El pasado jueves 8 de marzo Netflix estrenó la segunda temporada de ‘Jessica Jones’, la segunda adaptación con calidad del universo de Marvel después de ‘Daredevil’. La producción, que auspició luego la adaptación de ‘Luke Cage’ y ‘Iron Fist’, fue también el primer intento serio de construir un personaje femenino con fondo.
En total son 13 capítulos, disponibles ya para los clientes de Netflix. Todos dirigidos por mujeres, por cierto. Krysten Ritter ya se ha fundido con su personaje, una liberada superheroína llena de esquinas en sombra, traumas pero también con una voluntad férrea en su papel de investigadoras privada como alter ego de la estrella rutilante que fue del universo de los superhumanos. La nueva temporada empieza después de donde lo dejó la primera entrega de ‘The Defenders’, donde Jones se unía a Daredevil, Luke Cage y Iron Fist, el crossover que sirvió para unificar líneas narrativas y ganar fondo en la adaptación de los cómics. Jessica trata de seguir adelante con su negocio de investigación privada, Alias, después de haber superado su enfrentamiento con Kilgrave (el villano particular, purpurado, interpretado por David Tennant). Pero su reputación anterior la persigue y sigue perdiendo pie psicológicamente. Para superarlo investiga el accidente que le propició sus poderes, lo que abrirá la puerta a nuevos rivales que intentan ocultar todo lo sucedido en esos experimentos.
La serie siempre ha intentado ser algo más que una simple adaptación. El intento de los productores, de Melissa Rosenberg (desarrolladora de la producción y del guión), era crear un producto diferente, que se acerca mucho más a la serie negra y menos a los trabajos de saltimbanqui con traje ceñido de la Marvel. El tono, la fotografía, la propia Ritter y su parecido (lejano, eso sí) con Lisbeth Salander en muchos aspectos, la banda sonora, la fotografía y la iluminación, los monólogos del personaje… muchos guiños y una escenografía bien preparada que parece deambular entre pasillos, edificios cochambrosos de Nueva York y los vasos de licor destrozados de tanto uso. Sobre esa base se ha construido Jessica Jones, pensada para ser algo más que una simple adaptación más. Y sobre todo, se aleja precisamente del material inicial en la saga de cómic, abre su propio camino. Jessica en Netflix es diferente, y eso enriquece mucho la serie.
Aquí las mujeres son las que marcan la pauta, tanto el personaje de Jessica Jones como el de su mejor amiga Trish (Rachel Taylor). Si bien no se diseñó la producción para girar alrededor de ellas como mujeres, sí que es de agradecer que en el hiper masculinizado mundo del cómic surjan con fuerza las mujeres. Hay una tercera mujer que todavía rompe más: Jeryn Hogarth (interpretada por Carrie-Anne Moss, Trinity de Matrix), la primera lesbiana de la Marvel, aunque en el cómic original era un hombre. Y como contrapeso, dos hombres que orbitan la historia de una manera muy diferente: Luke Cage (interpretado por Mike Colter), el compañero y posible horizonte sentimental de Jones, y su némesis, Kilgrave “El Hombre Púrpura” (David Tennant), el contrapeso a todo héroe.
¿Quién es Jessica Jones? Apuntes para no iniciados
Vamos a sintetizar: una superheroína sin máscara ni trajes ni postureos nocturnos en azoteas. Es sincera, arisca, pasiva-agresiva, hace lo que quiere y cuando quiere, y arrastra consigo razones para haber “colgado” el traje y optar por ser detective privado en la gran ciudad. De vez en cuando, porque no podemos traicionar a nuestra naturaleza, Jones hace uso de sus poderes (ya algo oxidados) para resolver algunos casos. Personaje desconocido para muchos lectores de cómic, en realidad tiene su origen en el arranque del presente siglo en la nueva ola de la Marvel y ya en su momento fue de rompe y rasga. Una mujer liberada de la carga de sumisión y paternalismo que aquejó al cómic americano durante décadas y que todavía hoy arrastra muchos deberes en su haber. No es una industria femenina, ni feminista, pero de vez en cuando reajusta su universo particular gracias a personajes como Jessica Jones, de sexualidad abierta y pocas ganas de ser tradicional.
Gracias a eso, y a los estupendos creadores que tuvo, Brian Michael Bendis (guionista y en parte responsable de resucitar Daredevil) y Michael Gaydos (dibujo), se convirtió en uno de los mejores personajes del cómic. Su vida en Netflix en pantalla es también muy importante por el tipo de adaptación que se ha hecho: liberada de cargas y con toda la mala baba posible. Querían ser tan originales como la creación primera y lo han conseguido, recibiendo muy buenas críticas en EEUU y Europa. Marvel se quita así parte del legado de machismo soterrado de sus creaciones y abre puertas a un personaje que parece sacado de las películas y novelas de serie negra. Pero es que desde el principio fue diferente. Vayamos al origen para entender a Jessica Jones. Para empezar fue un encargo liberado de lastres.
