Tercera y última entrega de la serie sobre las joyas que atesora una ciudad construida con el arte y el tiempo como baremos, Salamanca. Cerramos con el Museo Casa Lis, un éxito de público y uno de los grandes centros museísticos sobre el Art Decó y Art Nouveau del mundo.
Fotos de L. C. Prieto
Lo antiguo funciona, o cuando menos cuando se organiza para ser expuesto a los demás. En una ciudad acostumbrada a ser un parque temático de los estilos patrocinados durante siglos por la Iglesia Católica, resulta espectacular encontrar un rincón dedicado íntegramente a una de las vanguardias que abrieron el siglo, la del Art Deco y Art Nouveau. No sólo porque en medio de tanta piedra aparece con fuerza una de las mayores colecciones ligadas a este estilo del siglo pasado, sino por la peculiar historia de la Casa Lis. Miguel de Lis, industrial del curtido en Salamanca, viajaba con frecuencia por Europa y tuvo ocasión de conocer de cerca los nuevos movimientos artísticos como el modernismo.
Por otro lado, el arquitecto de Jerez afincado en Salamanca, Joaquín de Vargas, estaba directamente implicado en el trabajo del modernismo en su rama artística. De la pasión del primero y de las ganas del segundo de llevar a cabo una obra semejante surgió la Casa Lis, iniciada a finales del siglo XIX y terminada en 1905. La fachada norte es la única muestra de modernismo en la ciudad de Salamanca. Hasta convertirse en museo, la Casa Lis pasó por todo tipo de problemas, los cuales la empujaron durante el franquismo a quedar en ruinas y a punto de ser derribada en varias ocasiones. No sería hasta 1995 cuando arrancara su nueva etapa por el impulso de la ciudad y varios patronos. Cuando el continente era tan esplendoroso como las colecciones contenidas.
Fachada sur, la principal y la cara real de la Casa Lis
Entrada principal del museo, por la cara norte, donde se pueden ver todos los rasgos del estilo modernista en la arquitectura
Actualmente el Museo de la Casa Lis se basa en 19 colecciones de artes decorativas formadas por cerca de 2.500 piezas. A esa base se le añadieron nuevas piezas mediante compras y donaciones de particulares. Una de las series es la de las Criselefantinas, 120 piezas de 52 escultores entre las que figuran Chiparus o Preiss, hechas de bronce y marfil y que son auténticas obras maestras del Art Déco y uno de los mayores atractivos del museo. Los vidrios son parte también de la colección: más de 200 piezas de Émile Gallé, René Lalique, los hermanos Daum o C. Schneider): jarrones, frascos de perfume, figurillas de cristal que parecen a punto de romperse, cristales translúcidos que hacen juegos visuales que son puro arte inducido, lámparas, joyas… y los autómatas, los juguetes de la burguesía europea de principios del siglo XX que forman parte de la colección. Son más de 300 mecanos, de esas muñecas móviles con cajas de música incorporadas y movimiento que las hacen únicas. Su valor monetario supera con mucho el millar de euros y, paradójicamente, no pueden exhibirse en plenitud en la Casa Lis.
Todo eso en lo que ha información necesita el visitante. La otra historia de la Casa Lis es lo que aporta a cada ser humano. La belleza estética de un tiempo pasado, superado, cuando la burguesía vivía con el dinero del siglo XX pero mantenía el gusto decimonónico repetido una y mil veces en los salones historicistas y victorianos repetidos una y otra vez por todo el mundo. La Casa Lis aporta algo esencial que también tienen Ieronimus y Scala Coeli, las otras dos Perlas de Piedra de Salamanca, y es un viaje al pasado. A un pretérito casi perfecto porque lo vemos con la distancia necesaria y la falta de conciencia sobre cómo era aquel mundo. Nosotros nos quedamos con la belleza de los ricos y poderosos, con una casa que fue un capricho desafortunado en la ciudad equivocada.
Pero la vida son el cúmulo de casualidades y extrañezas que genera la propia existencia: Salamanca no tenía sitio para algo como la Casa Lis, pero aquel industrial lo deseó, lo construyó, fue cubierto de insultos en la época por romper el molde antiguo de la ciudad y finalmente se convirtió en el progenitor de un legado de éxito que tiene decenas de miles de visitante, en un foco para el turismo cultural auténtico y no el que se limita a sacar fotos a las piedras. Un estudio pormenorizado de lo que es la Casa Lis demuestras el interés: el 40% de todos los visitantes son extranjeros, y del resto de nacionales la inmensa mayoría son de fuera de Salamanca. En el caso de madrileños, franceses e italianos el interés es específico: hay gente que viaja desde Francia sólo para poder ver el museo y el edificio.
Trabajo con vidrio de la colección
Pero no deja de ser un cuerpo extraño, muy raro, dentro de tanto exhibicionismo barroco, medieval, plateresco o ese cajón de resonancia llamado estilo churrigueresco que parece dominar el subconsciente. El hecho de que la casa esté de cara a la vega del río Tormes, ahora totalmente edificada salvo en su borde, da una gran idea de cómo fue originalmente el espíritu de la casa: un capricho para ver verdes campos en aquel 1905 en el que Salamanca no disponía de verdadera industria. El resultado es una rara avis, una perla de piedra que encierra una colección que ha viajado por media Europa para servir de enganche a una institución de éxito. Quizás el gran acierto de los largos quince años de gestión cultural de Salamanca junto con las dos escalas de piedra de la Clerecía y la Catedral. Lo cual es mucho, pero también muy poco para la ciudad. De todas formas, una gran maravilla, deliciosamente pequeña, exquisita. Una delicatessen.