Pregunta: ¿qué ocurriría si en la Tierra, hoy, se produjera un evento volcánico masivo, es decir, una supererupción volcánica que produjera un cambio climático rápido que se prolongara en el tiempo? Supuestamente la agricultura, los ciclos naturales y nosotros mismos nos veríamos afectados. Pero quizás no tanto. Lo que es evidente es que no estamos preparados.
Los geólogos saben una cosa que el resto de la Humanidad ignora: bajo nuestros pies ruge algo que, en cualquier momento, puede emerger de forma salvaje. El vulcanismo esporádico, de baja intensidad, es incluso hermoso: un volcán en erupción, a la distancia adecuada, es un espectáculo digno de ver. Puede generar problemas, como cuando un volcán islandés dejó en tierra a medio transporte aéreo europeo. Puede incluso generar nubes de ceniza y materiales que podrían reducir la incidencia de la luz sobre la superficie. Es decir, enfriarla, como ocurrió con la erupción del Pinatubo. Pero el mundo no está preparado para el vulcanismo extremo, responsable en un par de ocasiones de extinciones en masa y una alteración global. Especialmente si, como hacemos más adelante en este reportaje, abordamos los dos casos más acuciantes en el planeta, Yellowstone y Tamu, los dos supervolcanes más grandes del planeta.
En el año 1257 el volcán Samalas, en Indonesia (una verdadera Zona Cero para la vulcanología, que sospecha que es la región del mundo más activa y por donde pudiera desencadenarse el gran evento), produjo una nube de polvo que cubrió casi todo el planeta, provocando graves problemas en todas las culturas del planeta, estuvieran o no conectadas. Es el tan temido “invierno nuclear” pero por otros medios: un volcán genera tal cantidad de materiales en suspensión atmosférica, ceniza y nubes de vapor que, ayudado por los vientos, cubre toda la atmósfera y crea una neblina que reduce la cantidad de energía solar que llega hasta nosotros. Esto provocaría dos efectos inmediatos: una caída de las temperaturas a niveles propios de un crudo invierno, y la ruina de las cosechas al menos durante un año, o más.
Erupción del volcán Pinatubo (Filipinas) en 1991
Son los famosos “años sin verano”, que se han producido a lo largo de la Historia. Aunque a nivel biológico no supone tanto tiempo como para causar un daño extremo, sí que podría ser catastrófico socialmente para el ser humano. O puede que no. Las respuestas hay que buscarlas en el pasado, en el compendio comparado de registros escritos en la Edad Media (en Europa) y de otras culturas, pero también en los cilindros de hielo antárticos (donde se acumulan los restos mezclados y permite leerlos como un libro geológico) y en los anillos de los árboles que superen esa edad. La Universidad de Ginebra es uno de los centros que ha estudiado esa huella volcánica en la superficie y el efecto en la Humanidad.
En colaboración con la Universidad de Reading (Gran Bretaña), los dos centros, con el científico Pablo Ortega como uno de los investigadores, determinaron que este evento del siglo XIII fue más un “acelerante” que un desencadenante. El fuego ya estaba allí. La prueba es que los registros físicos demuestran que el “invierno nuclear” apenas duró un año y medio, y en 1259 el mundo ya había vuelto a la normalidad, al menos en Europa. El estudio va más allá: en el caso de dos de las hambrunas registradas históricamente, en dos lugares muy distantes como Japón e Inglaterra, el proceso sólo aceleró el conflicto. De hecho las hambrunas ya habían empezado antes de que el Samalas entrara en erupción.
Si en aquella época, con esa tecnología, no era viable que ocurriera algo tan tremendo, hoy menos. Aunque también es cierto que tecnológicamente somos más dependientes, y que en el siglo XIII no había 7.400 millones de seres humanos a los que alimentar. El enfriamiento produciría daños en los ciclos naturales de la vegetación, especialmente en la que necesita mucha cantidad de Sol para germinar. Algunas regiones se verían muy afectadas, como el sur de Europa, de la que sale gran parte del flujo de alimentos que nutre al continente. El ejemplo del Samalas es certero: el cálculo es que la temperatura global descendió un grado de media en todo el planeta.
