Adoradores de Rowan Atkinson, un paso al frente. Adoradores del humor inglés, “medio” paso. La segunda entrega de ‘Johnny English’ es igual de socarrona que la primera, no tan gamberra. Y ya está: Atkinson dijo hace poco que no volvería a ser Mr. Bean nunca más porque no quería verlo envejecer, así que uno de los grandes puntales de la comedia británica abraza otro personaje mucho más familiar y adaptable al público americano, de ahí lo del medio paso. Estreno, el 30 de septiembre.
Con la broma continua más gastada que un pasamanos de un espía patoso, Atkinson bebe de la fuente del maná mercantil para diseñar algo a su medida, como un guante, que hace a la perfección, pero que se aleja, por desgracia, de otros inventos salidos de su talento como el propio Bean (negrísimo en su ingenuidad bañada de egoísmo) o la celebérrima ‘La víbora negra’. Todo esto amplifica la verdad del axioma de que cuanto más público sonría contigo, más blandito eres, y por lo tanto menos atractivo para según qué públicos que son los que mueven los hilos. ¿Captan la indirecta?
SINOPSIS: Durante su desaparición de la faz de la tierra, el mejor espía del MI7 ha estado puliendo sus increíbles habilidades en una lejana región de Oriente y regresa para enfrentarse a un sindicato internacional de asesinos que quieren el caos mundial con la eliminación de un político en concreto: el primer ministro chino, una complicada conspiración que implica al KGB, a la CIA e incluso al MI7. Dirigida por Oliver Parker, la curiosidad es la pequeña resurrección de Gillian Anderson como secundaria en el filme, la mítica agente Scully de ‘Expediente X’.