Los etruscos fueron algo más que el pueblo que ocupaba la actual Toscana, las Marcas y parte del Lacio cuando los romanos sólo eran los revoltosos pobladores de una ciudad del centro de Italia. También es uno de los grandes misterios de la Historia y la Arqueología, de la que se desconoce incluso su idioma. Sin embargo una estela de piedra podría desvelar parte del enigma.
Es una cultura llena de oscuridad: se desconoce su origen étnico, su lenguaje (con lo que se podría encontrar filiaciones lingüísticas que derivarían en vinculaciones étnicas), e incluso su orden social completo o muchos elementos de su cultura que, sin embargo, pasaron a los romanos de manera evidente. Pero en los últimos meses se ha hecho público un hallazgo que bien podría cambiar para siempre ese misterio: una estela de piedra descubierta en el norte de Italia, en Poggio Colla, de caliza y fechada en el siglo VI a. C., de más de 200 kg y que era parte de un templo destruido.
Los resultados de la investigación de meses se han hecho públicos en un congreso y que son una joya arqueológica y lingüística: es el tercer texto más largo nunca hallado de los etruscos, y a diferencia del resto conocido (que son todas funerarias) ésta es de tipo votivo, es decir, religioso, con lo que se amplía muchísimo el abanico de vocabulario conocido de los etruscos. Es una auténtica piedra de toque para el futuro, porque permite crear nuevas líneas de investigación y comprensión del mundo etrusco, muy vinculado con el mundo romano y con nuestra propia civilización.
Los etruscos fueron más incluso que los aristócratas tiránicos contra los que se rebelaron los romanos para fundar su República, mucho más que los primeros que sufrieron en sus carnes la belicosidad de aquella ciudad-estado del Tíber. Bastante más. Fueron, en realidad, la primera civilización del oeste europeo junto con Tartessos, la primera chispa del pedernal cultural de Europa. Suya es la responsabilidad de las primeras ciudades organizadas y coherentes en el oeste europeo más allá de las antiguas polis griegas. Fue clave en la traza de las rutas comerciales con griegos, fenicios y el resto de pueblos prerromanos que poblaban la península itálica.
Italia era en aquella época un gran mosaico de piezas tribales que abarcaba desde las ciudades-estado griegas del sur (Neápolis, Tarento y Siracusa eran las más importantes) hasta los primitivos celtas de las llanuras del Po y los más evolucionados ligures y vénetos al norte. Y entre medias, los umbros, los oscos, samnitas, sabinos, los laciales y, andado el tiempo, los romanos. Los etruscos fueron grandes importadores de artículos llegados desde Oriente, uno de los espejos en los que esta cultura de origen enigmático y religión extraña se miraba. El comercio con fenicios y griegos les dotó de un peso político y económico mayor que el resto y les permitió ser hábidos consumidores de lo que saliera de Grecia, Fenicia y Oriente Medio. Crearon una poderosa aristocracia que tenía la llave de su grandeza en el puerto de Pyrgi, por donde entraron gran parte de las piezas que compraban.
Su cultura se alargaría durante mil años en los que pasaron por diferentes etapas de poder e influencia y en las que incluso su particular religión (una mezcla de culto al héroe, a los muertos y dotada de una flexibilidad teísta muy particular, con fuerte peso de lo que hoy llamaríamos brujería) varió con los años, adoptando gran cantidad de creencias griegas. Vivieron la cultura del vino y el lujo, pero conservaron también sus tradiciones tribales como la lapidación de los criminales y enemigos. La muerte esta presente a todos los niveles, desde los sarcófagos a la Tumba de los Cinco Asientos, las Plañideras de Cerveteri o las joyas de las tumbas de ambas necrópolis.
