Segunda entrega de la mini serie sobre lo mejor del patrimonio en Salamanca, en este caso la ruta de ascenso a las torres de la Clerecía, un mirador con más de 300 años de historia sobre la ciudad.

Subir y subir, escalón de madera tras escalón de madera, más de seis niveles diferentes hasta llegar a lo más alto de Salamanca, justo debajo (casi rozando con la cabeza) de las campanas de la Clerecía, la iglesia jesuita cuya altura está en lo más alto de un imaginario skyline antiguo de Salamanca. Es, además, la cara visible de la Universidad Pontificia, incrustada en el corazón de la parte vieja de Salamanca. Un detalle: las torres que son el objeto final de esta ruta no estaban destinadas a la Clerecía, sino a la Plaza Mayor, pero cambiaron de opinión cuando comprobaron los problemas por el peso.

El origen está en 1611, cuando muere la reina Margarita de Austria, esposa de Felipe III,  quien en su testamento ordenaba fundar en Salamanca un colegio superior bajo protección real donde se formasen y educasen los jesuitas destinados a defender la fe católica en los países del Imperio Austriaco en los que había triunfado el luteranismo y a propagarla por las colonias.

La primera piedra de los 7.000 m2 de mole barroca se colocó en 1617. Para cuando se decretó la expulsión de los jesuitas por orden de Carlos III, el conjunto ya estaba terminado y corrían los años 60 del 1700. No se dejó vacío el conjunto universitario, que en 1768 cambió de objetivos: fue destinado a Colegio de Irlandeses, a Real Convictorio Carolino, a Seminario Conciliar y a Real Clerecía de San Marcos, institución a la que se le adjudicó la sacristía y la iglesia, ámbito por el que transcurrirá casi en su totalidad el recorrido que en Scala Coeli se le propondrá al visitante.

La sombra de la Clerecía sobre la ciudad, desde el mirador de las campanas

Más allá de la historia del lugar Scala Coeli es el ascenso a esa corona barroca de campanas en los tres puntos cardinales, un mirador privilegiado que supera en altura los tejados de la Catedral Nueva de Ieronimus. El acceso por la calle Compañía permite ver parte del viejo claustro colegial, espartano y barroco a un tiempo, casi una copia de los pasillos fríos de El Escorial, un punto fugaz que sólo conduce a unas escaleras de madera que o bien imitan las antiguas o la falta de presupuesto ha permitido hacer algo mejor. Quizás sea una buena forma de introducir en el tiempo de génesis de las torres el crujido de los tablones de madera de los escalones, algo que se repite en cuanto se abandona el fuste principal de la torre de ascenso y se llega a la parte superior.

El visitante sólo ve paredes de piedra arenisca desnudas en las que de vez en cuando se revela una inscripción de la época de construcción,  paredes encaladas, y al final, en la zona de unión de ambas torres, seis salas de exposición donde se cuenta la historia de la construcción, sin grandes alardes y sí con documentos. Muy frías, poca trascendencia para un monumento inmenso en tamaño y ambición artística que en un extremo tiene más escaleras y en el otro un balcón abierto al interior de la Clerecía, situado en un ángulo que permite ver la bóveda superior, el altar y las dos naves del crucero.

 

Al otro lado suben las escaleras del campanero entre grabaciones de frases religiosas que quizás no sean lo más apropiado para una exposición abierta a todo tipo de público, porque lo que importa es subir, subir, seguir subiendo hasta los balcones de las torres, justo al nivel de la galería abierta de la espadaña que une ambas torres. Ahí es donde hay que llegar.

Salamanca se abre como un tablero de juego a esa altura, con la Casa de las Conchas, la Pontificia y las catedrales a la vista, con San Esteban al fondo y la propia Plaza Mayor a un tiro de piedra de pájaro. Un balcón por cada punto cardinal y la posibilidad de tocar de cerca la ornamentación y la arquitectura que hace unos meses estaban aisladas de la población. Muchos de los que han subido a esos balcones, incluso al siguiente y último nivel, al de las campanas, son salmantinos, sabedores que desde esas torres gemelas clásicas la vista de la ciudad tenía que ser sobrecogedora. Y lo es, por lo que permite hacer y soñar al visitante, por poder ver los grandes monumentos a un nivel en el que parecen maquetas de museo.

Es en esa actitud de observador privilegiado donde está la gracia de Scala Coeli, como su nombre indica, una escalera a un cielo visto sólo por las cigüeñas, las palomas y los campaneros durante siglos y que ahora todos pueden compartir. Sólo por eso es una de las perlas de piedra de Salamanca, más allá de la belleza arquitectónica de la segunda etapa constructiva histórica de Salamanca, ese siglo XVIII en el que la Universidad latía con fuerza antes de la Guerra de la Independencia.

 

 

Enero, febrero y marzo de 10:00 a 18:00 horas (La última entrada será a las 17:15 horas) De abril a diciembre de 10:00 a 20:00 horas (La última entrada será a las 19:15 horas)

Entrada individual: 3.75 euros Entrada de grupo: 3.25 euros Entrada conjunta individual: 6 euros Entrada conjunta grupo: 5 euros