Segunda entrega de la nueva edición de Corto Maltés con autores españoles, ‘Equatoria’, creada por Juan Díaz Canales y Rubén Pellejero, que coincide con el 50 aniversario de la primera vez que vio la luz. Se publicará a finales de septiembre en Francia y poco después en España.
Fue el 10 de julio de 1967, en la revista Sergent Kirk, con un Corto Maltés que inundaba el mundo del cómic por primera vez con ‘La balada del mar salado’, a la deriva en el Océano Pacífico como parte de un mundo que ya no existe. Maltés no sólo tiene medio siglo, tiene mucho más: es, por así decirlo, el último representante de un mundo que desapareció hace muchos años, enterrado por un siglo XX que asistió a la expansión absoluta de la ciencia y la técnica. Corto Maltés era el último aventurero en un mundo donde todavía había misterio, donde la industrialización estaba en ciernes y aún quedaban esquinas en sombra que permitían una libertad que hoy sería impensable.
Quizás por eso ha sido único, envidiado y querido por lectores, escritores, artistas, políticos… Umberto Eco, recordaba hace poco El País, fue uno de sus grandes seguidores, tanto como para leer con pasión todo lo que Hugo Pratt creaba a partir de un personaje que refleja bien el estertor final de una civilización que ya no volverá. Pero eso no significa que no vaya a volver. No sólo por la edición de lujo por el aniversario que ha publicado Editorial Norma, sino porque han decidido que Canales y Pellejero den otro salto hacia delante con nuevas páginas. Ya en 2015 se atrevieron con ‘Bajo el sol de medianoche’, que vendió más de 220.000 ejemplares del nuevo volumen, todo un hito para un cómic que nunca fue de consumo de masas.
Canales y Pellejero han sabido conservar la marca de fábrica de un ser que camina siempre como si fuera Clint Eastwood en la época del spaguetti western, pero con la aureola salida de los libros de Robert Louis Stevenson o Emilio Salgari, con un toque de la suave decadencia de los nostálgicos del siglo XIX, si bien Maltés se movió siempre entre esa centuria y la primera mitad del siglo XX. El mundo después de 1950 ya era demasiado. Por eso los autores eligieron un plazo de tiempo en el que Pratt no hizo nada: justo antes de la Primera Guerra Mundial, entre 1905 y 1915.
Corto Maltés fue un éxito rotundo en Italia y Francia, dos países que aman tanto el cómic (o incluso más) que EEUU o Japón, donde son parte de la cultura nacional. Bélgica es la pequeña potencia. Luego va el resto. Pero sobre todo fue la conexión franco-italiana la que hizo de Maltés y su padre, Hugo Pratt, una dupla de éxito que ayudó a cambiar en los años 70 el tipo de cómic que se hacía. Atrás quedaba cierto grado de infantilismo que evolucionó hacia un tono más maduro, más adulto, sarcástico y con mucho mensaje de liberación. Era, sobre todo, un ácrata, un ser libre y sin ataduras que tenía mucho de nietzschiano pero sobre todo de aventurero sin fin.
Corto y su padre, Hugo Pratt
Pero Hugo Pratt murió en 1995 y dejó huérfano a uno de los mayores anti-héroes con mejor expediente heroico que se recuerda en Europa: la épica se mezclaba con el simbolismo, el romanticismo y la sensación de agotamiento perpetuo en un personaje vitalista, libre y sin los formalismos ni tics que inundaba el cómic americano. Era un hijo del sur de Europa que conquistó el mundo con ese toque tan años 70 que podía llegar a tener. Entonces llegó el encargo a la dupla española: el estilo es similar al del autor, tanto en el trazo como en la disposición, si bien es evidente que no es lo mismo. Corto mantiene el mismo perfil, barba de varios días, las patillas setenteras que son parte de su identidad, y la eterna gorra de marinero, esté en el mar, el desierto o el ártico rodeado de nieve. En su momento Díaz Canales y Pellejero ya dejaron claro que no querían hacer una copia, sino una versión diferente pero conservando el espíritu original.
Justo el término medio: ni copia ni versión en las antípodas, sólo una visión sobre los mismos cimientos pero con toques diferenciadores. Hugo Pratt nunca dejó claro quién le hubiera gustado que siguiera su camino si él fallecía, y aseguró que en realidad no tenía la misma paranoia que Hergé, que prohibió cualquier tipo de desarrollo póstumo. Hijo de un marinero de Cornualles y una gitana gibraltareña, vive en ese arranque del siglo XX, antes, durante y después de la Primera Guerra Mundial. En realidad era un alter ego del propio Pratt, también un mediterráneo puro y duro, un italiano de origen judío sefardí con una historia familiar muy peculiar. Su familia se había instalado en Cornualles (otro guiño más a Corto Maltés), luego sus descendientes emigraron a Francia y después Venecia, donde uno de sus antepasados incluso ayudó a fundar el partido fascista en la zona. Una rocambolesca historia de migración sin fin en el que la sangre inglesa, francesa, veneciana y judía se mezclan.
Viñetas del primer número del dúo español, ‘Bajo el sol de medianoche’
A este pasado hay que unir las filias de Pratt: era fan acérrimo de Joseph Conrad, Jack London y Herman Melville, lo que explica la vida aventurera de Corto Maltés. Y su estilo bebía de los grandes, como Will Eisner, al que se puede descubrir en determinado tipo de trazos. El clasicismo bien llevado, que llaman a ese estilo. Sin embargo con los años terminó por estilizarse muchísimo, liberado ya de servidumbres, y creando una marca en la que había más tintes expresionistas que realistas. También fue un viajero impenitente: su biografía está dividida por capítulos entre Italia. Etiopía, la mala vida durante la Segunda Guerra Mundial, Argentina, Inglaterra y de nuevo Italia. La fama lo encumbró en los 70 después de mil tumbos como dibujante para cualquier cosa, desde portadas de discos a novelas gráficas.
Corto Maltés tuvo un final ligero comparado con su vida aventurera y de caballero sui generis que creó Pratt: según los álbumes oficiales termina retirado plácidamente después de patearse medio planeta y descubrir el continente perdido de Mû y el origen de los humanos. En esta historia de cómic la realidad se confunde: Corto conoce a personajes reales reconstruidos o imaginarios directamente, desde Herman Hesse a Stalin (al que conoce de joven), un soldado ruso desertor apodado Rasputín (su contrario y al mismo tiempo camarada) y muchos otros. Y los objetivos también, desde mundos perdidos a reliquias arqueológicas, guerras, sociedades secretas, tiranos, democracias y mujeres. Todo el romanticismo real, literario e imaginado por Pratt se entremezcló por completo entre las páginas, incluso dándole un final alternativo: desaparecido durante la Guerra Civil española después de alistarse en las Brigadas Internacionales. Pero con Pratt todo era sui generis.
Plancha de ‘Equatoria’