Ha muerto un monstruo. Una leyenda. Un mito. Un anciano venerable de 95 años que es responsable, directo o indirecto, de casi la mitad de toda la cultura popular derivad del cómic norteamericano, el cual, a estas alturas, también es parte de nosotros mismos. Ha muerto de viejo, rondando el siglo de vida, un autor hiperactivo, un revolucionario que alumbró junto con Jack Kirby la segunda gran era del cómic yankee. Se ha ido el abuelo de todos los dibujantes y autores de cómic. Llorad un poco, pero luego poneros a leer sus obras, o la larguísima lista de películas y series derivadas de su obra.
Mucho antes de que todos los adolescentes del mundo occidental se preguntaran quién era ese abuelito de gafas oscuras que hacía cameos en todas las películas y series derivadas del Universo Marvel, de que su anciana figura pasara a ser parte de la cultura popular, “él era” la propia cultura popular. El más prolífico de los guionistas de Marvel, creador o co-creador de casi todo lo que le ha funcionado a esta editorial, luego estudio cinematográfico y finalmente máquina de hacer dinero de Hollywood. A fin de cuentas es el padre de los Cuatro Fantásticos, Spiderman, Los Vengadores, Hulk, Pantera Negra… Su hija, Celia Lee, fue quien dio la noticia del fallecimiento con un recuerdo a los que le encumbraron: “Mi padre amó a todos sus fans. Fue el hombre más decente y grande”. Fue guionista, editor y creador. El dibujo era para otros. Hay que tener en cuenta que su genialidad arrancó en 1960 con una historia conocida: estaba a punto de dejar Marvel Comics, harto de todo, pero su mujer le convenció para que crease “el comic que deseaba hacer”. Así nacieron los Cuatro Fantásticos y la Edad de Plata del cómic.
Ahora bien, su senda en el noveno arte es muy peculiar y similar al mismo tiempo al de muchos otros: pegado, encadenado casi, a una mesa de dibujo y a una editorial iniciática como Marvel Comics. Lee comenzó en esta editorial junto con Jack Kirby, en 1961 trabajando en Los Cuatro Fantásticos. Más adelante, creó a superhéroes como Spider-Man (junto a Ditko), Pantera Negra, Hulk, La Patrulla X, Ironman o Los Vengadores. Las exitosas adaptaciones cinematográficas de Marvel, en las que Lee siempre se reservaba un pequeño cameo, le sirvieron para marcar el territorio y recordarle a todo el mundo que mucho antes de que Hollywood descubriera el cómic él ya tenía legiones de seguidores que acudían al kiosco a por lo que salía de sus manos y su cabeza. Era neoyorquino de pro (de Manhattan), nacido en 1922; ya en 1940, tras terminar la secundaria, se metió de lleno en la editorial Timely Comics (que luego sería conocida como Marvel): pasó de simple becario a mito dentro del mismo lugar.
Pero Lee no sólo dibujaba, también escribía los guiones. Hacía un dos por uno que luego sería muy habitual en el sector: en 1941 (dos años después de la creación de Superman y de Batman en una de las rivales de Marvel, que luego sería conocida como DC Comics), debutó con un relato de dos páginas protagonizado por Capitán América que firmó como Stan Lee (años después, cambió oficialmente su nombre, adoptando el seudónimo por el que era ya universalmente conocido). En mente tenía sus referentes literarios: Robert Louis Stevenson, Conan-Doyle o William Burroughs. Porque por encima de todo quería ser escritor. Punto. Era el chico para todo: desde ayudar a los ilustradores y entintadores a corregir guiones ajenos, siempre al servicio de Jack Kirby y Joe Simon (creadores del Capitán América). Pero no sería hasta 20 años después, ya en los 60, cuando lograra el éxito completo con los Cuatro Fantásticos, con los que, como indicaba Grant Morrison en su ensayo ‘Supergods’ sobre la historia del cómic norteamericano, revolucionó el género.
Lee tenía en mente sacudirse los estereotipos heredados de la primera edad de oro del cómic, quería algo más, ansiaba romper y humanizar, atraer a más público y dotar a su oficio de un fondo literario e incluso psicológico que no tenía. Su talento se sumó al de otros dos monstruos colosales como él: Steve Ditko y Jack Kirby. Eran la santa trinidad del cómic, la misma que creó casi todo el catálogo actual de Marvel. La editorial ascendió a su propio Olimpo creando una nueva mitología que todavía hoy tiene cuerda en muchos campos diferentes, desde el propio cómic hasta el cine pasando por la TV y los videojuegos. Conscientes o no, los tres ponían los cimientos de una nueva cultura popular basada en la imagen y las referencias cruzadas que en realidad sólo era una mitología disfrazada. Lee tenía un don, era un trabajador persistente y sobre todo quería darle una carga humana a los personajes que fueron la clave de su éxito. Imaginación más psicología más empatía emocional igual a leyenda.