Yacimiento de Cerveri
Este lugar tiene dos yacimientos etruscos, la Necrópolis de Banditaccia y la Necrópolis del Sorbo, de donde salió el celebérrimo Sarcófago de los Esposos. Ambas son ultraprotegidos lugares, y en el primer caso incluso son Patrimonio de la Humanidad por la Unesco junto con la también famosa Necrópolis de Monterozzi en Tarquinia, epicentro etrusco. Cubre una zona de cuatrocientas hectáreas (pero sólo están abiertas al público 10 de ella) y abarca cerca de un millar de tumbas ubicadas, en ocasiones, en túmulos típicos de la cultura preclásica europea y que pueden verse incluso en Irlanda, Inglaterra, Alemania, Francia o España. Es la necrópolis antigua más grande de la región mediterránea. Las tumbas van desde el siglo IX a.C. (Periodo Vilanovio) hasta la edad etrusca tardía (siglo III a.C.).
Las más antiguas tienen forma de pozo, en las que se albergaban las cenizas de los muertos; también hay simples cuevas. Además de los montículos hay otro tipo de tumbas llamadas “dados” por su forma: cuadrangulares, situadas en largas hileras a ambos lados de senderos bien construidos. Los montículos son estructuras circulares construidas en toba, y los interiores, excavados en roca viva. Albergan una reconstrucción de la casa de los muertos, incluyendo un corredor (dromos), un salón central y varias habitaciones donde hay abundante decoración en forma de frescos, bajorrelieves y esculturas. La conexión con Roma salta a la vista: los romanos copiaron muchos de los usos y costumbres, de las formas artísticas incluso, que luego ellos refinarían todavía más tras conquistar Grecia. La necrópolis alcanza incluso el siglo III a.C., cuando Roma ya había hecho sus primeras expansiones.
¿Quiénes eran los etruscos?
Los etruscos fueron un pueblo de la Antigüedad basado en la vieja Etruria, la actual Toscana; fueron llamados tirrenos por los griegos, tusci y etrusci por los romanos. El nombre que se daban a sí mismos era “rasenna”. Después de ocupar su territorio original se expandieron entre el 750 y el 500 a.C. por el centro de Italia hasta la Campania y hasta el valle del Po. Su zona abarcaba desde Mantua al norte hasta Capua al sur. Además conquistaron y sometieron a Córcega. Desarrollaron un poder naval preeminente en el Mediterráneo occidental, en parte gracias al intenso comercio con fenicios y griegos.
Célebres por su orfebrería y su maestría a la hora de construir barcos, comerciaron activamente por todo el mundo conocido. Su declive empezó a partir del mencionado siglo V a.C. por el acoso continuo de los celtas en el norte y los griegos y cartagineses en el sur. Pero los que les dieron la puntilla fueron los romanos, sus herederos en muchos aspectos. Los estruscos, a diferencia de sus enemigos, nunca crearon un estado centralizado sino sucesivas confederaciones de ciudades-estado que fracasaron frente a la dinámica república romana. Se les considera predecesores de Roma, que permitió cierta autonomía a las ciudades de Etruria hasta el ascenso de Octavio Augusto, que las metió de lleno en el poder romano.
Su origen es incierto (no hay que olvidar que su idioma no era indoeuropeo ni estaba emparentado con otros conocidos) y los arqueólogos no se ponen de acuerdo ni siquiera desde hace siglos. Herodoto, padre de la historiografía, los consideraba un pueblo oriental venido desde Anatolia (Turquía) que llevó consigo una cultura muy refinada y sofisticada frente al primitivismo de sus vecinos; Dionisio de Halicarnaso creía que era itálicos como el resto de pueblos que se encontraron los colonos griegos porque no hay huellas etruscas en ningún otro lugar y que su lengua se parecía poco a las orientales. Ya en época contemporánea se les atribuyó primero un origen del norte de los Alpes, en la difusa Germania, ya que los romanos los vinculaban étnicamente con las tribus de las actuales Suiza y Austria, pero esta teoría se descartó. Finalmente queda la actual provisional: grupos de tribus orientales emparentadas entre sí que se fusionaron con culturas nativas y aportaron el alfabeto (copiado de los orientales del suroeste de Anatolia). El resultado del mestizaje fueron los etruscos.
Dados de hueso estruscos; abajo, foto cenital de Cerveri
Lámina de oro con inscripciones, una de las muestras del idioma etrusco