Hasta el 17 de junio, una ventana abierta al horror absoluto. La institución que gestiona el campo, hoy museo, ha creado una exposición itinerante del patrimonio humano doliente en movimiento, el del dolor y el recuerdo de los pecados del pasado. Finalmente ha llegado a la Fundación Canal de Isabel II de Madrid.

FOTOS: Wikimedia Commons / Auschwitz.org

Vamos a ahorrarnos fotografías y documentación que pueda ser demasiado horrorosa. Porque la hay. Mucha. Cuando Auschwitz-Birkenau fue liberada en 1945 por los soviéticos la maquinaria de la URSS supo documentar, con detalle, el horror que se habían encontrado. Las tropas y guardias que custodiaban el campo habían salido a la carrera, dejando atrás incluso pilas de cadáveres esqueléticos sin enterrar o incinerar. Los soldados rusos, anestesiados de pesadillas y horror después de tres años luchando contra los nazis (y sobrevivir a la picadora de carne de Stalin, que los trataba como carne de cañón), de ver la política de tierra quemada y exterminio aplicada por Alemania en su propio país, llegaron a compadecerse incluso de las legiones de famélicas sombras humanas que habían sobrevivido. Había que fijar para la memoria, para los futuros juicios al nazismo. El mundo debía saber lo que el fascismo había hecho en Europa. Para no olvidar jamás. Ellos ocultaron el archipiélago gulag que crearon en Siberia, otra de historia de infamia que tampoco nadie debería olvidar.

La exposición de las salas de la Fundación Canal de Isabel II, concebida por Musealia en colaboración con el Museo Estatal de Auschwitz, que gestiona y custodia el campo en la actualidad como instalación abierta, se centra en el rastro humano dejado en el campo. Además de fotografías tomadas durante la documentación de la liberación, contará con objetos personales de los millones de personas asesinadas en aquel lugar, la mayor fábrica de muerte nunca diseñada. Auschwitz está en el sur de Polonia, a 43 km de la ciudad de Cracovia, y su peso simbólico es tan grande que incluso los productores agrarios de la zona, y los propios habitantes, han borrado para siempre el nombre del pueblo. En las etiquetas de esos productos se hace referencia a otro lugar para evitar que la gente sepa que viene de allí.

Quienes visiten la exposición verán tres grupos de objetos que resumen la verdadera dimensión de un horror que durante cinco largos años, desde la invasión de Polonia hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. El primer grupo son la enorme cantidad de gafas de los presos con problemas de visión que llegaron allí: antes o después se las quitaban, porque donde iban a ir no necesitarían ver. Y los nazis aplicaron la lógica instrumental hasta el extremo absoluto: acumularon gafas que otros llevarían, para revenderlas o distribuirlas entre los alemanes, pero también ropa, maletas, dentaduras postizas, incluso pelo humano. Rapaban a los presos, y ese mismo pelo era luego usado para confeccionar pelucas. Esos son los otros grupos de objetos que verá el visitante: las maletas, los pijamas de rayas característicos con las Estrellas de David amarillas bordadas para diferenciarlos del resto de presos.

El campo el día de la liberación, fotografía hecha por los soldados soviéticos

No sólo murieron judíos en Auschwitz. También fueron enviados allí presos políticos (izquierdistas en su mayoría, pero también liberales, democristianos o sacerdotes que no se plegaron al régimen), gitanos, homosexuales, eslavos, rumanos, griegos… Cualquier que pudiera suponer un borrón en la utopía nazi de la perfección racial, o ser un enemigo político, tenía billete en los trenes de ganado atestados de presos que llegaban a diario por el característico ramal ferroviario que se detenía en el edificio de entrada. El mismo donde los nazis colocaron la frase macabra, “Arbeit match frei”, el trabajo os hará libres. Es la misma puerta que tienen que franquear el millón y medio largo de visitantes que todos los años llegan hasta allí. Ahora el campo es Patrimonio de la Humanidad igual que lo es la Alhambra de Granada o Petra en Jordania, por razones obvias: para no olvidar jamás.

Auschwitz-Birkenau es un símbolo de la Historia del Siglo XX, un producto de la política de máximos deshumanizados que generaron las ideologías de masas, salvadoras y utópicas, como el fascismo y el comunismo. Ante el miedo y la necesidad surgieron como mesiánicas visiones absolutas, sin fisuras ni aristas, totalmente desprovistas de humanidad o empatía. Lo que importaba era el destino de la patria, del pueblo, del sistema, de las ideas. Y en ese descarte se cayeron por los bordes millones de personas, asesinadas por un máquina efectiva y eficiente diseñada, entre otros, por Heinrich Himmler y las SS. Él mismo fue ajusticiado por otra maquinaria efectiva, la de Israel, que le buscó incesantemente hasta dar con él en Argentina. Terminó ejecutado por los hijos de los mismos a los que mató en ese frío y helador lugar de Polonia.

Lo que el visitante no podrá ver, o sentir, es la experiencia sensorial de la visita real, que la contextualización y documentación de apoyo de lo que se verá en Madrid intentará transmitir. Quien haya visitado un campo de concentración alguna vez recuerda dos cosas, quizás provocadas por la sugestión de saber el sitio en el que se está: el silencio y el frío. No importa que la visita sea a finales de agosto, en los campos siempre hace frío, el viento parece más fuerte y no se oyen pájaros, ni animales. La sugestión del horror es la herramienta que genera la empatía, esa sensación de vacío y pena que nos pone en el lugar de los dueños de aquellas maletas, gafas o absurdos pijamas rayados que son el icono del peor momento de la Humanidad como especie. Para no olvidar nunca. Quien lo hace termina por cometer los mismos errores. También servirá como aviso para navegantes de lo que puede generar una ideología, la que sea, que piensa sin contar con la gente.