En los 60 Lee pasó de empleado a editor jefe, razón por la cual luego terminaría no muy bien con más de uno de sus colaboradores, si bien siempre destacó por su maestría de oficio. Bajo su mando Marvel fue apodada la “Casa de las Ideas” porque no paraba de producir una nueva ola tras otra. Él había recogido el testigo de sus antecesores después de muchos años de trabajo, y cuando se retiró (es un decir, porque siguió trabajando hasta la vejez) le pasó el testigo a Roy Thomas, que mantuvo el ritmo vampirizando a sus maestros, como todos en las editoriales de cómic. Cómo sería de prolífico que todavía en 2001 se atrevió a cruzar la acera y colaborar con su gran rival, DC, con la serie ‘Just imagine Stan Lee…’. Durante su carrera trabajó con gente como Wally Wood, John Buscema, gene Colan, Jim Steranko, Neal Adams, John Romita SR., Barry Windsor Smith… y en asociaciones puntuales con Bruce Timm, Marcos Martín o con el otro mito europeo, Moebius, con el que hizo una historia muy particular de Silver Surfer, uno de sus personajes ligados a los Cuatro Fantásticos.
Su método de trabajo era muy puñetero: en lugar de escribir la idea, desarrollarla y entregar los guiones a los dibujantes, les enviaba sinopsis difusas con lo que quería y les decía eso de “arréglatelas” para ver luego qué creaban. A partir de ahí, aprovechando el talento ajeno, moldeaba su idea, de tal forma que al final la creación era tan suya como de los dibujantes. Su relación con Ditko y Kirby fue muy estrecha, y los dibujantes sabían que eran reclutados para lo bueno, lo malo y para el pelmazo de Lee. Este método también le traería luego problemas: agobiante como pocos, más de un creador salió de Marvel asfixiado del ritmo de trabajo y de apropiación editorial de Lee, que a fin de cuentas ejercía de albacea y capataz de la casa. Eso explica que luego Ditko volara solo y que Lee saltara de un dibujante a otro sin parar. Él mismo acabó por resentirse: son legendarios sus trucos de guionista, desde usar la misma letra para nombre y apellido de los personajes (Peter Parker, Bruce Baner, Silver Surfer, Stephen Strange… algo que incluso se convirtió en chiste en la serie ‘Big Bang Theory’), y basaba sus villanos rotatorios en animales (Dr Octopus es uno de los más famosos).
El giro humano de los Cuatro Fantásticos
Volvamos a los 60, porque es importante el giro copernicano que dio Lee, cuyo nombre literario (luego real) imita su nombre de pila original, Stanley. La Edad de Oro ya estaba muerta y enterrada. Los 40 quedaban muy lejos y los 50 habían sido una simple y lánguida decadencia de aquellos laureles. Pero al otro lado de la calle, en DC, habían tenido una idea: juntar a sus viejos personajes y crear la Liga de la Justicia. Fue un éxito. Marvel giró sobre sus talones y encargó algo parecido: recuperar a Antorcha Humana (un personaje legendario, tan antiguo como Batman y Superman), Namor y el archiconocido Capitán América, que luego sería llamado el primer vengador. Lee sin embargo pataleó: ya está bien de imitar a otros y sacar en procesión a los abuelos. Su “me bajo del tren” fue apoteósico, porque terminó por ponerle en la locomotora: junto con su dimisión iba una historia nueva por si a Marvel se le encendía la bombilla, los Cuatro Fantásticos, totalmente nuevos, superhéroes humanizados con problemas humanos, rasgos mortales a pesar de jugar a ser dioses. Ni Superman ni Batman, no eran monolitos morales, eran como el tipo corriente de la calle. El dibujo lo ponía Kirby.
Resultado: una revolución. Para empezar era una historia familiar: los cuatro eran algo más que socios, conformaban una de esas familias laborales y de vida cotidiana como las hay a miles. Discutían entre ellos y las trifulcas internas eran tan sonadas como las que tenían con los villanos de turno, eran débiles desde un punto de vista psicológico, pero al mismo tiempo extremadamente fuertes porque se sobreponían. Igual que el humano mortal superaba las zancadillas de la vida, ellos lo hacían con lo mismo pero a una escala mitológica. Esta tendencia, totalmente nueva y que restaba el halo de divinidad que habían tenido hasta entonces los superhéroes, fue un éxito total y más tarde Lee y Ditko lo llevarían al extremo con Spiderman, un simple adolescente mundano y vulnerable llamado Peter Parker, un espejo en el que todos podían reflejarse. Y todos eran neoyorquinos: Metrópolis o Gotham eran escenarios irreales, Lee prefería la gran ciudad que tan bien conocía.
A partir de ahí llegó la explosión del trío (Lee sujetó a Ditko y recicló a Kirby, que para algo era el editor jefe): El Hombre Hormiga, Hulk, Spiderman y Thor (1962), Iron Man, El Doctor Extraño, Nick Furia, Los Vengadores y La Patrulla X (1963), Daredevil (1964), además de traer de vuelta al Capitán América (1964) y Namor (1965). Sin olvidar al primer superhéroe afroamericano, La Pantera Negra. Después todo fueron remodelaciones, spin off de esos años o variaciones alegóricas de ese cuerpo central, a los que otros autores añadirían más personajes paralelos en las décadas siguientes. Pero para entonces ya era una leyenda que ya ha subido a su propio Olimpo.