Damien Chazelle, director multipremiado de ‘Whiplash’ y ‘La la Land’ regresa a la pantalla, pero ahora con una serie de TV para Netflix protagonizada por André Holland y Melissa George donde seguirá los pasos de un club de jazz que lucha por sobrevivir en el corazón de París (desde el 8 de mayo pasado en Netflix). Una nueva oportunidad para que el jazz y la pantalla coincidan con maestría en una relación intermitente, menos intensa de lo que creemos pero que ha dado a la Historia del Cine un puñado de piezas maestras.
IMÁGENES: Netflix
Un buen inicio para otro acercamiento entre pantalla y música, esta vez en forma de serie de TV: que un director melómano como pocos, Damien Chazelle, esté detrás de la cámara. Si ya sorprendió con ‘Whiplash’ (también con el jazz de fondo) ahora se centra todavía más en el jazz en ‘The Eddy’ (Netflix, 8 de mayo). Subimos un poco más: la producción musical y partituras son de Glenn Ballard y Randy Kerber; el primero es conocido por ser uno de los productores que estuvo detrás de ‘Thriller’ y ‘Bad’ de Michael Jackson, pero también de Wilson Phillips, Alanis Morrisette, Aerosmith, Annie Lennox… Y con guión de Jack Thorne, Rachel Del-Lahay, Hamid Hlioua, Phillip Howze y Rebecca Lenkiewicz. En pantalla el director ha elegido a rostros poco conocidos con la intención de que no perturben la narración: André Holland, Joanna Kulig, Amanda Stenberg, Leïla Bekhti, Tahar Rahim, Benjamin Biolay, Adil Dehbi, Tchéky Karyo, Melissa George y el rapero Sopico.
Chazelle dirige personalmente al menos dos de los episodios. El protagonista (al que da vida André Holland) es un pianista de jazz neoyorquino que es ahora el dueño de un club parisino en horas bajas y al que sorprende en la ciudad su hija adolescente, que se ha mudado de improviso a vivir con él. La narración de esta relación, el club y el propio jazz (con banda incluida) se unen para un drama conjunto que ha recibido buenas críticas previas en los medios y que demuestran que Chazelle ama la música, condición indispensable para que algo tan complicado como fusionar dos artes funcione. En el primer trailer vemos avanzar a Holland por las calles apretadas y estrechas del otro París, lejos del turismo, rodeado de sirenas de la Policía, grupos nocturnos y de fondo el sonido creciente del club que apenas se vislumbra con un cartel pequeño, como el propio género en el peso específico de una industria musical dividida entre el mainstream y todo lo demás.
Será una buena oportunidad para unir dos mundos que han pasado mucho tiempo de espaldas, como si no se reconocieran o cuando menos no acertaran a encontrar la manera de combinarse. Lo cual es falso: en la Historia del Cine hay grandes ejemplos de cómo el jazz es un guión en sí mismo para contar una historia, basta acordarse de ‘Bird’ o ‘Round Midnight’. La diversificación de la oferta gracias a las plataformas digitales y al auge de la TV puede haber encontrado por fin espacio para todos, con una oferta en mosaico que abre de manera natural espacios para que algo tan peculiar, visualmente lento (opinable). Todavía más intensa ha sido la relación del jazz con las bandas sonoras, donde si bien no aparecía directamente sí era parte de la influencia, muy clara, como demuestran los trabajos de Henry Mancini, Lalo Schifrin, Johnny Mandel y Quincy Jones en los 60 y 70.
Ambos mundos se dieron la espalda, el primero carne de club o de orquestas itinerantes, el segundo más centrado en música sinfónica o canciones melódicas para acompañar sus narraciones en pantalla. Pero a partir del nuevo siglo el jazz forma parte del trasfondo dramático de los filmes, como en los biopics sobre músicos de jazz, en guiños intencionados, como los títulos de crédito de ‘Atrápame si puedes’ o incluso de pequeñas obras tan aparentemente alejadas como los del anime ‘Cowboy Bebop’ (creada por los japoneses The Seatbelts), que toma prestado incluso el nombre de uno de los estilos más célebres del jazz. En el caso de Chazelle ya tiene experiencia: fue capaz de convertir una batería en mucho más que un instrumento en ‘Whiplash’, casi un personaje, parte imprescindible del drama que puso al director en primera línea. Esa misma tarea ha tenido que realizar para ‘The Eddy’, donde al drama familiar y artístico se unirá una banda sonora que como un buen texto de guión, viajará con la propia historia.
