La exitosa serie ‘The Walking Dead’ tiene su origen en una saga de cómic firmada por Tony Moore que es una auténtica obra de culto. La Sexta emite en abierto, mañana miércoles, otro capítulo más de la segunda temporada de una producción que ha encandilado a España como pocas.
Por Luis Cadenas Borges – (Imágenes: AMC e Image Comics)
Todo tiene un inicio, una base, una idea inspiradora, una chispa inicial. Cuando muchos descubrimos en España la serie ‘The Walking Dead’ lo que nos quedó fue la sensación de estar ante una maravilla de la pequeña pantalla, una de esas pruebas majestuosas de que formaba parte de la llamada ya “Nueva Edad de Oro de las Series”, productos más sofisticados y densos, y de más calidad, que la mayor parte del cine que se hace hoy. Pero todo tenía su base en una serie de cómics salidos de la cabeza y las manos de Robert Kirkman y Tony Moore respectivamente. A partir de la séptima entrega de la saga, el dibujo lo puso Charlie Adlard. Nació allá por el año 2003, y no llegaría a España hasta 2005 con Planeta DeAgostini Cómics. En EEUU los derechos son de Image Comics. Y el argumento es muy sencillo: un grupo de supervivientes de un apocalipsis zombi intenta sobrevivir a toda costa entre el sufrimiento, las rivalidades entre ellos, la búsqueda de un lugar seguro y la persecución de los zombis.
La serie creada por este trío (Kirkman-Moore-Adlard) tiene una característica brutal, la tremenda dureza de la historia. Hay mucho nihilismo, un derrumbe moral postapocalíptico total que convierte a los humanos perversos en seres más peligrosos incluso que los propios zombis. La alegría es efímera, y el tono continuo es una fusión de derroteros de locura, violencia y cinismo a partes iguales. Evidentemente, en la pantalla eso se suprime por una mayor profundidad psicológica de los personajes. Lo comido por lo servido. Son muchos los que apuntan que la adaptación de AMC y firmada por Darabont (en su primera temporada) supera en calidad al original en dibujo y texto, pero lo cierto es que en EEUU la obra original es de culto. Eso sí, ya tiene sobre su cabeza el mayor problema de todas las sagas largas: los argumentos y guiones empiezan a ser repetitivos y a caer en la trampa de los giros forzados, donde se los personajes se entremezclan en relaciones amorosas y traiciones que acercan a la obra a la telenovela más que a lo literario.
Por otro lado, las reacciones de los seguidores de la serie del cómic son siempre más virulentas porque no admiten la migración de la idea de un soporte a otro. Como bien han señalado muchos de ellos, en la serie de TV no existe la virulencia del original en viñetas, pero es obvio: cada formato impone sus limitaciones, y en la televisión está claro que la hiperviolencia y la hipersexualidad no son admisibles. No por cuestiones morales (que también), sino porque en el relato audiovisual la violencia y el sexo son un recurso secundario que si absorbe toda la carga acaba destrozando el argumento. Las adaptaciones siempre son versiones, no traducciones literales. Pero parece que eso algunos no lo ven claro.
El resto de sus características son ya habituales, porque el género y la situación general hace la mitad del trabajo: nada mejor que un escenario de hundimiento total de la civilización para hacer pasable situaciones y perfiles que en otro caso no serían nunca admisibles por excesivas. Esta época cultural y sociológica ayuda mucho. Como mentábamos en octubre en el blog Corso Expresso, “como en el eterno retorno de aquel bucle filosófico que fue Nietzsche, todo vuelve en esta vida de crisis cíclicas y modas pasajeras. Los zombis, tan denostados por cutres y poco efectivos a la hora de aterrorizar al personal, han vuelto. Una vez que se ha explotado a fondo el abanico de opciones más clásico (vampiros, hombres lobo, fantasmas) no queda más remedio que recuperar viejas glorias de siempre: tipos de tez cuarteada, roja y grisácea, de expresión muy limitada y con una sola obsesión, comerte tu cerebro o lo que puedan de tu cuerpo”.