Este año se cumple la centuria del nacimiento de uno de los físicos más carismáticos y rentables para el conocimiento, un superdotado marcado por su participación en el Proyecto Manhattan, por el Nobel de Física, por su capacidad divulgadora, su cerebro privilegiado y por romper con la imagen acartonada de su particular oficio. Lleno de luces y sombras.
Cuando todo el mundo tenía ya fijada en la memoria la imagen clásica del científico, un señor mayor con bata blanca, gafas y algo despistado, apareció un tipo con vaqueros, juerguista, bromista y lleno de vitalidad y un talento inmenso para romperlo. Einstein era, y en muchos sentidos es, la imagen del físico teórico por definición, o de cualquier tipo de físico, o de científico. Es el icono asociado. Feynman en cambio, que hizo enormes aportaciones al conocimiento humano sobre el Universo, rompió para bien: pocas veces ha disfrutado la ciencia de un genio tan prolífico como buen comunicador. Allí por donde pasó Feynman dejó huella. Y eso que su vida está llena de esquinas en sombra que hoy podrían costarle ser juzgado moralmente por encima de su inmensa aportación intelectual a la civilización. Como aseguran los que toman cierta distancia con las contradicciones humanas, sólo era humano, terriblemente humano (especialmente en su relación con las mujeres, que podríamos definir como intensa y tormentosa). Y Nobel de Física por desarrollar las herramientas matemáticas que explican por qué la materia se mantiene unida. Entre otros muchos méritos.
Feynman publicó en 1985 sus memorias, ‘¿Está usted de broma, señor Feynman?’, demostrando que la frase “mitad genio y mitad bufón” que le habían adjudicado desde que fuera uno de los físicos más jóvenes (y rebeldes) del Proyecto Manhattan estaba más que justificado. En la celebración de su centenario por nacimiento todos han recordado un detalle que le separa del resto del planeta científico: se concentraba y anotaba en hojas y manteles de papel sus cálculos e ideas en los bares de striptease, donde pasaba horas rodeado de mujeres progresivamente desnudas; entre las fórmulas se colaban dibujos de las bailarinas. En plena fase de inflamación pública del feminismo militante es un auténtico pecado. Recuerden bien esta anécdota y la frase “humano, demasiado humano”, porque es recurrente con Feynman. A los científicos, en esa imagen tradicional, se les presupone una moralidad, estoicismo y comportamiento diferente del vulgarismo mundano. Recuerden, era sobre todo humano.
Neoyorquino de nacimiento y espíritu (1918), fue acunado en el amor a la ciencia desde muy pequeño, con un padre revoltoso que aleccionó al joven Richard sobre las hipocresías del poder y de la oficialidad, le instruyó en el arte de dudar de todo y buscar siempre la verdad real más allá de la apariencia. La humanidad y el vitalismo lo pusieron su madre, que se alternó con el progenitor revolucionario para instruirle en la compasión hacia los demás y que una carcajada conquista las fortalezas más grandes mejor que una legión. Tan instruido estaba, y tal era su talento, que con 13 años ya ejercitaba su talento matemático por su cuenta, y apenas superados los 20 años entró en el legendario MIT para formarse, sólo para luego dar el salto posterior a Princeton. Fue allí donde, siendo muy joven, con menos de 25 años, fue reclutado para una de las tareas principales del Proyecto Manhattan que daría lugar a la bomba atómica. Concretamente formaría parte del equipo que separaría los isótopos de uranio para la construcción del sistema de la bomba. Cuando muchos años más tarde le preguntaron directamente por qué había participado en aquel plan para la bomba que tendría como resultado decenas de miles de muertos, Feynman usó el miedo y el pánico que le entraron de pensar que alguien como Hitler podría tener la bomba primero. Fue el mismo terror a un Reich con el poder atómico que atenazó a Einstein lo que le empujó.
Se ha escrito mucho sobre aquello, para bien o para mal, pero fue sólo el principio: apenas dos años más tarde, siendo ya profesor de la Universidad de Cornell, desarrolló el sistema matemático (“los diagramas de Feynman”) que permitirían entender qué fuerzas, y cómo, mantienen unida la materia a nivel subatómico, era la teoría de la electrodinámica cuántica, que explica cómo los fotones de luz y los electrones interaccionan: de un solo golpe explicó en qué se sustenta la electricidad, el magnetismo y los rayos X. Fue un salto de gigante, que él recuerda haberlo hecho de madrugada en pijama en su casa. Forjaba así la leyenda de Feynman, medio bufón, medio genio, todo modernidad. Quienes hayan visto algunos episodios de ‘The Big Bang Theory’, serie en la que Feynman es una referencia continua, sabrán que con el dinero del premio se compró una casa en la playa. Poco más. Eso y cierta amargura de ser ya “oficial” y parte del establishment, el sospecho cuerpo invisible del que hablaba su padre. Fueron sus años de gloria en el Caltech, donde daría clase hasta el final de su vida.
