La editorial Navona recupera al mejor Raúl Argemí con la reedición de ‘A tumba abierta’, que verá la luz en septiembre en España y en 2016 en Francia, país donde Argemí tiene gran masa lectora.

Con constantes flashbacks, Argemí nos permite conocer el pasado en España de su protagonista, un fugitivo accidental por ideología y luego por una muerte involuntaria. Con una prosa soberbia logra atrapar al lector al texto de una novela definida por él mismo como “dura”. Un buen ejemplo de por qué Raúl Argemí fue definido por Carlos Salem, otro gran maestro hispanoamericano del género negro, como uno de los grandes maestros contemporáneos. Argemí, nacido en 1964, argentino y español de adopción, ha visto su obra traducida al francés, italiano, holandés y alemán.

Nacido en La Plata, Argemí se dedicó tempranamente a las artes escénicas como autor y director teatral. A comienzos de los 70 participó en la lucha armada en Argentina. Pasó toda la dictadura del gobierno militar encarcelado y tras el regreso de los gobiernos democráticos recuperó la libertad. Es en ese momento cuando comienza a hacer periodismo. En 2000 se traslada a España, país en el que su carrera de escritor da un salto. Sus principales obras son: ‘El gordo, el francés y el ratón Pérez’; ‘Los muertos siempre pierden los zapatos’; ‘Negra y Criminal’; ‘Penúltimo nombre de guerra’, XIII Premio Internacional de Novela Luis Berenguer, Premio 2005 Brigada 21 a la mejor novela original en castellano, Premio Novelpol 2005, Premio Hammet 2005. ‘Patagonia Chu; Siempre la misma música’; ‘Retrato de familia con muerta’; ‘La última caravana’ o ‘Matar en Barcelona’.

Sinopsis. Juan Hiram, Carles Ripoll o Enrique Meléndez, según le vaya interesando al mismo protagonista, nos desgrana el motivo de su vuelta a Buenos Aires, tras haber vivido en España durante años. Tiempo atrás, como militante en un grupo de jóvenes de izquierdas, sufrió la persecución de los militares argentinos. De forma involuntaria mató a su novia y eso puso a los milicios tras su pista, lo que provocó que tuviera que huir y fuera acogido por el resto del grupo, que vivía en permanente angustia de ser apresados. El jefe decidió que una importante suma de dinero, que habían conseguido entre todos con extorsiones y robos, fuera depositada en la sucursal de un banco suizo. Los términos del depósito indicaban que si pasado un tiempo no aparecían todos juntos para retirar el dinero, con la firma de tres de ellos ya sería suficiente.