Ahora es el turno de Europa de perder a uno de los suyos: ha muerto Richard Attenborough, célebre actor secundario y mucho mejor director de cine.

Probablemente una generación entera haya reconocido en las fotos de este británico bajito que parecía haber sido anciano toda la vida a John Hammond, el gerente de InGen de ‘Parque Jurásico’, el papel que le dio a conocer para un público que a buen seguro no habría visto las que son sus dos grandes obras como director, ‘Gandhi’ y ‘Tierras de penumbra’, ni tampoco le recordará por su personaje de ‘La gran evasión’. Pero Attenborough fue un gran director de cine, un buen actor secundario y mejor demiurgo de historias. Ha fallecido con 90 años y a menos de una semana de cumplir los 91, una larga vida llega de cine.

Llevaba muchos años apartado de la vida pública y en una residencia de ancianos junto a su esposa Sheila Sim, bajo cuidados continuos desde que seis años atrás se cayera por unas escaleras, lo que le postró a una silla de ruedas. Una vida inmensa, larguísima, y una de las carreras más longevas, más de 70 años delante y detrás de las cámaras desde que empezar a actuar con 12 años. Y también muchos le conozcan, aunque sólo sea tangencialmente, por ser el hermano de David Attenborough, la cara visible del naturalismo en todo el mundo gracias a su éxito con todo tipo de documentales sobre naturaleza a cargo de la BBC.

Pero sobre todo sir Richard Attenborough dio lo mejor de sí mismo tras las cámaras. Sólo tenías 46 años cuando dirigió ‘¡Oh, qué guerra tan bonita!’ (1969), una de las muchas películas que retrataron la Primera Guerra Mundial y de la que hemos hablada recientemente en los reportajes de El Corso sobre la relación entre el cine y la guerra que él tan bien supo recoger. Fue un buen inicio para un hombre bajito que nunca terminó de descollar como actor, siempre en roles secundarios de lujo que le hicieron tener una sólida carrera cinematográfica en Reino Unido y EEUU pero al que todo el mundo prefería detrás de la cámara.

Como actor destacó en ‘Sangre sudor y lágrimas’, a la que siguieron, entre otras, ‘A vida o muerte’, ‘La gran evasión’, ‘El vuelo del Fénix’ (la original, no el remake americano de tan mala calidad), ‘El estrangulador de Rillinton Place’, su mejor actuación como protagonista (una de las pocas), ‘El factor humano’ y por supuesto la famosa ‘Parque Jurásico’. Sin duda se pierde un gran actor, pero como director ofreció lo mejor de sí mismo, cine británico de calidad pero muy académico y que pocas veces logró volar de verdad. Sólo quizás en el final consiguió hacer cine de corazón. Es decir, ‘Tierras de penumbra’.

‘Gandhi’ fue su gran éxito, con nada menos que ocho Oscars para la película

Hizo mucho cine histórico, con acento inglés, pero la verdad es que su lista de películas es de impresión: ‘El joven Winston’ (1972), ‘Un puente lejano’ (1977), quizás una de las mejores películas bélicas y que retrata con maestría el fiasco de la Operación Market Garden británica en Holanda y en la que aparecen unos jóvenes Anthony Hopkins y Sean Connery. Luego llegaría la primera de las columnas de su carrera, ‘Gandhi’ (1982), biopic sobre el líder indio con la que ganó ocho Oscars, cuatro Globos de Oro y otros tantos Bafta, un éxito que ya no superaría de nuevo, pero sí que igualaría con otras películas. Una película casi perfecta capaz de atravesar las generaciones sin problemas y que retrata muy bien al personaje histórico.

Dio entonces un giro y se descolgó con el cine musical, el ‘Chorus line’ de 1985, un anticipo de otro golpe de timón gracias a ‘Grita Libertad’ (1987), con un jovencísimo Denzel Washington y que todavía hoy es la película que mejor ha retratado el apartheid en Sudáfrica. A partir de aquí llegaría una suave decadencia que sólo rompería con la otra película-columna de su obra, ‘Tierras de penumbra’ (1993), de nuevo con Anthony Hopkins y  Debra Winger y que se centra en la relación amorosa entre el poeta y escritor C. S. Lewis y la poetisa Joy Grensham. Sin duda es, por calidad e intimidad, una obra otoñal con todas las consecuencias y el otro gran legado a los jóvenes directores: cómo conjugar la flema británica y la contención con el fuego que consume a los que aman. Y con final amargo, como pocos. En 2007 se retiró del cine tras su última película, ‘Cerrando el círculo’, y ya no volvería al cine.