Pocos aniversarios centenarios pueden ser tan útiles para nuestro tiempo como el de Emilia Pardo-Bazán, tan contradictoria como su tiempo, tan poliédrica como una mujer moderna y con un talento literario que la colocó a la misma altura que los gigantes de su tiempo. Viajera, gallega, madrileña y parisina, aristócrata y feminista. Un genio creativo inmenso con un solo defecto para su época: era mujer.
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Emilia Pardo-Bazán fue, sobre todo, contradictoria y múltiple. Nacida en el seno de una poderosa familia aristocrática de Galicia (hija de José María Pardo-Bazán y Mosquera, conde pontificio de Pardo-Bazán) que profesaba un liberalismo político activo, rica de cuna y que profesó el carlismo conservador de joven, crítica con el liberalismo primero y feminista rompedora después, católica devota pero iconoclasta que toreó la moral de su tiempo para ser ella misma. Tan atraída por el progreso como elemento arquetípico de la nobleza progresista de aquella España descolocada por la pérdida del imperio y las sucesivas guerras civiles carlistas y la inestabilidad. Luchó siempre por llegar lo más lejos posible en la literatura dominada por hombres, eterna candidata a la Real Academia Española y que fue vituperada y arrastrada por la maledicencia a todos los niveles (contra su cuerpo, contra su género, contra su obra), incluyendo un antiguo amigo y luego rival maledicente, Clarín.
Su familia fue su gran baluarte vital: amada, apreciada y admirada por su talento desde niña, le dieron la mejor educación posible. Fue una rareza desde pequeña: empezó a publicar siendo aún adolescente, y rompió un molde tras otro en un mundo donde las artes eran para los hombres. Su condición de genialidad única sólo evidencia con más flagrante vergüenza la misoginia rampante de aquella España donde la burguesía progresista era tan machista de acción como hipócrita de palabra cuando se trataba de las mujeres. Su propio padre, según dejó escrito la autora gallega, la aleccionó sobre las zancadillas verbales y reales que le pondrían los hombres, enseñándole que el doble rasero (dos morales, una por género) no sólo era injusto sino absurdo, por lo que desde el principio luchó sin amedrentarse. Tan excepcional fue esa cuna en la que se forjó Emilia como rara: muy pocas mujeres, poquísimas, pudieron disfrutar de esa ayuda.
Así pues, Emilia Pardo-Bazán creció lanzada, inquieta, autodidacta en muchos aspectos, que no tenía más horizonte que su voluntad y que no cejó nunca de escribir y de crear dentro de los estilos de su época. Antes de eso había cumplido con su rol tradicional: esposa y madre. Se casó con José Quiroga de Deza, carlista activo que arrastró a su mujer hacia esta ideología conservadora imperante en la época y con la que se comprometió, hasta el punto incluso de tratar de darle un lustre intelectual que no tenía. Idealizó la opción de un carlismo amante del progreso a partir de esa tradición telúrica que, contradictoriamente, provenía de las entrañas mismas del Antiguo Régimen. Pero fue una pasión pasajera: anulada para la política por su género (no había excepcionalidad personal que rompiera eso), abrazó la literatura como arma y herramienta.
Su obra fue múltiple, pero ya en su tiempo el naturalismo y el realismo formaron parte de su trabajo. De estos primeros pasos, pasado ya 1880, son el compendio de artículos ‘La cuestión palpitante’ (1883) y ‘La Tribuna’ (1883), considerada la primera novela social y naturalista española, la historia de una mujer obrera que refleja la vida en las fábricas en su versión personal de A Coruña, “Marineda”. Una novela que le dio fama de provocadora pero también de gran talento, con esa mujer obrera capaz de ponerse al frente de una huelga y de ser utilizada y engañada por un burgués que la deja atrás embarazada. Ya desde ese principio marcó el ritmo. Fue pionera tanto en eso como en la conversión de los proletarios en personajes literarios, antes incluso que otros. Ambos volúmenes le granjearon muchos problemas: la criticaron por su obra, su físico, su papel social (de haber sido hombre…, quién sabe), y su marido (carlista) le pidió que dejara de escribir y que se retractara de lo publicado. Afortunadamente no ocurrió, así que se separaron.
Enfilando 1886 Emilia Pardo-Bazán estaba en una posición extraña: separada, con tres hijos y deseando ser escritora y libre por encima de todo, ser uno más entre los hombres. El público la admiraba por sus logros pero se convirtió también en carne de chismorreo: mala madre, mala esposa, mala mujer. Mala, siempre perversa por su obsesión por ser hombre y no mujer, atada y bien mansa a su rol tradicional. Las pioneras pagan un precio inmenso, incluso cuando son privilegiadas desde la cuna y la bolsa. Los críticos le pusieron mil motes, pero ella nunca frenó. De 1886 es la obra maestra ‘Los pazos de Ulloa’, consagración a la que seguirían muchas otras obras literarias (como la rompedora ‘Insolación’). En toda su vida escribiría más de 650 cuentos y relatos agrupados en sucesivos volúmenes. Frecuentó también el ensayo y la crítica, las colaboraciones periodísticas (lo que provocó que en 1889 llegara a justificar el antisemitismo del caso Dreyfus, una sombra de su pensamiento católico que empaña su valentía progresista en tanto otros campos).
