Aunque todavía no hay detalles ni causas, Prince ha fallecido en su ciudad natal, Minneapolis, en su casa de Paisley Park, a los 57 años de edad. Su cuerpo fue encontrado en su casa y su publicista confirmó la noticia a la agencia AP.

El antecedente es reciente: el pasado 15 de abril tuvo que ser ingresado en un hospital por los síntomas de una fuerte grite con episodios de fiebre, pero a los dos días ya estaba dado de alta y aparentemente sano. Es más, unos días más tarde dio un concierto. Sin embargo ahora ya no habrá más música con la desaparición de una figura clave, un superdotado para la música que supo fusionar y renovar el sonido de la música negra con el pop y otros estilos para crear un estilo único. Alguien capaz de crear cientos de canciones para él y para muchos otros (desde Sinnead O’Connor a las Bangles).

En España lo último que sabíamos de él fue la cancelación de su gira de conciertos privados por Europa a raíz de los atentados de París. Esta gira, llamada Prince Spotlight: Piano & A Microphone, fue anunciada por el músico en Minnesota en persona, pensada como una vuelta de tuerca a su carrera, una versión más íntima, cercana y para públicos más pequeños con los que él, que se comía el escenario con guitarra, piano y actitud, pudiera progresar. Aunque el estilo Prince se mantuvo más o menos coherente lo cierto es que hizo de todo, desde giras megalomaníacas a conciertos sorpresa con una guitarra y sin guión previo. Sabía cómo podía empezar el concierto, pero en algún momento del mismo el pequeño Prince se agarraba a las cuerdas y hacía solos larguísimos en los que la banda le seguía. Allí arriba, sin límites, era el rey y hacía lo que le daba la gana.

Intentar resumir a Prince es complicado: renovador de la música negra, icono del pop, rival aparente de Michael Jackson (nacieron el mismo año) pero gran socio y comprensivo compañero de profesión en privado, rebelde con causa contra las discográficas pre-internet (llegó a cambiar su nombre por un icono entre 1993 y 2000 para poder publicar su música al margen de la industria), y sobre todo uno de los reyes de la música en EEUU durante el último cuarto del siglo XX y maestro durante este siglo. Para botón la canción ‘Purple rain’, una entre muchas más que demuestran su legado. Siempre fue un pionero, desde que arrancó en los años 70 y su explosión total en los 80 y su conversión en icono sin nombre en los años 90.

Sobre todo era talento puro, y una fuente casi inagotable. Componía en solitario y hacía todos los arreglos si era necesario, la cabeza le funcionaba a mucha más velocidad que la del resto: no paraba de crear y en su casa se acumularon cientos de temas de todo tipo que no veían la luz por falta de tiempo y dinero para producirlos todos. El resultado fue que, ya en 1977, en plena era todopoderosa de las discográficas (antes del casete, de los CD y de internet), Warner, harta de él, le dio carta blanca para que hiciera lo que le diera la gana. Y eso antes de cumplir los 20 años. Así de prolífico era el genio que hemos perdido todos. El resultado fue un ascenso meteórico coronado en 1984 con ‘Purple rain’, que también fue película, banda sonora y lienzo de una época, aquellos años 80 en los que reinó junto a Michael Jackson y Madonna, las otras dos caras de su tiempo.

La misma voz de falsete que ponía tan nervioso a muchos podía transformarse en un torrente mucho más grave si era necesario. Era pura ductilidad, capaz de cambiar de look por motivos del show de un año para otro. Todo lo que hizo Lady Gaga para alcanzar la fama ya lo había hecho Prince antes, incluyendo estéticas estrafalarias o cada vez más sofisticadas, como subirse a zapatos de plataforma para compensar su baja estatura. Tampoco se cortó con los tabúes de su tiempo: cantó a la normalización de la homosexualidad en los años 70 en canciones como ‘Controversy’, y creó una banda (The Revolution) que le seguía en los escenarios y que mezclaba blancos, negros, hombres y mujeres. Esa variabilidad incluyó todos los estilos posibles de la música: la paleta iba desde el funk al rock; navegó por todos los formatos y de cada uno de ellos dio buena cuenta. Salvo uno, el del hip-hop, donde no terminó de cuadrar: a fin de cuentas era un talento incubado alrededor del R&B, no de los guetos urbanos. Era otro mundo.

Sobrevivió a la década mágica del 8 con la banda sonora de ‘Batman’, para empezar los 90 midiendo fuerzas con Warner Music, una guerra abierta entre industria y autor que sentaría cátedra y que daría pie a reinvenciones tan drásticas como eliminar su nombre y sustituirlo por un símbolo o el acrónimo “El Artista antes conocido como Prince”. Desconfiaba de la industria, y ésta no sabía bien cómo meter en la vereda de una industria organizada al artista, una brecha que cercenó parte de su carrera en los últimos 20 años. Ambos bandos perdieron. Y sobre todo el público, que quizás podía haber disfrutado mucho más de Prince de haber existido algún tipo de entendimiento.

Lo que queda es lo que un crítico musical español ha llamado “una salvaje mezcla de Jimi Hendrix y James Brown”, incongruente, único, contradictorio como todo artista que se precie, una destilador de estilos que creaba algo nuevo. El autor definitivo, y por lo tanto influyente, gran maestro pero mal alumno. Musicalmente hablando, con su muerte (y la de Bowie), se ha terminado definitivamente el siglo XX.

Prince en 2015 (arriba) y en los 80 (abajo), año del ya famoso ‘Purple rain’