededor de una iglesia del siglo IX, prerrománica, piedra pesada sin apenas luz y que parece haberse levantado alrededor de un cáliz románico del siglo XII que forma parte de las múltiples leyendas del Grial. No lo es, pero durante siglos se especuló que O Cebreiro hubiera sido un buen lugar para que estuviera: perdida entre montañas, por donde pasaban sólo peregrinos devotos que quizás no prestaran atención a aquel cáliz pequeño que al miope se le aparecerá como un borrón dorado.
Nació en los años posteriores a que se iniciara la peregrinación hacia la tumba del Apóstol como un punto de hospedaje. La clave no tiene nada que ver con la religión o la mística: el lugar es la coronación de un largo camino de ascenso desde la hondonada que es el Bierzo; el peregrino no para de ascender, a ratos con tranquilidad, otras con el ansia, pero finalmente la senda se encrespa y obliga a echar el todo por el todo. Cuando corona el peregrino ya no puede más y necesita parar. Es estación de paso y término de muchas etapas. Nadie con dos dedos de frente seguiría caminando. O Cebreiro cuenta con varios albergues y pequeños hostales que en verano se saturan. Subir en invierno es sólo cosa de locos y santos. Quizás por eso, por pura lógica mecánica de cuerpos a punto de desfallecer, en algún momento entre el 860 y el 870 se creó este enclave, mitad mesón y casa de peregrinos (como el albergue original de San Giraldo de Aurillac, llamado así porque el enclave dependía de la abadía de Saint-Geráud en Aurillac, Francia), mitad santuario de rezo de agradecimiento. Quizás ya hubiera allí una pequeña aldea, una parada de pastores de la comarca. Pero no nacería para el camino hasta el siglo IX.
Iglesia de Santa María
En los siglos posteriores reyes como Alfonso VI de León, la Orden Cluny y los Reyes Católicos colman de privilegios, exclusiones y favores a O Cebreiro, que pasa de punto invisible del mapa a cabeza de la comarca lucense. Los Reyes Católicos, después de su peregrinación en 1486, entregan el pueblo y las tierras circundantes al monasterio de Santa María de Cebrero para edificar un priorato que duraría hasta el siglo XIX y la Desamortización de Mendizábal, después de varios siglos de decadencia, cuando el fervor peregrino se había diluido. Con la modernidad queda medio abandonado, ya sin monjes, y habría que esperar a que el Camino de Santiago fuera asumido por el fervor del turismo deportivo, cultural y rural para recuperar parte de su grandeza pasada. Pero si este pequeño rincón es importante en el imaginario cristiano es por algo más que ser una parada obligada de peregrinación. Aquí tuvo lugar uno de los milagros medievales asociados al propio Camino y a la explosión pietista inicial en Europa: la Leyenda de la Eucaristía, también llamado “Milagro de la Eucaristía” o la historia del Santo Grial en Galicia. A principios del siglo XIV, antes de la debacle de la Peste Negra y de la segunda oleada de piedad cristiana que sacudió el continente, nace esta historia sobre un pastor devoto y un sacerdote descreído.
El pastor, llamado Juan Santín, que vivía a media legua de la iglesia de El Cebrero, destacaba por su fervor religioso. Daba igual que el invierno se cebara con la comarca: lloviera, nevara o el viento cortara, viajaba hasta el templo para la misa. Un día, en medio de una tormenta especialmente dura, el sacerdote de O Cebreiro se quedó solo, aislado, y pensó que nadie iría a la misa. Hasta que apareció el pastor y el cura, entre jocoso e incrédulo, exclamó la frase que dio pie al milagro: “¡Cuál viene este otro con una grande tempestad y tan fatigado a ver un poco de pan y de vino!”. No merecía la pena, y por eso, narra la historia, cuando fue a consagrar el pan y el vino estos se convirtieron en un trozo de carne y de sangre por obra divina y castigar así al cura. En poco tiempo la narración se convirtió en una historia popular en toda Europa y muchos peregrinos, además de intentar alcanzar Santiago de Compostela, soñaban con pisar la pequeña iglesia.
Cruz de O Cebreiro
Pero también hay rituales modernos cuyo origen es muy peculiar. Por ejemplo la ascensión hacia el Tesón da Cruz, a la espalda del pueblo y del albergue de peregrinos. No hay camino real, sólo una senda que se hunde en la hierba alta y el musgo y que luego sube por un terraplén despejado entre matorrales hasta alcanzar la cima. Allí se encuentra una cruz de madera de varios metros de altura que los peregrinos han convertido en un pequeño altar popular. Las vistas de la comarca e incluso del Bierzo son de las mejores que se pueden tener. En un día despejado la vista alcanza varias decenas de kilómetros por ser uno de los puntos más altos, entre valles a un lado y el otro. La cruz no está allí por razones religiosas. El monte, llamado Pozo da Area, fue parte de los escenarios que eligió Adolfo Marsillach para la película ‘La flor de la santidad’, y fue el propio director quien decidió clavar allí esa cruz como parte de la iconografía de este filme sobre un peregrino asesinado por los pobladores después de un encuentro sexual con una de las mujeres de la zona. Cuando terminó el rodaje no quitaron la cruz, que después de un tiempo pasó de atrezzo a símbolo de los peregrinos por acción de estos, ya que cuando llegaban allí muchos pensaban que era propia del pueblo. En su base incrustaron monedas, depositaron recuerdos del camino y muchos firmaron la roca que sirve de base con sus iniciales. Tantas fueron las marcas que hubo que cambiar la cruz, la cual, de nuevo, tuvo que ser sustituida por otra en el año 2000.
Una historia tan extraña y milagrosa como la del Grial y los milagros de los pastores piadosos, propias de un lugar que nació por las pisadas de decenas de generaciones de caminantes, tan antiguo como la propia tierra donde se levantaron aquellas pallozas que ya eran antiguas en la época de los romanos, entre colinas pobladas por pastores durante más de un milenio largo y que hoy es uno de esos pequeños rincones que merece la pena visitar.
Panorámica de los valles que rodean el pueblo