Fotografía de uno de los primeros embarques en los trenes a Auschwitz. Fue tomada por oficiales alemanes. Algún tiempo después se prohibieron para no dejar pruebas, pero muchas se salvaron

Muerte en las duchas

Uno de los supervivientes del campo describió años atrás cómo era el mecanismo de llegada y reparto. Se llamaba Miklós Nyiszli, judío como los muchos que murieron con un sistema referido en la exposición que ser verá en Madrid en la Fundación Canal de Isabel II. Los efectivos de las SS abrían los vagones y en apenas media hora diferenciaban entre los potencialmente útiles para el trabajo en el campo (para la maquinaria de guerra o las empresas alemanas que se aprovechaban de mano de obra esclava, el famoso “capitalismo de guerra”) y los sacrificables. Nyiszli contaba así el camino de los que caían en la columna de “inservibles”:

“Una escalera les conduce a un subterráneo donde un letrero en alemán, francés, griego y húngaro les informaba de que allí se encuentran las duchas y el cuarto de desinfección. La información contribuye a tranquilizar. Allí encuentran una gran sala, bien iluminada y pintada; los miembros de las SS dan una orden: ‘¡Desnúdense!, disponen de 10 minutos’ […] Entran a otra gran sala, también bien iluminada […]; en el centro hay grandes pilares cuadrados, con canalones de latón con perforaciones. Se escucha una nueva orden: ‘¡Sonderkommando y SS, salgan de las duchas!’ […] Desde arriba derramaban unas piedrecillas que caían por los canalones perforados liberando gas ZyKlon-B que invadía la sala. En cinco minutos mataban a unas 3000 personas”.

No había sector de edad que no se incluyera: esta foto se tomó mientras el campo estaba bajo control nazi

¿Cómo era Auschwitz-Birkenau?

Lo primero es que no era un campo, eran tres: Auschwitz I (el original), Auschwitz II-Birkenau (dedicado por completo al exterminio humano) y Auschwitz-Monowitz (destinado para los trabajos forzados). Los presos eran distribuidos para ser simplemente custodiados, asesinados o explotados. Además había otros 45 campos menores llamados “satélite”. Hubo incluso un campo exclusivamente femenino. Todo controlado por 1.200 miembros de las SS, de los cuales sólo 750 fueron juzgados. El cálculo medio más certero habla de 1,1 millones de muertos, casi una séptima parte del total de asesinados por los campos nazis en toda Europa. El 90% de las bajas eran judías. Fue dirigido por Rudolf Höss hasta el verano de 1943, una pieza clave de los Juicios de Núremberg por sus testimonios detallados sobre cómo funcionaba el campo y el exterminio deliberado de presos judíos y no judíos.

Con un punto de justicia lírica, Höss fue ejecutado delante del mismo crematorio de Auschwitz I donde él gestionó la muerte de cientos de miles de personas. Los otros dos gestores, A. Liebehenschel y R. Baer corrieron la misma suerte: el primero en 1948, ejecutado por el gobierno polaco, y el segundo en 1963 se suicidó en la cárcel donde había sido conducido después de años de incógnito en Alemania. El enclave, que apenas tenía 1.400 habitantes en 1939, fue elegido por dos razones: la primera porque estaba en una de las regiones más industrializadas de Europa, la Alta Silesia (sur de Polonia), con una importante red de comunicaciones que haría más fácil el transporte. La segunda es que estaba en Polonia, principal campo de trabajo del exterminio judío junto con Ucrania y Rusia, y sobre todo que era un lugar poco poblado.

Los Aliados tuvieron información precisa del campo desde 1941, pero a pesar de esto el sistema de Auschwitz-Birkenau no fue bombardeado hasta 1944, cuando por fin consiguieron detalles exactos de ubicación. Cuando los soviéticos se acercaron al campo los nazis lo desalojaron, prisioneros incluidos. Atrás quedaron unos 7.500, los que estaban demasiado débiles para caminar o se habían escondido. Fueron los liberados por el Ejército Rojo el 27 de enero de 1945. La UNESCO declaró el conjunto del campo, del que queda sobre todo Auschwitz I, en 1979, para conservarlo como testimonio vivo del Holocausto y de los crímenes del nazismo.

 

Foto aérea de Auschwitz (RAF), fechada en agosto de 1944; demuestra que los Aliados sabían que existía y lo que se hacía en este enorme campo

Gafas y zapatos, todo era sustraido y almacenado por los nazis para ser usado luego en Alemania o en beneficio de la economía de guerra

Entrada de Auschwitz-Birkenau en la actualidad

Fundación Canal Isabel II de Madrid

Paseo de la Castellana, 214

Lun-dom: 10:00 – 20:00 h / 31 diciembre: 10:00 – 17:00 h / 1 enero cerrado

Adultos: 7 € (lunes, excepto festivos y vísperas); 10,50 € (mar-vier); 12,50 € (sáb, dom, festivos y víspera de festivo)

Reducida: 7 € (lunes, excepto festivos y vísperas de festivos); 8,50 € (mar-vier); 9,50 € (sáb, dom, festivos y víspera de festivo) – Menores de edad de 7 a 18 años, estudiantes, titulares de carné joven, personal docente, miembros de familia numerosa, mayores de 65/jubilados, pensionistas, discapacitados y desempleados debidamente acreditados.

Menores de 7 años: gratuito, junto a un adulto.