Pocas culturas humanas son tan sutiles como la japonesa. Fieras, agresivas y a veces terriblemente salvajes, como un puño de hierro dentro de un guante de fina seda. El mismo país que dio origen a los terribles samurái también dieron lugar a ‘El elogio de la sombra’ de Junichiro Tanizaki, que Siruela reeditará por el 50º aniversario de su fallecimiento.

Japón es, como el propio Occidente, un poliedro cultural donde las cimas luminosas comparten espacio con las esquinas en sombra. A un lado la ceremonia del té, la suma de toda la sutileza y delicadeza ritual japonesa, contención y formalismo sin más fondo que adular al huésped con un ceremonial casi religioso. Al otro los samurái que rendían culto al código del Bushido y que a la vuelta de la batalla volvían con las cabezas de sus enemigos colgando del cinturón. Dos ejemplos extremos, igual que las obras de Kant o la carnicería de las Cruzadas en el caso de Occidente. Un buen ejemplo de la sofisticación nipona fue el escritor Junichiro Tanizaki, que definió perfectamente la contraposición entre ambas civilizaciones. Su obra maestra es ‘El elogio de la sombra’ en 1933, que Siruela va a reeditar con motivo de los 50 años de la muerte del autor. Anteriormente ya la había publicado en 1994.

La tesis central de este autentico manifiesto estético y cultural es que de la misma forma que la luz está ligada en Occidente a la belleza, siempre iluminada frente a la oscuridad, en el mundo japonés es justo el camino inverso: es la sombra la que define los surcos y caminos de la belleza estética. Son contraposiciones filosóficas: la oscuridad como sinónimo de muerte, frialdad y negatividad, asociada siempre incluso al mal; la luz como divinidad, vida, positivismo y plenitud. En Japón el mecanismo es exacto pero inverso: es la sombra la que determina la forma, es decir, la traza y define junto con la luz, no en oposición sino como asociación. Esa separación tan radical entre ambos conceptos, base en gran medida del arte en Europa, no existe al otro lado del mundo.

El elogio de la sombra - Junichiro Tanizaki

Elementos como el contraluz, lo tenue y lo sugerido siempre es más poderoso que la fascinación deslumbrante por la luz. Y eso no significa que el ojo japonés desprecie la luz sino que la entienda como un elemento combinatorio con la oscuridad para crear una forma hermosa. Esa asociación se traslada a todo: al teatro, a la cerámica, a la vestimenta, a la construcción de las viviendas niponas (donde los juegos de contraluces y los espacios diáfanos para que la luz fluya son claves), incluso a la caligrafía, donde el negro sobre blanco siempre es el modelo y marco del conjunto. Y pocas cosas destilan más armonía y formalismo que la caligrafía japonesa. Todo el libro orbita en torno a esa idea dual y de la obligación del artista en captar el “enigma de la sombra”.

Siruela recuperó la publicación de la otra dimensión literaria de Tanizaki, las novelas. Lo ha hecho desde finales de la década pasada y ya han visto la luz ‘La madre del capitán Shigemoto’ (una de sus obras más conocidas en Japón), ‘El cortador de cañas’, ‘Diario de Shunkin’, ‘El puente de los sueños’, ‘El cuento de un hombre ciego’, ‘Arenas movedizas’, ‘La gata’, ‘Soho y sus dos mujeres’, ‘Naomi’, ‘Las hermanas Makioka’, ‘La llave’, ‘Diario de un viejo loco’ y ‘Retrato de Shunkin’. Todas ellas son obras clave de Tanizaki (1885-1965), que vivió toda su existencia a partir del despertar japonés de la Era Meiji, cuando Japón se industrializó y modernizó siguiendo los caminos occidentales. Es uno de los grandes exponentes de la literatura nipona.

Uno de los rasgos definitorios de Tanizaki fue su fidelidad y aprecio por la literatura occidental, el primero de muchos artistas y autores japoneses que asimilaron la civilización occidental como parte inspiradora de su carrera. Pero ese amor intercultural no supuso que abandonara sus raíces culturales y estéticas nacionales, más bien las apuntaló por contraposición y ayudó a realzarlas al combinarse con lo occidental. Se le considera el escritor fundamental de la modernización de la novela japonesa durante el siglo XX. Fue reconocido en vida y logró una gran posición cultural en su país. De hecho fue el primer japonés en ser miembro de la Academia de las Artes y las Letras de EEUU a título honorario.

De origen burgués y de familia bien posicionada, los primeros años de su vida se desarrolla como hijo de la élite gobernante nipona, que ya no vivía de la tierra o la pesca sino del comercio y de la industria. Pero nada es eterno y su familia empezó un lento declive que le devolvería a la masa de clase media y luego a las capas humildes. Quien empezó como niño rico termino siendo profesor por necesidad de los hijos pequeños de las mismas familias ricas que eran vecinas en el pasado de la suya. Precisamente ese tiempo es el definitorio: empieza una relación con una criada de una de esas familias y es públicamente humillado por ello en la tradicional sociedad japonesa. Precisamente la humillación es una de las características de muchos de sus personajes.

Otro de los rasgos es el amor dual por las letras occidentales y por la tradición japonesa, que conoce a fondo y analiza para poder diseccionarla y explicarla al mundo. En 1910 se convierte en periodista y profesor de literatura y escribe sin parar: primero sobre formatos occidentales y luego saltará una y otra vez entre las fórmulas clásicas japonesas, el teatro o la poesía. Pero es en el formato de la novela donde más alto llega. Después de la tormenta de la Segunda Guerra Mundial profundiza en la cultura nacional y en la novela. Después de ser reconocido en 1949 por ‘La madre del capitán Shigemoto’ adopta un camino mucho más libre que sacudirá en 1956 a la sociedad de su país con ‘La llave’, donde erotismo y literatura se dan la mano. Es en estas novelas donde también se refleja su pasión por la descripción psicológica de personas y escenarios como parte de su obra.