Cada obituario es una rémora y un lastre, pero EEUU ha perdido a una de sus últimas voces libres y del pueblo, de las que no se sometían y luchaban siempre.
La muerte de Pete Seeger ha sido trending topic en Twitter en España. Súbitamente han salido fans de la música folk hasta debajo de las piedra o alguien miente mucho. En una nación poco dada al cultivo de la música fuera de los estrechos márgenes industriales nacionales o latinos resulta complicado asimilar que la muerte del hombre que cantó a las Brigadas Internacionales (‘Songs of the Lincoln Batallion’), que echó un pulso demoledor durante años a Bob Dylan y que cantó ‘If I had a hammer’ haya calado hondo. Serán los fans de este hombre anciano, que se ha ido con 94 años, agarrado siempre a una guitarra, un músico-protesta que luchó siempre del lado del débil y que de la defensa cerrada de los derechos civiles pasó al ecologismo y de cantar en tugurios a tocar junto a la estatua de Lincoln en Washington el día de la investidura de Barack Obama.
Seeger ha sido llorado por la izquierda americana y por todos los músicos veteranos, por los intelectuales, liberales americanos y por buena parte de los que vivieron una época de combate continuo. El resto de la gran industria quizás no haya podido verter una lágrima porque no le conocían bien, era aquel hombrecillo anciano y débil que parecía el abuelo del pueblo que todos parecen tener, pero que en realidad fue el que ayudó a sacar el folk de las catacumbas junto a Dylan con canciones como ‘Where Have All the Flowers Gone’ y ‘Turn! Turn! Turn!’.
Oficialmente ha muerto de causas naturales en el Hospital Presbiteriano de Nueva York, según contó su nieto Kitama Cahill Jackson al diario The New York Times. Pero más bien ha muerto de pura vejez después de toda una vida de ideas sociales y protestas contra las guerras de Vietnam e Irak; también porque fue condenado a prisión por negarse a declarar en el Congreso sobre el período que pasó en el Partido Comunista en un país donde era peor ser comunista que devorar a un niño crudo. Aquel pulso con el Estado le convirtió en un personaje primordial de la cultura americana de posguerra e incluso antes. Era tan viejo que incluso fue maestro de Bob Dylan.
Seeger convirtió el folk en otra cosa: lo hizo accesible para el público mayoritario. Tenía una voz luminosa y no se obligaba a extrañas estridencias o parafernalia como sí hizo Dylan algún tiempo. Fue un mago, un resucitador, un alquimista que logró arrancar del olvido la otra América, rural, tradicional y con una riqueza cultural que el mundo urbanita y moderno había sepultado. Fue un punto y aparte dentro de la cultura de masas, uniformadora, que él ayudó a variar para aceptar todo lo que iba acompañado de folk. Sacó a la máquina de sus vías para que aceptara algo más y que salía de las tripas de la gente.
Si a todo eso se le añade que usó esa música como orgullo de clase obrera en el país más capitalista del mundo, entonces se entienden muchas cosas de por qué ha dejado un agujero en la línea de flotación de su patria. Pocos podían presumir de tener un espíritu liberado de cargas y de guiños al dinero. A su vera se arremolinaron no sólo Dylan, también Bruce Springsteen y muchos otros. Cuando cumplió 90 años abrieron el Madison Square Garden para él y para que todos le glorificaran, con el Boss en primera línea como presentador. América pierde y de paso muchos más.