Pero, ¿y si fuera un megavolcán?
Vamos a hacer algo de pedagogía geológica, y sobre todo, a hablar un poco de máximos. Sin caer en el sensacionalismo. Pero advirtiendo. Hay dos puntos a tener en cuenta, al margen del Cinturón de Fuego del Pacífico. Uno es Yellowstone, el idílico parque natural del oeste de EEUU, situado justo encima de uno de los mayores megavolcanes del planeta. Es, por así decirlo, la “tapadera” de la olla a presión. El otro es Tamu, la mayor formación volcánica de la Tierra, hundida bajo el océano Pacífico, pero cuya dimensión es equivalente casi al Monte Olympus, el volcán más grande del Sistema Solar, en Marte, cuya desmedida altura (más de 20 km) lo convierte en un accidente geográfico visible desde el espacio incluso a distancia.
La frase “Desde abajo te devora” en referencia al demonio resulta que es tan literal como espectacular en el caso de un parque nacional tan legendario como Yellowstone, mil veces dibujado y exhibido en películas, series, libros y animación. Las saunas naturales, los geiseres y las emanaciones de azufre que salpican el parque no son una gracieta, son el síntoma de lo que habita bajo los pies; no es casual que el 50% de todos los geiseres del mundo estén allí, y es porque bajo la delgada superficie palpita uno de los mayores volcanes del mundo, no tan grande como las fisuras siberianas que provocaron una de las grandes extinciones masivas de la Historia hace millones de años, pero suficiente para alterar el clima y la fisionomía de buena parte de nuestro mundo.
Se le denomina supervolcán porque su erupción superaría en gran medida las registradas hasta ahora como más grandes, desde el monte Santa Helena en EEUU al Pinatubo filipino o el Vesubio italiano. No hay constancia geológica de cómo se producen, pero el colapso es inmenso y el cráter no sería una elevación sino un derrumbe del propio suelo, a partir del cual se formaría lentamente uno nuevo por la acumulación de lava posterior. Ha habido otras erupciones así en la Historia geológica terrestre, pero no hay pistas de por dónde ni cómo podría producirse.
Diagrama de cómo se produce el supervolcán
A grandes rasgos el supervolcán de Yellowstone seguiría el proceso siguiente: primero se crearía una pluma caliente, grandes cantidades de material magmático que ascienden hasta fundir la roca de la superficie para crear una gran cámara sometida a terribles presiones; a continuación la cámara aumenta de tamaño, forzando a la superficie a abovedarse, creando grietas por las que escapan gases tóxicos y parte de la presión. Cuando esta cámara se vacía, la tierra que hay encima se derrumba expulsando a la atmósfera gran cantidad de rocas, cenizas y gases y formando una caldera gigante. El problema, más que el proceso en sí, es la huella de este supervolcán. La huella del tiempo: hace unos 640.000 años que entró en erupción por última vez.
Los registros geológicos determinan que llegó a lanzar material volcánico (piroplastos) hasta el Golfo de México, lo que supondría que podrían haber alcanzado una altura estratosférica antes de caer. Antes de esa última hubo otras, como la de hace dos millones de años, cuando la caldera tenía un tamaño similar al de toda la isla de Mallorca, por ejemplo. Ese gran terreno no desapareció, sino que fue rellenado por la naturaleza a posteriori con el paraíso de vida vegetal y animal que hoy conocemos. Según los geólogos de EEUU la actual cámara que se forma bajo el suelo podría tener unos 72 km de diámetro, unos 50 km de profundidad y estaría a unos 10 km de profundidad a partir de la superficie actual del parque. Esa gran bolsa aumenta de tamaño muy deprisa, a unos 8 cm por año, lo que refleja una altísima inestabilidad.
