Una ruta diferente, la de los Faros de la Bretaña francesa, donde el salitre, la naturaleza y el aire de épica marinera se fusionan, sobre todo en una lejana isla que concentra los mejores faros atlánticos.

IMÁGENES: Wikicommons / Turismo de la Región de Bretaña 

Pocos océanos son tan virulentos como el Atlántico Norte; frío, tormentoso, dominado por varias corrientes profundas y de superficie capaces de arrastrar flotas enteras a la profundidad, y por encima de determinada latitud las costas bañadas por sus aguas son como yunques donde mazos de agua repiquetean. La costa occidental de Europa sabe mucho de ese juego entre mar y tierra, entre tormentas y costa. Y de entre todas las regiones acostumbradas a soportar la ira del Atlántico sin duda la costa de Bretaña es la que más crónicas podría escribir sobre esa frontera que suele resolverse por las malas. La recortada costa bretona fue siempre paso de rutas comerciales desde tiempo muy antiguo, jugaba, como en el caso de Galicia, a ser la Finisterrae, el fin del mundo, y por cómo son las tormentas en esas costas bien podría ser que fuera verdad.

Los faros de Bretaña, un intrincado sistema que con su luz avisaba a los grandes barcos antes de que el GPS y otros sistemas los dejaran obsoletos, fueron (y son) los testigos actuales, muchos de ellos todavía activos y víctimas predilectas del gran azul plateado que golpea sin cesar. Este texto es un pequeño repaso a un puñado de ellos por su belleza, por su localización y porque todos hemos visto alguna vez una fotografía que nos dejó sin respiración: un faro aislado rodeado de agua al que las olas golpean con demencia. En total en Bretaña hay 82 faros de los más de 140 que hay en todas las costas de Francia, lo que indica ya lo peligrosas que son las aguas atlánticas que circundan una región que es más un gran saliente de tierra contra el mar. Por algo se ganó la mala fama que comparte con Galicia de ser tumbas de marineros.

Isla de Ousset

Isla de Ouessant

A eso hay que añadir que no es una costa limpia, sino que está repleta de corrientes de torbellino con las que hay en la costa este de Norteamérica, islotes, islas, incluso archipiélagos minúsculos y salientes del suelo marino perfectos para construir en ellos faros que parecen torres que emergen del mar. Ese ambiente ha sido perfecto para todo tipo de cultura marinera, desde novelas y leyendas a rutas turísticas que intentan explotar la belleza de unas costas agrestes, solitarias y duras como hay pocas, un efecto modelador en los bretones, un pueblo diferente dentro de Francia con siglos de historia propia. Todavía hoy, a pesar de que el tráfico marítimo es incesante y hay huellas humanas por doquier, tienen un aire de épica antigua como hay pocos en Europa.

Se pueden dividir en tres zonas: la costa norte, en el Canal de la Mancha, la costa central de Finisterre (la más dura), y la costa meridional, que flanquea por el norte el inicio del Golfo de Vizcaya. Pero en este pequeño reportaje nos fijaremos en un punto neurálgico en esta ruta y red a un tiempo, la isla de Ouessant, el punto más occidental de Francia y punto neurálgico marítimo ya que cerca de ella pasan muchas de las rutas. Por ello históricamente se plagó de faros en la propia isla y en islotes cercanos. Cinco de los principales faros franceses están aquí: el de Stiff, el de Créac’h (modernizado y vital para el transporte, potenciado con nuevas tecnologías), el de Jument, el de Kéréon y el de Nividic. Hay que sumar una torre de control de comunicaciones que orquesta a los barcos que pasan por la zona marina, tanto o más importante que los propios faros. Por algo la llaman la isla de los faros. Es un buen sitio para empezar, o incluso para terminar. O para convertir en el ecuador del viaje. Se puede empezar por la costa meridional y avanzar por Finisterre hasta el norte, hacia el Canal de la Mancha. Pero más tarde o más temprano pasarán por Ouessant, y en ella nos vamos a fijar.

Faros de Breaña mixta Creach Stiff Kereon

Faros de Créac’h, Stiff y Kereon

La isla apenas tiene unos cuantos cientos de habitantes, vive del turismo deportivo, la pesca, la miel y cosmética ecológica a partir de algas marinas. Pero desde hace algunos años también es el destino de un tipo de turismo muy particular, apodado “de tormentas”, en las que cientos de personas llegan hasta la isla para fotografiar las embestidas del Atlántico sobre los faros, y que usted habrá visto mil veces en vídeos y en Google, olas tan grandes que parecen abrazar y tragarse los faros sin piedad. Pero cuando el agua se retira en el continuo balanceo del oleaje, siguen allí, en pie, algunos de ellos incluso desde finales del siglo XVII, como en el caso del faro de Stiff (32,4 metros), construido originalmente en 1699 para defender la costa de invasiones. No tuvo luz hasta varias décadas más tarde y actualmente dispone de un sistema lumínico que envía una señal cada 20 segundos.

