Mañana viernes Juan de Ferreras y García tendrá un reconocimiento a cuenta de otro gran centenario, un tercer centenario para ser exactos, el de la Real Academia Española de la lengua castellana.

Cuatro hombres de letras confluirán mañana viernes en la cuna de Juan de Ferreras y García (1652-1735), natural de La Bañeza, pueblo del páramo leonés, clérigo y erudito castellano de orígenes judíos que tuvo que luchar contra viento y marea en una España que reclamaba la pureza de sangre para poder trabajar en cargos públicos. Durante toda su vida deambuló entre instituciones y cargos clericales y universitarios sin poder nunca estar en un mismo sitio por el profundo antisemitismo español. Eso que perdió España. Pero no la lengua que hablamos: fue uno de los fundadores de la Real Academia Española, y en 1715 fue nombrado bibliotecario mayor de la Biblioteca Real, creada poco antes. Allí si que estuvo hasta su muerte.

El escritor bañezano Antonio Colinas y los académicos José María Merino, Luis Mateo Díez y Salvador Gutiérrez se reunirán mañana a las 20.30 horas en el Teatro Municipal de la localidad para rendir ese homenaje al que quizás es uno de sus hijos más peculiares y padrino de la lengua castellana en aquella misión de “fijar y dar esplendor” que tantas veces se ha recordado. Aprovechando los 300 años de la RAE sus paisanos leoneses han querido salvar los 300 años de historia y recordarle en su pueblo natal.

Su vida académica arrancó en La Bañeza y con los jesuitas en Monforte de Lemos; estudió filosofía y teología entre Villamol, Valladolid y Salamanca, entonces cuna del pensamiento católico más avanzado, para pasar luego a su carrera de clérigo entre Toledo y Madrid, donde dirigió varias iglesias. Fue incluso parte del aparato administrativo de la Inquisición española y obispo en Zamora, si bien renunció en cuanto las presiones antisemitas y la exigencia de pureza de sangre le alcanzaron.

Todo cambiaría para él en 1713, cuando se convirtió en uno de los diez fundadores de la Real Academia Española, en jefe de la Biblioteca Real y en auténtico padre protector de los libros: allí estuvo hasta su muerte y se encargó de comprar y adquirir los fondos de dicha biblioteca, poniendo el germen de lo que luego sería la Biblioteca Nacional. Fue él quien creó uno de los mayores tesoros de los que disfruta hoy España, un catálogo incalculable de incunables y tesoros bibliográficos, desde extrañas ediciones a los libros prohibidos por la Iglesia que la Corona también coleccionó. Se da la paradoja de que, siendo él mismo o habiendo sido miembro de la Inquisición, se las ingenió para comprar fuera de España los libros y colarlos a espaldas de esa misma institución eclesiástica.