Eslovenia gira alrededor de dos puntos, sus montañas y su capital, perfecta combinación de esta nación pequeña que es la frontera entre las tres ramas principales de la cultural europea: latinos, germánicos y eslavos.
FOTOS: El Corso
Una ciudad circular que orbita alrededor de dos puntos: la colina del castillo y el punto de confluencia central de los puentes sobre el río Liubjanica, que serpentea configurando el casco histórico, encauzado por altas orillas de piedra, por varios puentes y que sirve de tránsito turístico para recorrer una capital que destaca, además de ambos puntos, por ser casi circular. Liubliana es el pequeño corazón de un país también menor, una pieza de ajedrez enclaustrada entre los Balcanes, los Alpes, el Adriático y tres mundo que rara vez se han relacionado de otra forma que no sea comerciando o aniquilándose.
A un lado la inmensa influencia de Italia y el mundo latino. Porque Liubliana fue primero campamento de guerra romano y luego colonia romana (Emona, de la que quedan restos en la ciudad, como parte del foro y una necrópolis); también fue parte de la órbita de influencia del próspero imperio veneciano y durante siglos fue tierra reclamada por la Italia moderna. También es germánica porque fue parte del Imperio Austro-Húngaro durante más de un siglo y medio, y antes una provincia más de las tierras de Austria y los Habsburgo. Se habló durante generaciones el alemán mientras el esloveno a duras penas resistía antes del despertar del nacionalismo en el siglo XIX. Y también es eslava por motivos étnicos, por su pasado tribal, por su lengua y por sus vínculos culturales con los eslavos del sur (Balcanes).

Centro de la ciudad de noche, con el castillo enseñoreado sobre el casco antiguo
Todo eso conforma el pasado y la diversidad de una ciudad pequeña, humilde y única, mimada y protegida porque es el corazón mismo del país y el alma de su fulgurante independencia de Yugoslavia en los años 90. Está en el centro del país, muy cerca de las urbes que significaron algo en su pasado fronterizo: a 66 km de Klagenfurt, el punto sur de Austria, a 72 de Trieste, la puerta italiana (y eslovena) de los Balcanes, a 117 km de Zagreb, a 278 km de Viena… está lejos y cerca de la ez de todas ellas. Lame el Adriático pero está encapsulada entre montañas.
La viajera que susurra al oído de El Corso habla directamente de una realidad concreta: orientación. Es difícil perderse en Liubliana, por su tamaño (apenas tiene 280.000 habitantes, una de las capitales más pequeñas de Europa), pero sobre todo porque es como un planeta entre dos soles, el castillo a un lado, la plaza central que rodea el río y los puentes al otro. Liubliana es un regalo para el viajero acostumbrado a patear la calle, a caminar y deambular sin rumbo fijo más allá de cuatro puntos marcados en un mapa, de los que les gusta caminar y caminar. El casco histórico es un museo vivo, poblado, no una Venecia artificial en su turismo masivo, sino un distrito vivido por los eslovenos y que se asemeja mucho a los de Graz Y Salzburgo.
Hubo un antes y un después: 1511, el terremoto que sacudió ese año la región devastó la ciudad y fue reconstruida con espíritu renacentista; no fue la única vez, ya que tras 1895 otro terremoto obligó a levantar de nuevo el tejido urbano con influencias del Art Nouveau apreciables en muchos edificios. Influye, ya en el siglo XX, la mano del arquitecto Joze Plecnik. Así pues Liubliana es compacta pero artísticamente tan mestiza como su propia población, donde la viajera intuye rasgos mediterráneos, eslavos y germánicos por doquier.