No muy lejos está su antítesis en tiempo y disposición: el de Créac’h (más de 70 metros de altura), con una luz tan potente que puede verse a más de 50 km mar y tierra adentro, con lo que guía directo hacia la boca del Canal de la Mancha. Los turistas lo aprecian sobre todo por el espectáculo que da de noche: el haz de luz parece un ojo de Sauron que barre las aguas y las tierras circundantes. Es incluso más rápido que el de Stiff: dos barridos cada 20 segundos. Y tan famoso como él es su hermano de La Jument, uno de los preferidos de los fotógrafos porque por su ubicación, cerca de unos bajíos con corrientes cruzadas que han provocado decenas de naufragios, lo expone a las peores fuerzas del mar. Tan peligroso que hubo que esperar a que se inventaran nuevas formas de construcción industrial en el siglo XX para lograr levantar una mole de casi 50 metros que emite tres barridos cada 15 segundos, la frecuencia más alta de todos los faros.

Escaleras del faro de Eckmühl

Escaleras del faro de Eckmühl

Los otros dos faros de Ouessant son más pequeños pero igual de interesantes. Por el ejemplo está el faro de Kéréon, construido en 1916 como complemento a los otros para vigilar esa parte de las rutas costeras, especialmente el canal de Fromveaur por donde pasan muchos de los barcos regionales y que se dirigen hacia el sur (hacia las costas de Nantes) y al Canal de la Mancha. Levanta 47 metros de altura y tiene un doble destello que alcanza más de 30 km de distancia, un auténtico pulsar artificial que emite en blanco y rojo alternativamente para llamar la atención más eficazmente. Es igual de fotogénico y suele ser objetivo de los turistas. Si es que el mar y el clima dejan. No está lejos del último de los faros de Ouessant y quizás uno de los más peculiares.

Nividic es estratégico porque indica otra zona de confluencia de corrientes, frente a una de las puntas de roca de la isla, la de Pern. Para poder construirlo (se tardó 20 años, no culminó hasta 1936 y fue uno de los triunfos de la ingeniería francesa) y comunicarlo con la isla hubo que crear un teleférico, aunque en realidad es un faro automático, el primero de la historia. Antiguamente tuvo farero para tareas de mantenimiento, pero su vida útil fue corta y tormentosa: en 1940 fue apagado por los alemanes durante la invasión de Francia, y no volvió a ponerse en marcha hasta 1953. Sin embargo hubo que reformarlo en los años 70 para dotarle de nuevos sistemas de gas. Fue el anticipo de la automatización final, en los años 90, cuando se instaló un sistema de energía solar que permite al faro ser totalmente autónomo durante años. También tiene un dispositivo para poder acceder a él en helicóptero. Levanta casi 36 metros de altura y tiene un gran inconveniente para el turista: no se puede visitar. Por eso es habitual ver a los grupos de visitantes apiñados en las rocas de Pern haciendo fotos con cada golpe de las olas.

Eso es lo que puede ofrecer Ouessant. Fuera de ella la ruta incluye faros genuinos como el de la Vierge (puerto de Lilia), el más alto de Europa con más de 80 metros, visitable y con una desagradable sorpresa de 400 escalones hasta la linterna principal, que supera los 50 km de potencia. O como el de Trezien o el de Kermorvan (20 metros, puerto de Le Conquet), que se enlaza con Ouessant porque custodia las vías que conectan la isla con el continente. Es el faro terrestre más occidental de Francia (el resto, como hemos descrito, están dentro del mar, literalmente) y se construyó como una fortaleza, para hacerlo indestructible a las tormentas. Otra maravilla fuera de Ouessant es el faro de Eckmühl (villa de Penmarc’h) puro lujo decimonónico levantado con las donaciones de una aristócrata, con 65 metros de altura, una escalera de caracol de 300 escalones y abierto a las visitas.

A partir de aquí cada cual puede trazar sus rutas, pero haga lo que haga pasará por Ouessant, un pequeño oasis oceánico con tormentas, viento, mar, salitre, faros, pocos árboles y toda la hierba salvaje imaginable. Nosotros os damos el cabo, el resto ya es cosa del lector. Desde luego es un destino diferente.

Mapa de la isla de Oussant

Mapa de la isla de Oussant

Bretaña francesa

Bretaña francesa (imagen por satélite)