El Museo Reina Sofía pone en marcha dos exposiciones paralelas centradas en el papel que ha tenido el coleccionismo privado, proyectado luego en ambientes museísticos y la influencia en el mundo del arte.
IMÁGENES: Museo Reina Sofía / Kunstmuseum / Im Obersteg Foundation y la Rudolf Staechelin Collection
El coleccionismo de arte es tan antiguo como el propio arte. Bueno, quizás no sea cierto. Es un poco más tardío. Empezó el día en el que alguien dijo “eso me gusta, me lo quedo”, y bien pagó por ello o golpeó la cabeza ajena y lo robó para sí. Quizás fuera en Sumer o en Babilonia cuando el primer noble o rico encargó arte. Y fueron los romanos los que realmente “compraron” (por las buenas o las malas) todo lo que creían bello, en Grecia, Egipto, Siria, Cartago, Fenicia… El mecenazgo y el coleccionismo también son viajes de ida y vuelta muy intrincados. En la situación actual hay una mezcla de ambas: los mecenas son coleccionistas, y muchos de éstos terminan por ser mecenas. En este juego las colecciones acumuladas e institucionalizadas son vitales, ya que en muchas ocasiones se convierten en el semillero de museos abiertos al público. El mejor ejemplo en España es la Colección Thyssen-Bornemisza, que terminó en un museo realizado ex profeso en Madrid.
Otra de las instituciones vitales de Madrid, el Museo Reina Sofía (Centro de Arte Reina Sofía para los estrictos) ha preparado una primavera en honor a tres de las tareas de coleccionismo más importantes de Europa en dos exposiciones separadas, una para la primera planta, otra para la cuarta. Un gran esfuerzo para sacar a la luz parte de estas colecciones únicas de diverso origen y formato. Por un lado está ‘Fuego blanco’ (18 de marzo – 14 de septiembre), comisariada por Bernhard Mendes Bürgi, Nina Zimmer y Manuel Borja-Villel y basada en la colección del Kunstmuseum Basel, que pasó a la Historia como el primer museo público municipal del mundo. Evidentemente tenía que ser en Suiza, cuna de grandes coleccionistas (la magia de la baja fiscalidad hace milagros), también hogar de uno de los mayores mercados del arte y de varias ferias que convierten al país helvético en un nudo gordiano.
‘Madame Dorival’ (Modigliani), Autorretrato (Von Jawlensky) y ‘Jew in green’ (Chagall)
La colección del Kunstmuseum Basel se basa en dos saltos de tiempo: por un lado el arte de los siglo XV y XVI que la coloca a la altura de grandes pinacotecas más amplias como el Museo del Prado, y por otro (aquí es donde más compete el Reina Sofía) la extensa colección de arte contemporáneo de los siglos XX y XXI. Es de las más grandes de Europa, y esa divergencia entre aquel Renacimiento y post Renacimiento que sigue siendo uno de los grandes momentos de Europa, y esta lenta decadencia contemporánea es uno de los atractivos de la colección. El Reina Sofía ha aprovechado las reformas en las instalaciones de la colección suiza para organizar una exposición en Madrid con un centenar de obras que incluyen pinturas, esculturas, collages, fotografía y videoarte.
Lo que se exhibe abarca sobre todo obras que van desde finales del siglo XIX, cuando empieza lo contemporáneo en arte con las primeras grandes rupturas de los cánones, como los impresionistas, el cubismo, el expresionismo y muchas otras vanguardias. De ahí en adelante, hacia otros movimientos como el Pop Art o la abstracción. La nómina incluye artistas como Edvar Munch (al que este año se le rendirá pleitesía en el Thyssen con otra exposición), Kandinsky, Picasso, Juan Gris, Georges Braque, Le Corbusier, Dubuffet, Alberto Giacometti, Yves Tanguy, Max Ernst, Paul Klee, Piet Mondrian, László Moholy-Nagy, Mark Rothko, Donald Judd, Andy Warhol, Francis Picabia o Pierre Huyghe, entre muchos otros.
