Antonio Botto (1897-1959) revolucionó en los años 20 la poesía portuguesa, pero automáticamente se convirtió en un “maldito” por su homosexualidad; Luis Antonio de Villena hace justicia y le traduce al español.

Botto escandalizó tanto a los círculos literarios como a Lisboa por su nunca disimulada homosexualidad; eran otros tiempos donde ni siquiera existía la conciencia de la tolerancia. En un momento dado tuvo que emigrar a Brasil para sobrevivir, pero antes contó con la defensa del icono y el mito literario de nuestro vecino, Fernando Pessoa, que escribió en su defensa activamente y que le definió como el “único esteta portugués”. Toda su vida se recogió en el libro ‘Canciones’ que ahora ha traducido Luis Antonio de Villena (Editorial Papeles del Sitio) y que se publicó en 1921 cuando apenas tenía 23 años.

Botto recuperó la canción “como medio de poesía moderna”, asegura Villena, que le define como un buen poeta de vida azarosa más que un gran poeta. Lo que si le caracteriza es haber sido de los pioneros en escribir sobre las relaciones homosexuales, algo que le valió el desprecio oficial y popular, con insultos, golpes y abucheos continuos por las calles de su país. Al aparecer ‘Canciones’ el catolicismo reaccionó con furia y pidió, no por ese orden precisamente, la prohibición de la obra, la quema pública de la obra (como no, un Auto de Fé moderno) y el castigo del poeta. Figuras como Unamuno, Machado y Lorca en España le defendieron, pero también Virginia Woolf y James Joyce nada menos.

 

 

Botto, según explica Villena y la propia Historia, se convirtió en un icono del mundo gay y en todo un prototipo al más puro estilo del Gran Gatsby (aunque menos elegante y sí más virulento), con su sombrero fedora, la vanidad y las escapadas “a los muelles y tabernas del puerto en busca de ‘marinheiros” de todos los países, que son el bocado de su poesía”, según la descripción del poeta que hace De Villena en su prólogo a esta primera edición española.

Pero no fue hasta los años 40 cuando realmente cayó sobre él la maldición. Mientras Europa se desangraba bajo las botas nazis en el Portugal dictatorial le reprimían y perseguían por denuncias de seducción de un compañero de trabajo; para entonces ya estaba casado con una mujer y soltaba ironías sobre el gobierno portugués, la pederastia y el matrimonio fingido: “El matrimonio le sienta bien a todo hombre hermoso y decadente”. Reunió dinero de amigos y seguidores y logró, ya en 1947, escapar a Brasil con su mujer postiza; la huida no le mejoró ni le liberó, al parecer empeoró su mal humor y su vanidad, alargando el malditismo.