El reciente final del programa de transbordadores de la NASA pone sobre la mesa el problema de cómo va a seguir con la exploración espacial la principal agencia del mundo, ahora volcada en la inversión privada y en las sondas mecanizadas. En el horizonte aparece Space X, una opción más para el futuro.

Por Luis Cadenas Borges

Medio siglo después del primer vuelo humano en el espacio el del cosmo­nauta Yuri Gagarin, en 1961, los viajes espaciales tripulados se encuentran en una encru­cijada. El último lanzamiento de un transbordador Space Shuttle, vital para las misio­nes internacionales en estos últimos veinte años, será este mismo año. Y después del fin de esa tecnología, se habrá acabado. Tal cual: ya no habrá más aviones espa­ciales, pero el futuro nunca es un punto y final, sino punto y seguido. Quizás un punto y aparte. Regresar a la Luna, a pesar de las fanfarronadas de George W. Bush (una corti­na de humo para distraer la atención de Irak), no está en la agenda a medio plazo de ninguna agencia especial por razones económicas y tecno­lógicas. Ir a Marte será toda­vía más complicado, y quizás no se consiga si no es uniendo todas las energías de todas las agencias espaciales.

Tampoco está clara la sucesión de la Estación Espa­cial Internacional (ISS), cuan­do esta se jubile en el 2020. Lo más probable es que, igual que la MIR o que muchas otras tecnologías, siga ade­lante. No sería la primera vez que un ingenio espacial pen­sado para un corto espacio de tiempo, como el Pathfinder de Marte, acabe multiplican­do por tres su vida teórica. Así pues, se impone una nueva forma de entender la investi­gación espacial, más barata, dinámica, desde luego con capital privado de por medio y centrada en las máquinas no tripuladas. Por eso es tan importante el proyecto de Space X de cohetes desecha­bles y de minitransbordado­res desechables. Mientras tanto, cuando los Shuttle se jubilen, el cohete ruso Soyuz quedará durante un tiempo como el único sistema para subir humanos al espacio. En un futuro, Europa podría desarrollar por primera vez su propia tecnología, combinan­do el cohete Ariane con un módulo presurizado. La NASA se inclina por comprar los servicios de la empresa Space X, creadora del cohete Falcon.

La exitosa empresa privada SpaceX anunció el 5 de abril que se dispone a poner en marcha el desarrollo de su próximo proyecto espa­cial: un cohete, basado en su actual Falcon-9, que se con­vertirá en el vector más po­tente del mundo. De hecho, el Falcon Heavy será el cohete desechable más potente de la historia, si descontamos al Saturno-V estadounidense y los soviéticos N-1 y Ener­giya. Además, podrá colocar más carga hacia el espacio que cualquier otro vehículo disponible. SpaceX no sólo anuncia que va a proceder a su desarrollo, sino que incluso ha dado ya la fecha para su debut: finales de 2012, desde la base californiana de Van­denberg, y 2013 y 2014 desde Cabo Cañaveral. Según la empresa, el cohete será capaz de llevar a cabo un viaje de ida y vuelta al Planeta Rojo y traer muestras a la Tierra. El Gobierno estadounidense ha hecho especial hincapié en asociarse con la empresa privada para desarrollar la tecnología necesaria para em­prender una nueva conquista espacial, que tiene como objetivo llegar a un asteroide en 2025 y a Marte en 2030.

El Falcon Heavy tendrá un aspecto parecido al actual Falcon-9, pero añadirá dos etapas de propulsión la­terales con las mismas pres­taciones de la primera fase de este último. Esto quiere decir que, durante el lanzamiento, se encenderán un total de 27 motores Merlin mejorados, que proporcionarán la poten­cia necesaria para impulsar hasta 53 toneladas métricas en dirección a una órbita baja. Esta cifra duplica la del actual cohete Delta-4 Heavy, usado para lanzar pesados satéli­tes militares. Para que nos hagamos una idea, 53 tone­ladas es equivalente a enviar al espacio a un avión Boeing 737-200, con su combustible y 136 pasajeros. El Saturno-V lanzó 100 toneladas durante el programa Apolo. Porque la realidad terrestre se impone en el espacio. Ya no son los años de la abundancia de los 50 y 60, ni la apuesta cien­tífica de los 80 y 90, ahora son otros tiempos. Se abre un siglo XXI donde ya no es una hazaña mandar a alguien fuera, ni enviar máquinas a Marte, sino hacer cuadrar las cuentas. Es lo que hay, pero la ciencia no se rinde nunca. El Falcon y Space X son una prueba.