Resiste el Museo de la Evolución Humana, inaugurado para ser el principal centro pedagógico de la paleontología, junto a Atapuerca
Por Luis Cadenas Borges
El Museo de la Evolución Humana ya acumula suficiente visitantes, loas, artículos, reportajes, fotografías y atención mediática como para ser un proyecto aceptado. Abierto en 2010, es una de las grandes apuestas por la Teoría de la Evolución en medio de los ataques desde el otro lado de la religión. Y que sea junto a Atapuerca es una consecuencia lógica, además de muy útil: une el museo del centro de Burgos con la sierra del mismo nombre que llena miles de artículos científicos. El MEH puede hacer una labor encomiable para que los ciudadanos puedan entender ese gran interrogante.
La estructura del museo es un largo recorrido jalonado de momentos estelares, de piezas que de alguna forma han ayudado a entender y comprender los pasos biológicos, la dieta, la primitiva tecnología y todos sus cambios. Siguiendo un guión científico creado por esos tres hombres, el MEH divide el recorrido en cuatro plantas donde se trata de interpretar los hallazgos más emblemáticos que han realizado los investigadores en los yacimientos más importantes del mundo: hall, con el paisaje de Atapuerca en la época; la planta -1 se concibe como el corazón del museo, todo para el yacimiento. La planta 0 está dedicada a la Teoría de la evolución de Darwin. La planta 1 da respuesta, desde un punto de vista funcional, por qué somos tan iguales al cazador-recolector de hace 9.000 años, y sin embargo, tan diferentes. Y la planta 2, donde en esta planta se recrean los tres ecosistemas fundamentales de la evolución Humana: la selva, la sabana y la tundra-estepa de la última glaciación.
Pero hay siete piezas que hacen las veces de claves para explicar toda la cadena evolutiva. Siete fósiles y herramientas sacadas del yacimiento de Atapuerca, alma máter del MEH, la razón de su nacimiento y estructura. Arrancamos con Miguelón, sobrenombre del oficial mucho más aséptico: Cráneo 5. Es uno de los más completos y antiguos del registro fósil del mundo, descubierto en 1992 en la Sima de los Huesos, con 400.000 años de antigüedad y correspondiente al Homo heildelbergensis. Segunda parada: una punta de cuarcita encontrada en la Gran Dolina, con 350.000 años, que impacta por su bella factura y que es una de las demostraciones de que las herramientas ya eran una realidad desde el principio de las primeras fases de evolución.
Tercera llave del hombre: una lasca de sílex de la Sima del Elefante, todavía más antigua que la anterior, con un millón de años y que fue, quizás, la primera vez que se dio ese salto técnico fundamental junto con el fuego. Otro fósil para el cuarto puesto: Elvis, otro sobrenombre para el dueño de una pelvis con medio millón de años descubierta en la Sima de los Huesos en 1994 y que es un escalón más para entender cómo la anatomía de los homínidos evolucionó. Fundamental también para desarrollar las teorías del bipedismo que nos separa del resto de primates. Quinta maravilla: Excalibur, un hacha de mano muy elaborada con 500.000 años hallada en la Sima de los Huesos a finales de los años 90; sobre si fue usada o no para la caza hay dudas, ya que podría tratarse también de uno de los primeros objetos simbólicos de nuestra evolución, algo así como una imagen de poder como los bastones de mando, las coronas o los cargos, pero del principio de los tiempos. Sexto elemento: una mandíbula animal, la Panthera Leo, que revela la fauna y por tanto el campo de caza y la alimentación de la zona de Atapuerca en el pleistoceno. A través de este fósil puede determinarse cómo era la dieta y por tanto la organización para lo fundamental: comer. Y por último, el guiño: hace más de 800.000 años un niño murió en la Gran Dolina y partes de su cráneo han llegado hasta nosotros para que podamos conocer mucho más de la estructura ósea en las diferentes fases de crecimiento de aquellas especies que, sin llegar a ser lo que hoy somos, sí que eran parte de lo que somos.