En las primeras páginas de su debut en la serie ‘Alias’ (2002) se encargó de romper el tabú de los insultos en el cómic, una guillotina más que presente en el mundo anglosajón, donde una blasfemia en público pesa mucho más que en la sociedad española. Dijo el primer “joder” (fuck en inglés) sin censura. Fue una presentación donde los jefes de la Marvel miraban para otro lado para que Bendis y Gaydos dieran rienda suelta a la vitriólica Jones. Querían un nuevo tipo de cómic, y lo consiguieron: una superheroína caída en desgracia que se gana la vida como detective con casos estrafalarios donde recorría buena parte del universo Marvel anterior. Metacomic, que dirían algunos.
Era mucho más: casi un juicio psicoterapéutico al propio mundo del cómic. Durante más de 70 años las grandes editoriales y creadores habían exprimido todos los recovecos posibles a un género que había muerto y resucitado varias veces (en los 50, en los 60, en los 70, con la novela gráfica en los 80…). Cada ciclo se cerraba con la decrepitud de los viejos personajes y se abría con otros nuevos que terminaban por parecerse a los anteriores, mientras otra generación de autores replicaba a los viejos… como un bucle infinito. Jessica Jones aparecía diferente, de andar tirada por la calle, como una más de nosotros y con el trauma de un grave error cometido cuando era una superheroína. Toda la saga parecía más una terapia de grupo que iniciaba con un “Hola, soy Jessica” seguido del coro habitual de “Hola Jessica” del resto de pacientes. Marvel había decidido hacer un punto y seguido. Mejor dicho, punto y aparte. Casi desaparece en los 80-90 y necesitaba reinventarse. Todavía quedaba tiempo antes de la ola de adaptaciones al cine y de que el Imperio Disney y sus millones compraran la editorial y todo lo que había dentro (incluido Stan Lee) para salvarla.
“Tenéis libertad, chicos, como si fuerais una editorial minúscula”, dijeron. Y entre las muchas minas de cómic que salieron estaba Jessica Jones, un experimento aupado por los fans y que en EEUU tiene gran éxito. Los separaron del resto de dibujantes y guionistas que seguían con las historias de siempre. Marvel hacía experimentos de la única forma que sabía: darles libertad creativa y no un régimen casi soviético como en tiempos anteriores. Así fue como la gran casa daba a luz una línea independiente del resto que parecía casi la Isla Tortuga: Max. Fue la válvula de escape por donde se coló de todo, incluyendo el cómic posmoderno lleno de insultos, drogas, sexo y todo lo que Marvel se había encargado de reprimir durante años. Pero Bendis y Gaydos lo tuvieron claro desde el principio: serie negra. El cómic abrazó con fuerza las motivaciones y detalles propios de este género literario y lo explotaron al máximo adaptándolo. Estaba desde el clásico policía corrupto a las atmósferas humeantes de tabaco, drogas y mundo underground.
En ese marco nació Jessica Jones entre depresiva y agresiva, una anti-heroína a la que le quitaron el bozal y la cadena para que fuera libre. Bueno, no del todo: a Bendis le censuraron una escena de sexo entre Jones y su “amigo con beneficios”, Lukas Cage (afroamericano además, en un país sin resolver el tema del racismo), que ya fue demasiado. Para el personaje determinadas relaciones sexuales eran un castigo autoinfligido por sus errores, una patología habitual en psiquiatría. El cómic recibió numerosas críticas en unos años (primer lustro de siglo) dominado por la América más conservadora. Pero como el dinero manda, tuvo éxito y además la libertad de expresión hace milagros, arrearon hacia delante con fuerza adulta.
Marvel apostó y ganó. El cómic jamás fue cosa de niños, ni siquiera cuando éstos eran sus lectores fundamentales. En el nuevo siglo los jóvenes y adultos eran los que alimentaban la maquinaria. Para ellos se hizo Jessica Jones, conectada con buena parte del universo Marvel para darle juego: aparecen en su serie de cómic Daredevil, Spiderman, Ant Man y Miss Marvel, incluso Captain America apareció en uno de los episodios. Jones era el embudo de la Marvel, hasta el punto de que se emparentó con Los Vengadores, ya en una etapa madura en la que Jones no era aquella chica atormentada y virulenta que encandiló al público. Pero ya es parte de la Historia del cómic.
Krysten Ritter, en solitario y como uno de los pilares de ‘The Defenders’, el crossover de Marvel