La relación distante entre el cine y el jazz
A pesar del enorme peso cultural e histórico que ha tenido (y tiene) el jazz en EEUU, considerada casi la “música clásica” nacional, la realidad es que tardó en entrar en Hollywood. Sólo cuando llegaron los 80 se fusionaron con calidad y es en los últimos diez años donde más fuerza ha ganado. Y el paso intermedio fue Francia, París y la nouvelle vague, que elevó al jazz a la consideración de tema en sí mismo aparte de banda sonora. Curioso si tenemos en cuenta que la primera película sonora, ‘The Jazz Singer’, replicaba los clubes de esta música entonces sólo de negros aunque fueran los blancos los que finalmente más lo consumían. El jazz sólo era parte de la música de fondo de determinadas películas antes y durante la Segunda Guerra Mundial, la primera era dorada de Hollywood. Y cuando la Meca del cine inició su primer descenso a partir de 1950 el jazz se renovó por completo con cambios estilísticos y desarrollos que lo elevaron aún más en complejidad y libertad creativa. Fue entonces, de manera marginal, cuando asomó el jazz en el sonido de ‘Un tranvía llamado deseo’ o de forma más serena en ‘La ventana indiscreta’.
El testigo lo recogió el nuevo cine francés, y más concretamente Louis Malle, que en 1957 estrenó ‘Ascenseur pour L’échafaud’ con la música de Miles Davis a su lado. Entonces el jazz se integró lentamente, hasta que tres películas asimilaron la música como algo más que el eco de fondo en los años 80: ‘Cotton Club’ (1984), de Francis Ford Coppola; ‘Round Midnight’ (1986) de Bertrand Tavernier y ‘Bird’ (1988) de Clint Eastwood. Luego llegarían otras de menor calado como ‘Acordes y Desacuerdos’ (1999) de Woody Allen, que también es músico de jazz y nos legó una banda sonora enorme con Django Reinhardt. Y sin olvidar una película documental que rompió fronteras, ‘Calle 54’, de Fernando Trueba o los biopics de Glenn Miller (en los 50) o de Cole Porter y Miles Davis en los últimos dos años.
Miles Davis y Chet Baker en pantalla
En 2016, casi a la vez, vieron la luz dos biopics sobre hombres de jazz que acercaron el género al público. ‘Miles ahead’ abrió una ventana concreta en la vida de Miles Davis, al que daba vida Don Cheadle; y le siguió ‘Born to be blue’ con Ethan Hawke interpretando a Chet Baker. Los dos proyectos coincidieron, pero no fue la primera vez: el 13 de septiembre de 1953 en el Lighthouse (California), sobre el escenario, se reunieron tangencialmente Davis y Baker. Esa noche darían pie a un álbum conjunto sin que apenas intercambiaran unas cuantas palabras. Nunca interpretaron, sino que a posteriori juntaron los dos conciertos. Primero tocó Baker, blanco, tímido y un talento tremendo para la música; luego lo hizo Davis, un animal musical de vida extrema y con tantos altibajos como la hoja de una sierra. Hicieron falta seis productoras y el apoyo decidido de Cheadle para llevar a la gran pantalla a dos músicos de jazz que cumplen con el cliché: vidas atormentadas, drogas y un talento inmenso. No es muy habitual que Hollywood se acerque a este mundo lento, inhóspito, denso, profundo y siempre alterado.
Aunque eran dos biopics más centrados en sus vidas que en la propia música, ésta es dominante en ambas películas, como el hilo que cose las sucesivas tragedias y cumbres artísticas que marcaron a ambos. Cheadle, además de interpretar casi a la perfección al músico (aspecto, tono de voz, en especial la particular cadencia al hablar), ejerció de guionista junto a Steven Baigelman y también de director. Chet Baker era muy diferente de Davis: blanco, nacido en Oklahoma y con una cadencia que le hizo partícipe del cool jazz de EEUU (el estilo “west coast”). Le apodaron el “James Dean del Jazz” por su actitud entre rebelde y lastimera, en parte forjada por esa lacra social que aparece en el filme: durante una pelea (alentada, cuenta el filme, por ese racismo inverso por estar con una mujer negra) le dejaron hecho un Cristo, boca incluida, por lo que no pudo seguir tocando. Fue el derrumbe absoluto que le empujó a las drogas. Pero volvió, de otra forma, a ser músico.
Arriba, Don Cheadle interpretando a Miles Davis; abajo, Ethan Hawke como Chet Baker