Castillo de Liubliana
Todo se organiza en torno al eje castillo-centro. Es muy fácil orientarse: o vas al río o ves el castillo. Todo converge en un punto. Parece una metáfora del propio país, como un gran embudo cultural que ellos mismos reclaman como definición. “Somos un país pequeño y mestizo”, dicen los eslovenos, de ellos, de su nación y de su capital. Destaca la humildad que pregonan (interesadamente o no) ante los viajeros. Un discurso que suena a coro celestial en los oídos del turista si uno acaba de llegar de países más soberbios y arrogantes, de los que se suben en pedestales aunque éstos muestren grietas antiguas y nuevas.
Liubliana se puede ver en un día, es fácil de recorrer, de asimilar. Siempre quedarán cosas en el tintero, desde recodos a bares, restaurantes, rincones… pero a grosso modo basta un día para quedarse con el aire y el estilo urbano. El tamaño hace que todo sea mucho más sencillo. Los pasos llevan a calles que demuestran que estás en Europa, no solo por la arquitectura sino por el espíritu que destila la ciudad, “bonita, bien cuidada… te das cuenta de que no es un país rico, pero sí evolucionado. No es Francia, no es Italia, no es Holanda… tampoco es España”, dice la voz que habla para El Corso. “Es Liubliana, hermosa a su pequeña manera, con humildad”.

Plaza Preseren, fachada modernista de la Casa Urbanc y Fuente Robba
Narra la viajera: “La gente es distinta. No son muy bruscos, ni muy amables ni poco, es algo raro… Tiene mucha influencia italiana, quizás más que la germánica. Son muy humildes, la humildad del país pequeño y del pueblo que se sabe pequeño. No hay un patrón físico ni de comportamiento único. En otros países hay un patrón del biotipo, pero en Eslovenia no hay tal cosa. Hay de todo. Es una tierra de frontera. El contraste entre venir de Madrid, Londres o Amsterdam, donde todo es grande y hay movimiento, grandeza, y pasar a Liubliana… todo está más recogido, es más romántico… El castillo es su pieza clave, bien cuidado, usado y visitado. Incluso se celebran bodas. Es su arca y se nota que la miman y la protegen”.
Y ni rastro del comunismo, al estilo Tito, con ese aire marginal yugoslavo. Es un país al que no le costó trabajo huir de ese pasado lejos de la democracia, como si jamás hubiera existido de cara al turista. Quizás más en las generaciones jóvenes, que o no recuerdan o no saben lo que era la Guerra Fría y ese telón de acero que siempre fue más permeable en Yugoslavia. “Ellos siempre repiten: esto es muy pequeño y estamos en la mitad de, en medio de….”. Esa actitud les forja. Sus símbolos son el castillo y el dragón, omnipresente. Avisan de que ha habido crisis de falta de futuro, pero algo muy idéntico a lo que se pueda vivir en España. Los españoles se sentirían mucho más identificados que con otros países del norte. Un destino pequeño, manejable y sorprendente.

El río Liubjanica
Imprescindibles de Liubliana
Hay tres puntos vitales: el Castillo, el río y el centro histórico, gobernado sobre todo por las plazas, que han sido vitales en la existencia de la ciudad. Son la Plaza Vieja, la Plaza Municipal (donde está la Fuente de Robba, puro barroco) y la Plaza Superior. También el corazón de la Plaza de la República, la Plaza Preseren o la Plaza del Congreso. Todas ellas son mezcla de arte modernista, barroco austriaco o del siglo XX. Sobre el río, vía de transporte canalizada, se levantan muchos puentes, sobre todo el Puente Triple del arquitecto Plecnik, así como el majestuoso Puente de los Dragones, el de los Zapateros y el de Sempeter entre otros muchos. Conectan las partes de la ciudad, y muchas de sus zonas patrimoniales, como las de la Iglesia de San Pedro (barroca y neoclásica, como un mestizaje que se identifica con el país), la Iglesia Franciscana de la Anunciación (barroco de influencia italiana) y el monasterio, que atesoro un arca de incunables y más de 70.000 libros antiguos que son el verdadero centro de todo el entramado religioso.
Y por supuesto la Catedral de San Nicolás, católica, de cúpulas y tejados verdes, cerca del Puente Triple y que ha sido tres veces construida: en el siglo XIII, en 1469 y luego en el siglo XVIII por los jesuitas siguiendo modelos barrocos. Pero sobre todo, Liubliana es el Castillo, herencia de un oppida romano sobre castros ilirios y celtas todavía más antiguos, sobre el que se construyó la fortificación medieval y se hicieron luego las sucesivas reformas de los Habsburgo, que los remodelaron varias veces bajo su dominio austriaco hasta que en los años 60 del siglo XX se transforma en atracción turística (gracias sobre todo a un funicular), símbolo y museo.

Patio central del Castillo

Centro de la ciudad desde el Castillo