Lago sulfuroso de Yellowston, un síntoma de lo que esconde en el interior
La actual pluma, creen, podría abarcar una profundidad inmensamente mayor, superior incluso a los 600 km de profundidad, en la zona más infernal de nuestro planeta, donde el calor y las presiones son inimaginables. La amenaza es tan grande que desde los años 50 se estudia el fenómeno, y aunque no es muy conocido todos acuerdan que de producirse una nueva erupción sería en cualquier momento, si bien la presión aún no es tan grande. Eso sí, todos los estudios inciden en un punto: la pluma crece por ciclos temporales, y Yellowstone lleva mucho tiempo sin erupcionar.
Consecuencias si entra en erupción. Aparte de destruir todo Yellowstone y cubrirlo con capas y capas de lava, el supervolcán provocaría una cadena inicial de terremotos que asolarían todo el oeste de EEUU y Canadá, aparte de México. Los piroplastos de la explosión alcanzarían distancias inmensas de varios cientos de km, con lo que ciudades como Vancouver, St Louis, Houston, Los Ángeles o San Francisco podrían recibir un bombardeo de restos, algunos quizás del tamaño de una casa. La expulsión masiva de cenizas provocaría un invierno volcánico, similar al invierno nuclear que fue la pesadilla del mundo durante el siglo XX.
Una espesa capa de ceniza y polvo ocultaría la luz solar, la vegetación y los animales moriría en gran medida y toda la economía mundial se resentiría. Eso sin contar con la bajada masiva de temperaturas que arruinaría cosechas y la vida diaria humana. Un ejemplo de cómo esto amenazó a nuestra propia especie fue la erupción del supervolcán Toba en Indonesia hace más de 70.000 años, cuando casi extingue a los homínidos de toda Asia y amenazó a las poblaciones que ya había en África, Oriente Medio y Europa.
Tamu, el monstruo submarino
En 2013, cuando fue “descubierto” (redescubierto más bien), se llegó a decir que era la mayor formación volcánica del Sistema Solar. Era muy aventurado si en la lista aparece el Olympus marciano, y tenemos en cuenta que en Venus también hay actividad volcánica, como en algunas lunas de Júpiter y Saturno. Pero Tamu es inmenso, tan grande que la superficie de su base equivale a toda Gran Bretaña e Irlanda juntas, y su cráter es de cientos de km, en forma de bóveda, sellada desde la última erupción gigante, hace unos 144 millones de años. El fin de la sospecha de los geólogos (William W. Sager y su equipo de la Universidad A&M de Texas) se publicó en la revista Nature Geoscience, después de años estudiando el llamado Macizo Tamu: 310.000 km cuadrados, 3.500 metros de altura, en el fondo de una de las llanuras abisales del Pacífico y a apenas 1.600 km de Japón, el país más cercano a semejante monstruo.
Esa zona es llamada Shatsky, una gran meseta submarina muy cerca del Cinturón de Fuego del Pacífico, la zona volcánica más importante de todo el planeta. Según los investigadores, el Tamu es mucho más bajo que el Olympus (que supera los 20.000 metros de altura) pero mucho más ancho, con lo que su potencia podría ser incluso superior debido a que los estudios geológicos en estos años han demostrado que su raíz se hunde hasta 30 km en lo profundo de la corteza terrestre. Es decir, hablamos de un volcán que literalmente ocupa de arriba abajo casi todo el sector de la corteza terrestre, ya que su cámara magmática sería increíblemente profunda.
¿Por qué no se había descubierto hasta ahora? Según el estudio existía cierta sospecha de que era un solo volcán pero oficialmente se creía que Tamu era un conjunto de volcanes submarinos, algo habitual en la superficie terrestre. Hay más de una decena de agrupaciones de volcanes. Se perforó el suelo oceánico, se realizaron decenas de escáneres sísmicos del suelo profundo y se volvió a juntar todo. Resultado: es uno solo cubierto por una gran cúpula de roca resultado de la última erupción hace millones de años durante el Cretácico y que coincidiría con una intensa actividad volcánica que tuvo un efecto directo en algunas extinciones y en los cambios del clima de la época.
Infografía que muestra el Macizo Tamu (izquierda) junto a una imagen ficticia del Monte Olympus para poder comparar el tamaño de ambos