Imaginen un libro de geografías que nunca fueron, de proyectos de país abortados, de imperios, naciones, territorios y ciudades que jamás existieron o que sí lo hicieron pero nunca fueron lo que soñaban. Eso es lo que ha creado Nick Middleton.
Tiene un título muy largo para una obra de geografía ucrónica, es decir, que en realidad no existe salvo en los pensamientos. No tiene todavía traducción al español pero puede comprarse por internet en inglés en Amazon. Se llama ‘Atlas of Countries that don’t exist: A compendium of fifty unrecognized and largely unnoticed states’, algo así como Atlas de los Países que no existen. Son territorios que no han superado la prueba final, histórica, política o económica, para poder convertirse en estados y que el geógrafo de la Universidad de Oxford, Nick Middleton, ha reunido en un solo libro.
La definición clásica de estado-nación aquí no existe: no es aplicable. Para poder serlo hacen falta muchas razones: históricas, culturales, políticas, económicas… y muchos de los que aparecen en este Atlas ni se acercan. En su mayoría cumplen las condiciones establecidas por la ONU en la Convención de Montevideo para ser considerados estados, pero no lo son y en muchos casos apenas son un proyecto ilusorio sobre el papel. Eso sí, están presentes en esa otra organización mundial llamada Naciones Unidas No Representadas, una institución alternativa que reúne a los países que luchan por ser reconocidos, aunque con más esperanza ficticia que real.
Dentro de las categorías que recoge el Atlas de Middleton figuran los candidatos eternos como Tibet, Taiwan o el Norte de Chipre, pero otros son mucho menos conocidos, como la República de Lakota, un buen ejemplo para definir lo que es el libro de las geografías no oficiales. Situada justo en el centro de EEUU, en la frontera oriental de las Montañas Rocosas y que conforma el territorio que las tribus Sioux han reclamado durante muchos años para poder conformar su estado-nación propio.
Lakota incluye, por ejemplo, un monumento nacional como el Monte Rushmore y pedazos de las dos Dakotas, Nebraska, Wyoming y Montana. La reclamación se remonta a 1868, antes de que la fiebre del oro los echara de la zona. A finales del siglo pasado lograron una compensación de 600 millones de dólares. Y los Sioux… rechazaron el dinero. Querían su república. Y en 2007 la declararon independiente virtualmente, sin opciones a aplicación alguna.
Pero hay más ejemplos: uno en Australia, otro en Europa y otros directamente no existen como tales. Murrawarri es una república aborigen australiana que lucha por ser reconocida y que imitaron a los Sioux: declararon su independencia de forma unilateral pero, como es lógico, sin consecuencias reales. Lo más curioso es que su existencia supone partir en pedazos Nueva Gales del Sur y Queensland, lo que evidentemente no va a pasar.
Incluso en Europa existen estos estados imposibles: Christiania es una comuna de Copenhague que intenta separarse de Dinamarca por completo, o más de lo que está ya, porque en este barrio no se aplican las normas de la Unión Europea. También hay países que directamente no existen, como Ergalandia-Vargalandia, inventado por dos artistas suecos y que es un estado inmenso sin humanos: abarca todo territorio donde no haya presencia permanente humana, lo que es ya bastante complicado. Incluso otro más peregrino aún: Atlantium, un imperio virtual nacido en los años 80 con capital en Australia pero que no tiene ni territorio ni nada parecido a los detalles de un verdadero estado.