No obstante, como suele ocurrir con las mujeres brillantes, su obra quedaría empañada por su vida, especialmente después de la ruptura amistosa con su esposo. Se sabe que fue tanto amiga como amante de Benito Pérez-Galdós, con el que compartiría muchas complicidades literarias. También de Narcís Oller (abogado y escritor naturalista) o de Lázaro Galdiano (empresario, bibliófilo, coleccionista de arte). De ella dijeron que no podía ser académica porque “su culo no cabía en el sillón”, en palabras de Juan Valera, un pequeño ejemplo de la marea incesante de insultos irracionales y vergonzosos que eran habituales en su época por machismo, conservadurismo, hipocresía progresista (no se libraron ni los más izquierdistas del tic misógino, entonces y ahora) o directamente celos literarios, que brotaron por doquier a medida que ella hacía cumbre cultural en España (como en los casos de Clarín, Varela o Menéndez Pelayo).
Cien años después lo que queda de ella es una figura lejana que suele conocerse en educación secundaria, difuminada por una época convulsa como el siglo XIX durante el que escogió caballos perdedores para la posteridad (como el caso del carlismo) o asumió guerras que no podía ganar (como colocar a la mujer en el centro y sus incursiones en la literatura feminista que tantos problemas le trajo). Probablemente una de las mayores intelectuales de su tiempo, pionera del naturalismo literario en España, del feminismo y de la novela social, trabajadora incansable y viajera infatigable. Como ella misma dijo, “si en mi tarjeta pusiera Emilio, en lugar de Emilia, qué diferente habría sido mi vida”. Y sin embargo, hoy la recordamos a ella y su obra,
Breve historia literaria de Pardo-Bazán
Intentar resumir su obra es algo absurdo, por su volumen (más de 650 relatos) y su diversidad: novela, cuentos, ensayos, críticas literarias, conferencias, discursos, libros de viajes, artículos periodísticos, teatro, poesía, biografías… y eso sin mencionar las incontables cartas que son pequeñas joyas literarias en sí mismas. No obstante, hay un puñado de obras notables por su calidad, su vanguardia literaria en su época o su fama posterior. Es el caso de dos piezas clave de arranque: ‘La cuestión palpitante’ (ensayo, 1883) y ‘La Tribuna’ (novela, 1883). Sin duda alguna hay que mencionar ‘Los pazos de Ulloa’ (1886-1887), ‘La madre naturaleza’ (1887) y las “historias amorosas” ‘Insolación’ y ‘Morriña’ (ambas de 1889). Destaca igualmente ‘Memorias de un solterón’ (1896) entre las novelas. En el relato corto sus compilaciones ‘Cuentos de la tierra’ (1888), ‘Cuentos escogidos’ (1891), ‘Cuentos de Marineda’ (1892) o ‘Cuentos antiguos’ (1902). Entre los ensayos, además del mencionado ‘La cuestión palpitante’ aparece ‘Nuevo Teatro Crítico’ (1891-1892) entre los 19 concretos de su bibliografía. Entre los libros de viajes, sin duda ‘Al pie de la torre Eiffel’ (1889) y para las biografías, las que escribió sobre Francisco de Asís, Hernán Cortés o Francisco Pizarro.
‘Insolación’: el salto liberador del deseo
De las muchas obras de Pardo-Bazán, quizás ‘Insolación’ sea una de las más originales por varias razones: la primera, por su marcado feminismo en una época (hablamos de 1889, corrección: de la España de 1889); la segunda porque la escribió de una manera diferente, como un gran estudio psicológico de los personajes; y la tercera, representa una revalorización de la moralidad de la época, ya que relativiza y critica unos valores burgueses imperantes en aquel tiempo y que encorsetaban la vida sentimental y social. Un resumen sencillo podría ser este: historia de la aventura sexual de una viuda con un hombre más joven que ella. Pardo-Bazán describe la ruptura con lo establecido de Asís Taboada, Marquesa de Andrade, que tiene una resaca apoteósica por una noche de la que no recuerda casi nada. Toda la narración es la reconstrucción a posteriori sobre lo ocurrido: había coincidido con Diego Pacheco, un galante gaditano tan seductor como calavera que la invita a pasar con él el día de San Isidro en Madrid.
Esa “insolación” es producto tanto de sus excesos como por haberse dejado seducir por él. Asís es el terreno del duelo entre la moral imperante y su deseo. Frente al arquetipo imperante en la literatura española, la pecadora, lejos de caer en desgracia, hace de su aventura un salto y parece planear casarse (el final queda abierto) con Pacheco como formalidad frente a la sociedad para poder disfrutar de su despertado deseo físico. Es decir: Pardo-Bazán huye de lo habitual pero, lejos de construir una utopía social de su época, hace un “sacrificio necesario” para que la mujer pueda tener derecho al goce de su vida y su cuerpo. La novela fue rechazada por la crítica, por alejarse tanto de sus obras anteriores y por la temática, que dio pie a todo tipo de arremetidas sexistas contra ella.