‘Hielo’ es la última novela que ha visto España de Vladimir Sorokin, un autor al que el adjetivo posmoderno se queda corto y demuestra el talento de un “clásico vivo”. Tiene mucho mérito ser también la pesadilla de la Rusia oficialista, la de Putin, que le tiene en su lista negra.

Por Luis Cadenas Borges

No es un ancia­no venerado, más bien un adulto que so­brepasa la cin­cuentena con el aspecto de un autor nórdi­co de novelas de serie negra. Vive en las afueras de Moscú, en un pueblo (Vnukovo), pero sus obras se publican antes en Francia, Alemania o España que en su país, la patria de los escritores emotivamente ra­dicales. Frases cortas, afiladas, certeras, como bofetadas, argumentos surrealistas, pura posmodernidad encabro­nada y enrabietada contra una sociedad como la rusa, decadente e inmoral, y que él cree condenada a volver al os­curantismo medieval. Básica­mente, Sorokin es un “grano en el culo” de la Rusia de Putin, capaz de impulsar a la organización juvenil títere del Estado, Nashi (todavía más siniestra que las juventudes republicanas de lo más pro­fundo de Texas), contra sus obras. Decían los bohemios franceses que cualquier autor al que le queman un libro es necesariamente bueno: a él le hicieron algo mejor, crearon un retrete gigante en el centro de Moscú y tiraron en él sus novelas. Eso es tener estilo por muy fascista que se sea.

Sorokin tiene en su haber español dos libros úni­cos, ambos con Alfaguara, ‘El día del oprichnik’ y ‘Hielo’, la nueva, en la que mezcla géne­ro negro, simbolismo, ruptura de ataduras formales y mucha mala uva: una secta milena­rista que adora un meteorito y que usa martillos de hielo para arrancar los corazones de jóvenes rubios y hablar con ellos. Tal cual, no es broma. En el primer caso, haciendo referencia a esos oprichnik que eran los matones de Iván el Terrible, la novela denuncia los intentos de aislar a Rusia de Occidente tras el naciona­lismo y la moral costumbrista usando la riqueza petrolífera como herramienta. De ahí que él piense que Rusia va camino de volver a ese siglo XVI del zar Iván, un lugar medieval donde sólo haya autocracia y terror intelectual. Sorokin es sin duda uno de los pocos que levantan la voz, y por eso ha sufrido de todo, desde una denuncia de la Fiscalía estatal para meterle dos años en la cárcel hasta quemar sus libros o tacharle públicamente de pornógrafo. De ahí se deriva que Rusia no aprende: ayer fue Stalin, hoy es ese pequeño mediocre agente del KGB, Putin.

Sorokin es una pesadilla, un Pepito Grillo ultramoderno que bebe de las fuentes de la cultura de las anti-utopías por culpa de una realidad insana: frente a la sociedad rusa corrompida y obsesio­nada con lo material de hoy en día, los arreones de his­torias sin posibilidad alguna de resolución hacia el bien. Nada mejor que la agonía de la tristeza para darse cuenta de que la realidad es malsana. Es algo similar a lo que hiciera Orwell con ‘1984’, solo que aquí llevada hacia el extremo simbólico de martillos de hielo y sacrificios rituales. Por mucho que el propio Sorokin rechace cualquier tipo de rei­vindicación política, el Poder omnímodo reviste sus obras de otra significación ajena a la propia literatura, o no tanto. En los dos libros mencionados la crítica es constante, mu­chas veces metafórica, pero también directa.

Una vida de premios y sobresaltos

Vladimir Sorokin (Bykovo, 1955) es autor de doce novelas, diez obras teatrales y varios guiones cinematográficos. Artista de talento multifacético formado en el ambiente de la vanguardia moscovita de los años 80, fue pintor antes de dedicarse a la escritura. Su posmodernista, conceptual y avanzada narrativa no tenía cabida en el panorama literario oficial de la Rusia soviética y sus primeras publicaciones aparecieron en París. Tras la publicación de las novelas ‘Goluboye salo’ (‘Manteca de cerdo azul’) en 1999 y ‘El hielo’ en 2002, primera parte de su “trilogía helada”, fue tachado de pornógrafo y perseguido por el gobierno ruso. En 2001 fue reconocido con el Premio Andréi Bely por “sus excepcionales aportaciones a las letras rusas” y su novela ‘Serdtsá chetirioj’ (‘Corazones de los cuatro’) recibió el Premio Booker Popular. En 2005 fue galardonado por el Ministerio de Cultura alemán y recibió el Premio Liberty “por su contribución a las relaciones culturales entre Rusia y los Estados Unidos de América”. En 2007 su novela ‘El día del oprichnik’ (Alfaguara, 2008) quedó finalista del Bestseller Nacional ruso. ‘Sakharny Kreml’ (‘Kremlin de azúcar’) y ‘Metel’ (‘La ventisca’) forman también parte de su obra, traducida a veinticinco idiomas.