‘NAFEA faa ipoipo’ (Gauguin), ‘Arlequin au loup’ y ‘Bebedora de absenta’ (Picasso)
El mensaje de la exposición es establecer ante el espectador el tránsito entre el arte clásico y el nuevo y contemporáneo, que llega con fuerza con ese siglo que rompe todo. Una forma didáctica de establecer los caminos que unen las fases del arte con el coleccionismo, como éste se transformó en una forma de salvaguarda y creación colectiva más que en un simple acto de acumulación. Un proceso que también puede verse en la siguiente exposición, ‘Coleccionismo y Modernidad’ (18 de marzo – 14 de septiembre. Planta 4), comisariada por Rodario Peiró y organizada por el Reina Sofía y The Phillips Collection, en colaboración con la Im Obersteg Foundation y la Rudolf Staechelin Collection. Precisamente todo gira alrededor de estas dos colecciones finales, que reúnen obras de la llamada “primera modernidad” y que están integradas en los fondos del Kunstmuseum Basel. Será una oportunidad única porque fuera de Suiza es muy complicado volver a ver muchas de las piezas que se expondrán.
Ambas exposiciones trazan los lazos de responsabilidad de la burguesía liberal surgida de la Industrialización en los movimientos del nuevo coleccionismo, pero también en la génesis de ese nuevo arte que ellos pagaban a través de los marchantes. Los nuevos artistas modernos y contemporáneos pudieron sobrevivir porque había gente que les daba crédito y les compraba sus creaciones. Esa gente es la que generó estas colecciones que ahora disfrutarán los espectadores que se acerquen a Madrid. Para los organizadores el coleccionismo es una “forma discursiva y así debe ser estudiado”; cada colección guarda relaciones internas y dan sentido al todo. ‘Coleccionismo y Modernidad’ intenta comprender esa narración del coleccionismo. Incluye obras de Cuno Amiet, Paul Cézanne, Marc Chagall, André Derain, Paul Gauguin, Vincent van Gogh, Ferdinand Hodler, Alexej von Jawlensky, Vassily Kandinsky, Edouard Manet, Amedeo Modigliani, Emil Molde, Claude Monet, Pablo Picasso (Pablo Ruiz Picasso), Camille Pissarro, Odilon Redon, Pierre-Auguste Renoir, Georges Roualt, Chaïm Soutine, Maurice Utrillo, Suzanne Valadon, Maurice de Vlaminck.
Detalle de ‘Senecio’ (Paul Klee), uno de los cuadros de la exposición
El Museo Reina Sofía se balancea en la cuerda floja
Uno de los peores enemigos del arte contemporáneo es la ignorancia, en gran medida muy extendida por determinados partidos políticos, grupos sociales y medios de comunicación, tanto de papel como digitales, que no dudaron en acorralar al director, Manuel Borja Villel, cuando los clarines conservadores sonaron. Una polémica cogida con pinzas (una obra que, supuestamente, incitaba a la violencia contra las iglesias cristianas) y unas cuentas escandalosas. Lo que fuera con tal de echar basura sobre la gestión de un director que, aparte de sus fallos, carencias y errores programáticos, tuvo que sufrir brutales recortes presupuestarios.
El PP pasó la tijera por el Reina Sofía y se llegó a un momento terrible de crisis económica. En su contra también estuvieron las cifras de visitas, usadas por más de un periodista de medios digitales conservadores como ariete. El éxito de la exposición sobre Dalí aumentó artificialmente el ritmo de visitas del museo; de esta forma, cuando ya no estuvo abierta bajaron las visitas finales en el ejercicio siguiente. Este dato fue usado contra Borja Villel, que independientemente de su gestión acertada o no, merece tener cierto grado de respeto del que no gozó.
Una vez que la polémica religiosa quedó en lo que debe quedar (es decir, en nada), lo importante era conseguir una inyección económica para salvar el proyecto de la quiebra técnica. Un aumento del 7,4% en los presupuestos de 2015 ha logrado parte de la tranquilidad necesaria, pero los 35,7 millones de euros pensados para este año siguen sin ser suficientes. Para capear el temporal el Reina Sofía recurrió incluso a fondos propios a través de la Fundación del museo, en la que participan empresarios y coleccionistas europeos e iberoamericanos y con la salida de colecciones del museo (como ha hecho el Museo del Prado, por ejemplo) a otros países para exposiciones temporales, como por ejemplo ‘Picasso y la modernidad española’ que permanecerá en Florencia hasta enero de 2015, Dalí que actualmente está en Sao Paulo o mediante exposiciones con otros museos para compartir gastos.
Museo Reina Sofía