Imagen de Feynman en la fiesta del Premio Nobel
Hizo dos aportaciones clave más: la computación y la nanotecnología. En 1959 ya fue pionero en la idea de fabricar herramientas y productos a partir del simple reordenamiento al nivel atómico. Y la idea inicial, el chispazo, salió de la informática: ordenadores con este tipo de tecnología podrían consumir una ínfima cantidad de energía y ser mucho más eficientes y rápidos. Ese año dio una conferencia magistral que es una de las piedras de toque de la divulgación científica y el chispazo inicial a esta disciplina. La recogió luego por escrito con el título ‘There’s Plenty of Room at the Bottom (Hay mucho sitio al fondo)’, un ejemplo de cómo enfocaba su trabajo. En el campo de la informática, ya en los años 80, fue crucial en el desarrollo de las primeras máquinas de computación paralela, en la aplicación de las matemáticas en esta disciplina y en las redes neuronales, el modelo de trabajo de base de la informática. Fue, por así decirlo, parte del grupo de investigadores que crearon la arquitectura esencial de las computadoras contemporáneas, que imitan al cerebro humano.
Pero sobre todo, Feynman fue un ariete rompedor. Formó parte de la Comisión Rogers que investigó el desastre del transbordador Challenger en los 80, que culminó con Feynman fustigando a la NASA por sus errores internos y la banalización del trabajo de los ingenieros de la agencia. A partir de aquello la NASA cambiaría sus métodos para no caer en los riesgos que escandalizaron a Feynman. Igualmente atizó también contra la Teoría de Cuerdas y sus defensores, angustiado porque eran incapaces de demostrar matemáticamente sus aseveraciones, lo que derivaría en una “excepcionalidad” continua en la que fabricaban excusas en lugar de demostraciones. Matemático impenitente, le sonaba a vacío y pataleta que los defensores de esta teoría usaran más energías en defenderse que en demostrar.
Igualmente fue un beligerante ateísta: judío de origen, fue característica su defensa de no ser incluido en este grupo porque, según él mismo dijo, “los elementos peculiares que vienen de alguna herencia supuestamente judía abren la puerta a todo tipo de tonterías sobre la teoría racial”. Él era Richard Feynman, y punto, para bien o para mal, no el “judío Feynman”. Aprendió portugués para poder dar conferencias en Brasil, también fue un buen dibujante, tocaba los bongos, el tambor y la percusión, y su pasión brasileña continuó con sus clases en una academia de samba. Experimentó con el LSD y las cámaras de privación sensorial para poder expandir sus niveles de conciencia y así avanzar en la física, pero en poco tiempo se echó para atrás, asustado por las consecuencias; algo parecido ocurrió con el alcohol, el cual abandonó al mínimo atisbo de dependencia.
Sin duda la relación de Feynman con las mujeres es unas de esas esquinas en sombra de su biografía. Para ser alguien obsesionado con la educación, la honestidad científica y el racionalismo no terminó de comprender la dinámica de géneros. Por decirlo de una manera suave, Feynman adoraba a las mujeres tanto como el sexo. Dibujaba mujeres desnudas en los bares de striptease a los que iba, y lo hacía también en casa. Fue entonces, ya siendo cuarentón, cuando empezó a extralimitarse: sugería a las estudiantes del Caltech, donde daba clase, que posaran desnudas para él. Muchas de ellas aceptaron sin dudarlo; en 2018 es poco menos que censurable y criticable. Entonces sólo era Feynman “jugando”. Él mismo reconoce en sus memorias que frecuentaba prostitutas en bares o en sus viajes a Las Vegas, y que pagaba por los servicios cuando invitarlas a copas no funcionaba. Siempre estaba detrás de las faldas. Aseguró en muchas ocasiones que para poder conseguir llevarlas a la cama había que ser agresivo y descortés, marcar el territorio. Eso está por escrito. Y nunca se arrepintió de ello. En sus contestaciones a las acusaciones de machismo fue siempre tan burlón como condescendiente, aunque mantuvo siempre la intención de meter a más mujeres en la ciencia, que por entonces (todavía hoy) es patrimonio masculino.
Para bien o para mal, Feynman es un producto glorioso del siglo XX, tan contradictorio como su tiempo, un pilar fundamental de la revolución de la Física como disciplina vital del conocimiento humano, con ramificaciones en la ingeniería y la informática. Las zonas oscuras que muchos resaltan son parte de esa contradicción humana, del vitalismo de Feynman y sus errores sobre el sexo y las mujeres; se le ha juzgado también por su participación en el Proyecto Manhattan, que él siempre entendió como un mal menor comparado con la posibilidad de que el nazismo pudiera tener la bomba atómica antes. Puro siglo XX.
Feynman y la bomba atómica: la larga sombra
Mientras en Hiroshima morían por miles con la primera bomba atómica, Feynman estaba subido a un jeep militar en Los Álamos borracho como una cuba tocando un tambor. Él mismo lo reconoció. Estaba feliz porque años de trabajo habían servido para algo, aunque esa victoria supusiera la muerte fulminante de miles y la posterior agonía de decenas de miles. Feynman formó parte del Proyecto Manhattan en uno de los equipos de cálculo, no era parte central del diseño de la bomba, y estuvo también en el centro de Oak Ridge donde se procesaba el material de la bomba. Aislado en Los Álamos, se convirtió en uno de los animadores del centro, pasando los tiempos muertos reventando candados y cajas fuertes, o gastando bromas. Pero tras la guerra se dio cuenta del paso que habían dado. Su idea era tener una antes que nadie y amenazar con usarla, incluso utilizarla, pero luego sería absurdo, ya en época de paz, utilizarla de nuevo. Feynman, con toda su inteligencia, no entendió la lógica militar y política del siglo XX: pasó por una corta depresión que le duró lo que el vitalismo que le marcaba el paso.
Imagen real de la primera prueba atómica en Los Álamos